Ausencia

España tiene menor peso del que le corresponde en Europa. La comparación es aún peor si se recuerda la época en que tenían representación ejecutiva importante Eugenio Solans en el BCE, Javier Solana en el Consejo Europeo o Joaquín Almunia en la Comisión (CE). Por más que se disimule, que la aspiración actual sea colocar a Guindos a presidir el Eurogrupo (en el anterior intento,  solo obtuvo su voto) o a Arias Cañete de comisario de Energía -al que le espera un rapapolvo de feministas y ecologistas- pero fuera del núcleo de poder de la Comisión (estaba Almunia), es mala señal. Que ahora se sepa que España será el único de los grandes del euro que no podrá votar en la reunión del BCE en enero, va más allá de ser un sorteo.

Para evitar a los susceptibles, pongamos una cita incontestable: Ignacio Molina, investigador principal del Real Instituto Elcano -de presupuesto público y la E de España en su escudo- escribió en el 2013  (y amplió este año)  sobre la pérdida del peso español en las instituciones europeas con una claridad expositiva poco común. Desde que Aznar se fue a las Azores hasta la desgana de Zapatero en los consejos europeos (Pedro Sánchez sigue por ahí) se constata que  llevamos 14 años perdidos, deseuropeizados. La ausencia se paga.