Vuelve María Callas

Vuelve María Callas

Vuelve María Callas / periodico

INMA MUÑOZ

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El 16 de septiembre de 1977 el corazón de muchos melómanos quedó en silencio. Ese día murió, con solo 53 años, Maria Callas, la cantante de ópera más famosa y controvertida de todos los tiempos, la que revolucionó ese arte con una emoción y un desgarro que fascinaban a los enamorados del sentimiento y horrorizaban a los talibanes de la técnica. A la Callas, diva entre las divas, se la amaba o se la odiaba. No había término medio.

Tampoco lo hubo en su vida, sobre la que tanto, y a menudo tan falso, se ha escrito. Biografías por docenas, artículos de prensa por miles. Conjeturas de todo tipo sobre qué sintió, cómo sintió, por qué sintió, cuando, tal vez, la única certeza que sobre ella se puede tener está en su canto. Así que ahora, aprovechando que su voz vuelve a imponerse sobre el silencio, dejemos que sean las canciones las que canten su vida.

‘LA PALOMA’

Sus primeros aplausos. Las primeras alas que se calzó Anna Maria Cecilia Sophia Kalogeropoulos, el verdadero nombre de Maria Callas, para huir de una realidad que la afligía. Nacida en Nueva York el 2 de diciembre de 1923, Maria era hija de Evangelia Dimitriadis y Iorgos Kalogeropoulos, griegos de pura cepa trasplantados a Estados Unidos por las ansias de libertad del padre, harto del control que pretendían ejercer sobre él su esposa y su familia, estirpe militar que había visto disminuir su patrimonio pero no sus delirios de grandeza. La pareja tenía ya una hija, Cynthia, y había visto morir de tifus a un hijo, Vassilios, cuando Iorgos, sin decir nada a su mujer, vendió la casa familiar y la farmacia que les proporcionaba una cómoda vida en Atenas y compró pasajes para el sueño americano.

Maria llega a Nueva York en el vientre de su madre. El cambio de país de los Kalogeropoulos conlleva un cambio de nombres que sean más fáciles de pronunciar para los nuevos vecinos. A partir de ahora serán los Callas: George, Litsa y las pequeñas Jackie y Maria. Con la ayuda de la comunidad griega de Long Island, George logra un empleo en una farmacia, y al poco tendrá la suya propia. Escuchando cantar a Rosalinda, la empleada de la botica, una joven paraguaya, aprenderá Maria esta canción de Sebastián de Iradier. 

En la voz de Rosalinda, en sus melodías pero también en sus palabras de cariño, huirá la pequeña de los Callas del rechazo de su madre. Porque Litsa no la soporta. No soporta no haber parido a un niño que maquille la ausencia del hijo muerto; no soporta que no tenga el cuerpo delicado, el cutis perfecto, la docilidad de su hermana Jackie. A Maria le sobran kilos –y le sobrarán cada vez más a medida que vaya creciendo– y granos. Además, la miopía la obliga a llevar gruesas gafas. 

Pero cuando Maria canta 'La paloma', nada de eso empaña su belleza. Fascina a Rosalinda y a George, y a los transeúntes que se paran a escucharla bajo su ventana cuando se encierra en su cuarto a ensayar. Ahí cosecha sus primeros aplausos, sorprendidos y sinceros. Y ahí Litsa se da cuenta de que esa niña gorda y fea, esa mole introvertida a la que no puede aspirar a casar con un muchacho de buena familia, como sin duda hará su Jackie, es un filón capaz de traer de nuevo el brillo al hogar de una Dimitriadis.

‘TOSCA’

En 1937, la que decide cambiar de nuevo de vida pensando solo en sí misma es Litsa. Está harta de no ser nadie en Nueva York, cuando en Atenas es una Dimitriadis. Está harta de las infidelidades de George, que ni siquiera en los primeros años de matrimonio ha dejado de correr detrás de cuanta mujer se le ha puesto a tiro. Jackie hace unos meses que ha emprendido la vuelta a los orígenes, y manda unas cartas contando maravillas de cómo es su vida en Atenas: ¡hasta se ha echado un novio que juega a tenis! Ese detalle significa una cosa para Litsa: familia con dinero.

Así que en marzo coge a Maria, la sube en el 'Saturnia' y desembarcan días después en el puerto de Patras. La vida que las tres mujeres Callas llevan en esta nueva etapa en Atenas difiere según el biógrafo que la aborde. La mayoría pasa de puntillas sobre ella, destacando el entorno burgués en el que se mueven y las clases de canto –primero con Maria Trivella, ya cumplidos los 16 con la soprano española Elvira de Hidalgo–, a las que no escatimó horas ni esfuerzo desde el primer momento.

Pero un mito necesita episodios épicos, y el periodista italiano Alfonso Signorini, autor de 'Tan fiera, tan frágil', una biografía novelada de la diva, proporciona dos momentos inolvidables, ambos con el aria 'Vissi d’arte', de 'Tosca' (Puccini), como banda sonora. El primero tiene lugar al poco de llegar a Atenas, en junio de 1937, cuando Litsa pasea a Maria por las tabernas del puerto buscando alguna en la que estén dispuestos a pagarle unas monedas por que la niña cante. El dueño de un tugurio, sin siquiera escucharla, ofrece un plato de sopa y cinco dracmas por noche, que Litsa acepta.

Empezará al día siguiente, con un vestido que la hace parecer un fantoche y los labios demasiados pintados, al gusto, según su madre, de los marineros que se estarán emborrachando en la taberna. La humillación parece inminente, pero cuando la garganta de Maria acaricia las notas de 'La paloma', la magia se impone en la sala. Ya no hay comentarios procaces ni risas despectivas: solo un arte capaz de emocionar hasta a los corazones de corcho. Noche a noche, Maria va ganando confianza en su voz y su fuerza escénica, y la incorporación de 'Vissi d’arte' al repertorio será la constatación de que ese ya no es su sitio.

Tampoco lo es la sala de oficiales del cuartel ateniense en el que, en marzo de 1944, su madre pretendía que distrajera a los militares italianos a cambio de productos para una despensa que estaba sufriendo los rigores de la guerra. Cuenta Signorini, en su relato del segundo momento heroico, que la intención de Litsa era, directamente, vender el cuerpo de su hija, pero que Maria, con una fuerza desconocida, logró, de nuevo, imponer su talento.

‘MADAMA BUTTERFLY’

En el verano de 1945, a Maria se le ha quedado pequeña Grecia. Tras debutar en la Ópera de Atenas en 1940 con un pequeño papel, sus minutos sobre el escenario han ido aumentando hasta hacerse con el protagonismo absoluto de' Tosca', en julio de 1941.

En los próximos tres años, ya no bajará de ese escenario, hasta que la guerra golpee dolorosamente su vida. En 1945, sus conciertos para el enemigo, las amistades de Litsa, acusada de colaboracionista, y los celos y rivalidades (la cara oscura de sus éxitos) harán que el coliseo de Atenas no le renueve el contrato. Decepcionada y ansiosa por perder de vista a su madre, vuelve a embarcarse en un transatlántico, que la llevará esta vez de nuevo junto a su padre. Espera que él le dé la paz y el apoyo que necesita para empezar una carrera seria y exitosa en el mundo de la ópera.

La cosas en Nueva York, sin embargo, no van tan bien como esperaba. Las oportunidades no le llueven, precisamente. Las puertas se cierran una detrás de otra con una recomendación: trabaje esa voz y vuelva dentro de un año. Cuando su ánimo empieza a resquebrajarse, recibe una propuesta sorprendente: el responsable del Metropolitan de Nueva York le ofrece 'Madama Butterfly'.

¿Quién podría rechazar debutar en el templo neoyorquino con uno de los papeles más deseados por las sopranos? Ella. Maria Callas. Una profesional que se toma la música muy en serio. Con 23 años y 95 kilos en 1,63 metros, la grácil geisha adolescente no habría resultado demasiado creíble.

Su seriedad llega a oídos de Eddie Bagarozy, un abogado que está montando una compañía para la ópera de Chicago. Le ofrece participar en el montaje de 'Turandot', y Maria se integra en el grupo y trabaja sin descanso. Bagarozy resulta un fraude, y la obra de Puccini no llega nunca a los escenarios, pero ella es contratada para cantar 'La Gioconda' de Ponchielli en el festival de Verona. ¿No le decía siempre Elvira de Hidalgo que “el canto está en Italia”? Pues ha llegado el momento de dar el salto definitivo.

‘LA GIOCONDA’

Y, realmente, Verona y 'La Gioconda' le van a cambiar la vida. El 6 de agosto de 1947 debuta con este papel. Aunque su interpretación es brillante, su forma de cantar descoloca a los críticos y al auditorio. Su arte precisa tiempo. No importa: ella tiene toda la paciencia del mundo. En Verona ha conocido a un melómano, Battista, Titta, Meneghini, que es también un industrial riquísimo. Fascinado por la voz de Maria, decide hacerse cargo de ella en todos los terrenos: guiará su carrera y su vida.

Desde la infancia, con esa madre esquiva y ese padre faldero, Maria anda sedienta de cariño. Para Meneghini, aún soltero pasada la cincuentena, es su oportunidad de lograr un amor incondicional, el calor y la seguridad de un hogar. Así que se aferra a él sin reservas, a pesar de que Titta parece más interesado en multiplicar su caché que en organizar bodas y cambiar pañales. 

Cuando por fin Meneghini acepta llevarla al altar, el 21 de abril de 1949, Maria ya es una estrella en Italia y está a punto de lograr que su nombre resuene en todo el mundo. Apenas unos días después de la ceremonia, Maria Meneghini Callas parte rumbo a Argentina a intentar, esta vez sí, conquistar el continente de sus idas y venidas.

‘LUCÍA DE LAMMERMOOR’

En 1951, Maria Callas ya se ha hecho la dueña del público argentino, brasileño y mexicano. También ha puesto en pie los grandes coliseos europeos. Excepto uno. Uno solo, pero que duele como si fueran cientos: la Scala de Milán. El templo. La causa: allí reina Renata Tebaldi, su gran rival. En la platea y en los despachos: es amiga de su director, que, además, no aprecia demasiado a Titta Meneghini. Así que tiene que esperar hasta finales de ese año para estar más cerca de poder decir que sí, que ahora sí es la soprano del momento: el 7 de diciembre se come la Scala con 'Las vísperas sicilianas', de Verdi. Habría preferido 'La Traviata', pero la Tebaldi andaba loca por ese papel, y el coliseo milanés no estaba dispuesto a contrariar tanto a su diva.

Maria ya es la artista que soñaba ser. Ahora va a emprender una nueva empresa: ser también la mujer de sus sueños. En 1954, mientras interpreta 'Lucía de Lammermoor', de Donizetti, se propone cambiar su aspecto. Los 92 kilos, que le dan muchos problemas circulatorios, no solo le pesan en el cuerpo: le pesan también en la autoestima.

Así que no duda en utilizar el método de moda entre las celebridades: ingerir huevos de tenia para que anide en su estómago. Estén en lo cierto o no los biógrafos que aseguran que así fue como perdió peso, lo único incontestable es que en dos años se quedó en 60 kilos. Su cara se afiló, los ojos parecían aún más grandes. Ya no era solo hermosa cuando cantaba: se había convertido en una mujer deseada y en un icono del glamur.

‘NORMA’

Cuenta Alfonso Signorini en 'Tan fiera, tan frágil', que Maria Callas estaba convencida de que el triunfo le llegaría con una ópera: 'Norma', de Bellini. Esa era la obra, asegura el periodista, con la que ella quería debutar en el Met de Nueva York, y por eso rechazó la oferta de hacerlo con 'Madama Butterfly'. “Llegará un día en que el Metropolitan se pondrá de rodillas para contratarme. Y entonces solo aceptaré imponiendo mis condiciones: (...) con 'Norma' y con un caché exorbitante”, escribe Signorini que dijo.

El momento se había hecho esperar, pero al fin había llegado: el 29 de octubre de 1956 cantaría allí la ópera de Bellini, y a 5.000 dólares la representación. Su debut estadounidense había sido en Chicago dos años antes, y por más que el director del Met se resistiera a contratarla, el público y la prensa exigían su presencia. El teatro iba a perder influencia si a su escenario no subía la mujer del momento. Maria era ya La Callas: un fenómeno imparable.

‘SUOR ANGELICA’

1957. Un baile de máscaras para que empiecen a saltar todas las caretas. Organizado por Elsa Maxwell, una periodista estadounidense que movía todos los hilos de la vida social de la época. En él conoció Maria a Aristóteles Onassis. La conexión entre ellos fue absoluta, pero tuvo que pasar más de un año para que volvieran a verse: 473 días, el número exacto de rosas con las que el armador griego le llenó el camerino en París, adonde fue a convencerla de que ella y Titta se unieran al crucero al que iba a invitar a unas cuantas personalidades ese verano. Maria aceptó, y en esa estancia en alta mar descubrió quién era ella, en realidad: una mujer joven que ansiaba amar y se estaba consumiendo al lado de un hombre al que ya veía como un padre. Se acabó vivir en la atonía. Quería el divorcio.

De todos es sabida la historia de amor loco, el ni-contigo-ni-sin-ti en el que Maria y Ari se sumergieron desde ese verano de 1959 hasta que el armador acabó sus días, en marzo de 1975, algo que ni su boda con Jackie Kennedy, en 1968, pudo parar. Una pasión que hizo mella en esa voz prodigiosa, afectada por los vaivenes emocionales, que dejó de brillar antes de lo esperado. Lo que no es tan conocido es que ese amor tuvo a Maria Callas 17 años cantando, cada primer lunes de mes, una nana de la ópera 'Suor Angelica', de Puccini, en el cementerio de Bruzzano, en la periferia de Milán. Le cantaba al niño que había tenido con Onassis el 30 de marzo de 1960 y que apenas había sobrevivido dos horas. La canción más oscura para una diva que llenaba los escenarios de luz.

LA OBRA COMPLETA

Las obras que Maria Callas grabó entre 1949 y 1969 con EMI y Cetra son hoy propiedad de Warner Classics, que las reedita ahora en una caja de lujo que contiene 69 cedés con 39 obras remasterizadas en los estudios de Abbey Road para recuperar su sonido original con la máxima calidad. La caja incluye además una biografía con cartas y fotos inéditas. Sale a la venta a la vez que llega Pure Callas, un recopilatorio con sus arias más famosas.