ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Tenemos que curarnos nosotros

Tenemos que curarnos nosotros, por David Trueba.

Tenemos que curarnos nosotros, por David Trueba. / LEONARD BEARD

DAVID TRUEBA

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El orgullo de saber que fuimos el primer país del mundo en conceder legalmente el matrimonio homosexual no debería cegarnos a la hora de ver el camino que aún nos queda por recorrer. En las últimas semanas se han sucedido los ataques a homosexuales por parte de pandillas medio organizadas, quizás envalentonadas por la ociosidad alcohólica del verano o por un fascismo renaciente. No es raro que si en Rusia o en gran parte de Latinoamérica, así como en todos los países bajo fuerte influencia religiosa, sigue mostrándose un rechazo palpable a las uniones de personas del mismo sexo, España no contenga una bolsa de población que alimenta ese rechazo. No están lejos los días en que el partido conservador de nuestro país presentó un recurso de anticonstitucionalidad con alegatos de científicos aún fanáticos del electrochoque para combatir el deseo homosexual e incluso altos cargos que utilizaban metáforas penosas de animales o peras y manzanas para negar el matrimonio gay. Durante décadas, a los homosexuales se les ofrecía un tratamiento de cura basado en remedios de ciencia demencial, pero ahora somos conscientes de que quienes deben curarse no son ellos, sino la mayoría de nosotros.

La evolución social es más lenta de lo que parece. Detrás de esa violencia contra un hombre que besa a otro hombre por la calle, hay casi siempre un amparo enfermizo basado en tradiciones y convicciones religiosas o ideológicas. Atajar la violencia obliga también a preguntarse qué anida aún adentro de una sociedad cuya homofobia no puede desaparecer por arte de magia con la aprobación de una ley. Pero aún hay más, porque en recientes casos de asesinato, tanto el de un padre sobre sus hijos o el ya aquel infame de la errónea condena de un jurado popular a una mujer lesbiana por el asesinato de la hija de su expareja, se nota reverdecer ese empeño de emparentar la homosexualidad con la enfermedad psicológica. No dejen de notarlo cuando suceda. Nadie relaciona el hacer pesas en el gimnasio o las adicciones a las redes sociales con los casos de asesinato, pero sí, sin embargo, sigue asomando la homosexualidad, como a veces lo hace la raza o una procedencia extranjera, al modo de marchamo de anormalidad en nuestras conciencias aparentemente objetivas.

Hace poco seguí la condena a un chico en Barcelona por abusos sexuales contra una mujer. El condenado se llama Joan Cardona y su caso está lleno de dudas razonables y extremos incongruentes, pero el juez del caso, en lugar de aceptar la posibilidad de error, se permitía en la sentencia sostener que la homosexualidad del acusado no era un eximente a la hora de abusar de una mujer. Añadía que en los casos de indefinición sexual, las personas a veces actúan de manera no previsible. Dar por hecho que alguien homosexual vive en la indefinición sexual es tan aventurado como sostener lo contrario sobre alguien que se reconoce heterosexual. Es un disparate. Pero puede percibirse en esa línea de pensamiento que lleva a la sospecha, el dedo acusador, los prejuicios. Nadie duda de que los homosexuales van a cometer crímenes y que obligarán tarde o temprano a reformar la ley de violencia doméstica pensada para frenar el daño real a tantas mujeres en España, pero tampoco debemos poner en duda que nosotros, los mal llamados sanos, aún tenemos mucho de lo que curarnos en la percepción del mundo gay.