Steve McQueen, el hombre que corría demasiado

El documental 'Steve McQueen: The Man & Le Mans', que recrea la filmación de 'Las 24 horas de Le Mans', retrata al actor como una persona psicótica, arrogante y mujeriega

NANDO SALVÀ

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Pocos iconos de Hollywood lo son tanto como Steve McQueen. Treinta y cinco años después de su muerte, su nombre sigue siendo abreviatura de un tipo de virilidad que, dependiendo de la ideología sexual de cada uno, ha sido tristemente perdida o afortunadamente superada. Dado que McQueen llevó una vida literalmente veloz, llena de drogas y bebercio y mujeres, es normal que amara pilotar coches de carreras. 

En 1970, con 40 años y gracias a una serie de interpretaciones minimalistas e impasibles que emanaban un misterioso magnetismo sexual, McQueen era la movie star más importante del mundo. Pero él quería más. Quería demostrar que no iba a dejar a los productores encasillarlo como una mera imagen de póster, y buscaba un mayor control sobre las historias que contaba. Estaba decidido a hacer una película en la que fuera el productor y el protagonista, que fuera totalmente suya. La compañía que había formado con el fin de lograrlo, Solar Productions, ya había tenido su primer gran éxito comercial gracias a 'Bullitt' (1968), la película que había convertido las persecuciones de coches en ingrediente esencial del cine de Hollywood.

Cara a su siguiente proyecto, el actor se trasladó a un 'château' cerca de Le Mans con el fin de rodar la madre de todas las películas de carreras. Era una idea que le obsesionaba desde hacía años. Al parecer una vez, tras saber que su vecino el también actor James Garner se le había adelantado –protagonizó 'Grand Prix' (1966)–, McQueen le regó las plantas orinándose en ellas. Puede que el resultado de aquel empeño ciego, 'Las 24 horas de Le Mans' (1971), no sea la película por la que McQueen será recordado, pero causó un impacto brutal en su vida y su carrera. Comenzó a rodarla con un pie roto, y al acabar había roto amistades, un matrimonio y, no menos importante, un sueño.

UNA FANTASÍA COSTOSA

El documental 'Steve McQueen: The Man & Le Mans', que el viernes 3 de junio llega a nuestro país, recrea aquel convulso proceso. Para ello, los directores John McKenna y Gabriel Clark combinan imágenes de archivo hasta ahora inéditas, entrevistas con familiares, amigos y otras figuras esenciales en la producción de aquella película, y fragmentos de audio que el propio McQueen grabó poco antes de morir. “La historia de ese rodaje es la de un héroe trágico –opina Clark–. Es el retrato de un hombre profundamente orgulloso que llegó demasiado alto y decidió que estaba dispuesto a perderlo todo para cumplir su fantasía”. 

El plan inicial era que durante la celebración de la mítica carrera francesa, en junio de 1970, decenas de cámaras filmarían desde todas las perspectivas, incluso desde uno de los coches competidores. La historia vendría más tarde: ya escribirían un guion adaptándose a la acción. El propio McQueen tenía previsto participar en el evento. En marzo, a modo de preparación, ya había corrido en una carrera de 12 horas, en Florida, y, a pesar de que llevaba un pie enyesado –se lo había hecho trizas en un accidente de motocicleta dos semanas antes—, había llegado segundo a la meta. Finalmente, sin embargo, los organizadores de Le Mans impidieron su participación a causa de la lesión.

John Sturges, que había dirigido a McQueen en 'Los siete magníficos' (1960) y 'La gran evasión' (1963), se encargaría de dirigir la película; escribirla correría a cargo de Alan Trustman, guionista de 'El secreto de Thomas Crown' (1968) y' Bullitt'. En otras palabras, el director y el guionista de las películas más notables de McQueen hasta la fecha estaban detrás de su proyecto más personal, y además contaban con una increíble variedad de medios técnicos. Nada podía fallar. O eso creían.

FAMILIA ROTA

La esposa del actor, Neile, y sus dos hijos, Chad y Terry –por entonces de 10 y 11 años, respectivamente–, se trasladaron a Francia durante el verano, pero el matrimonio acabó destruido durante el rodaje a causa de las continuas infidelidades del actor con otras mujeres. El documental de McKenna y Clark las promedia en 12 a la semana. En el aspecto puramente cinematográfico, Trustman no tardó en ser despedido, y ninguno de los diversos guionistas contratados para reemplazarlo logró idear un argumento en buena medida porque McQueen estaba tan obsesionado con el logro de un ideal imaginario que era incapaz de decidir qué quería exactamente. El rodaje había comenzado durante la verdadera carrera, y en última instancia continuó hasta bien entrado noviembre. La leyenda dice que llegaron a rodarse más de 300.000 metros de película, principalmente imágenes de coches que daban vueltas al circuito a 350 kilómetros por hora. 

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En el proceso, varios aparatosos accidentes tuvieron lugar. Un piloto quedó gravemente quemado, a otro hubo que amputarle una pierna por debajo de la rodilla. Durante una escapada nocturna, conduciendo completamente ebrio, McQueen casi mató a su compañera de reparto –y amante– Louise Edlind, e hizo que su asistente cargara con la culpa. En cuanto la actriz protestó por el engaño, su papel quedó drásticamente reducido.

Con el tiempo, enojado por las interferencias constantes del actor y por la falta de guion, Sturges abandonó la producción. La hemorragia continua de dinero hizo que Cinema Center Films, inversores mayoritarios, suspendieran el rodaje dos semanas. Pensaron en cancelar definitivamente el proyecto e incluso en llamar a Robert Redford para pedirle que reemplazara a McQueen, antes de llegar a un acuerdo según el cual este renunciaba a su salario, a su porcentaje de los beneficios y su control de la película. Un nuevo director, Lee Katzin, logró finalmente terminarla. 

UNA PERSONALIDAD CONFLICTIVA

A pesar de que no fue un éxito comercial ni mucho menos cuando fue estrenada en 1971 –McQueen ni siquiera asistió a la première–, el tiempo ha convertido 'Las 24 horas de Le Mans' en algo parecido a una obra de culto, venerada por el modo en que captura el fragor de las carreras de coches con una fidelidad que años después solo ha sido posible con imágenes generadas por ordenador. Por lo que respecta a 'Steve McQueen: The Man & Le Mans', es una obra relevante por varios motivos. 

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En primer lugar, confirma hasta qué punto tenían razón las malas lenguas: tras el cegador carisma que McQueen proyectaba se escondía un hombre chovinista, mentiroso, psicótico, narcisista y arrogante que parecía creer que cualquier indiscreción le debía ser perdonada o encubierta, y que nada estaba fuera del alcance de su talento. También era un hombre aterrorizado. Durante toda la producción de 'Las 24 horas de Le Mans' paseó una pistola. 

En su defensa cabe decir que se salvó por los pelos de ser asesinado: había sido invitado a la fiesta que Sharon Tate dio en su mansión de Los Ángeles en agosto del año anterior y que la familia Manson convirtió en una masacre. Conviene recordar asimismo que McQueen era el producto de una infancia extremadamente problemática, abandonado por su padre y arrastrado alrededor de Estados Unidos por su madre alcohólica antes de acabar en un reformatorio y unirse luego a la Marina. No tenía disciplina ni educación con las que dominar a la bestia interior que la fama desató.

Además, el documental funciona como retrato de un tiempo en el que Hollywood era muy distinto, un tiempo en el que a una estrella suficientemente valorada por los estudios se le habría permitido rodar una película basada en el listín telefónico si así lo hubiera querido. Si hoy en día Robert Downey Jr. o George Clooney van a un estudio y anuncian que quieren gastarse montañas de dinero para viajar a Europa y jugarse la vida compitiendo en una carrera de coches, posiblemente serían echados a patadas del edificio por un par de fornidos 'seguratas'.

EL OCASO DE UNA ESTRELLA

Por último, la película funciona como interesante estudio de cómo acabar aplastado contra el cielo. Tras el fracaso de 'Las 24 horas de Le Mans', McQueen no volvió a pilotar, y durante el resto de sus días como actor se dedicó a participar en películas de éxito comercial asegurado de antemano, como 'Papillón' (1973) y 'El coloso en llamas' (1974). Él, que había soñado con tomar las riendas de su carrera y convertirse en productor de sus propias películas, contempló cómo Redford, Warren Beatty y otros colegas lograban ese mismo objetivo mientras él debía conformarse con ser una estrella.

En 1980 murió de mesotelioma, un extraño tipo de cáncer de pulmón al parecer causado por la inhalación de asbesto. Cuando McQueen pilotaba, los trajes y las máscaras que usaba probablemente contuvieran ese material resistente al fuego. En otras palabras, es quizás aquello que más amaba lo que precisamente acabó matándole.

Al final de sus días, en el centro médico de Chihuahua (México) al que acudió en un último intento de tratar su enfermedad, McQueen organizó una sesión de cine para el resto de pacientes del hospital. La película escogida para la ocasión, cómo no, fue 'Las 24 horas de Le Mans'.