Rosa Ribas: aquí huele a éxito (por fin)

La escritora catalana afincada en Alemania aparca el género negro en 'Pensión Leonardo', la novela con la que espera despegar en el mercado español

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IMMA MUÑOZ

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Las almas son como las narices: cada uno tiene la suya, y, si le hace retoques, por más que al quitarse las vendas se dé un aire a George Clooney o a Angelina Jolie, corre el riesgo de diluir el carácter que otorga ese rasgo facil entre tanta perfección. ¿Qué tiene esto que ver con Rosa Ribas? Pues mucho. La escritora catalana llevaba un tiempo considerable asomando la nariz en el panorama literario español sin lograr que ese apéndice suyo sin estrépitos, a juego con sus maneras dulces y reposadas, lograra imponerse en estos pagos como lo hace en su Alemania de adopción, donde cada nuevo volumen de su serie de novelas de la inspectora Cornelia Weber-Tejedor es esperado por un público numeroso y fiel.

Las cosas cambiaron en el 2013, cuando Siruela le publicó 'Don de lenguas', una celebradísima novela negra ambientada en la Barcelona del Congreso Eucarístico de 1952 y protagonizada por una periodista novata, Ana Martí, que vivió una segunda aventura en 1956, también editada por Siruela, con el título de 'El gran frío', un año después. Pues bien, las dos novelas que al fin convirtieron a Rosa Ribas en profeta en su tierra fueron escritas a cuatro manos (y dos narices) con Sabine Hofmann, compañera en la Universidad de Fráncfort además de amiga.

Escribir a cuatro manos supone, lógicamente, equilibrar dos estilos para encontrar un tercero unitario, con las consiguientes renuncias. Y aquí es donde vuelven a aparecer las narices: la del dúo Ribas-Hofmann era tan armónica, tan perfecta en todos los sentidos, como la de, pongamos por caso, Kim Kardashian, pero no permitía que apreciáramos el alma de Rosa Ribas como la novela que la ha llevado este mes de presentación en presentación: 'Pensión Leonardo', su tercera obra con Siruela y la que le va a proporcionar, seguro, la merecidísima consagración.

Autora versátil

"Esta novela es muy importante para mí. La fui escribiendo en paralelo a 'Don de lenguas', que tuvo un proceso de escritura muy laborioso. Sabine y yo teníamos que ir intercambiándonos lo que escribíamos y unificando el estilo, así que yo necesitaba trabajar también en un texto que fuera más mío. Además, era mi oportunidad, no de abandonar el género negro, porque seguiré cultivándolo, pero sí de demostrar que soy una autora versátil, que puedo tocar muchos palos. Ese era mi gran reto, porque, primero con la serie de Cornelia y ahora con la de Ana Martí, quieras o no, te van encasillando. Me he sentido muy libre escribiendo algo que no viene marcado por los patrones del género ni por las expectativas del lector, aunque he utilizado el instrumental de la novela negra para mantener el interés", explica Ribas ante una taza de café en un bar de la plaza del Sortidor del Poble Sec.

En este barrio ha anclado la pensión que da nombre al libro, que es como un gran barco varado en la calle de Magallanes, porque en ella todo se mueve, como al vaivén de las olas, aunque siga en el mismo lugar. Allí vive Lali, de 12 años, con sus padres, propietarios del negocio; sus tres hermanos, y la colección de personajes desarraigados que encuentran entre las cuatro paredes de una habitación alquilada su primer hogar en la ciudad a la que han venido a conquistar un futuro.

La pensión que ha dibujado Rosa Ribas y el ambiente que se respira en sus estancias ("esa vida de barriada o de pueblo"), incluyendo la cantina en la que los huéspedes pasan las horas en las que no duermen o trabajan, están construidos mitad de lecturas, mitad de vivencias: al rigor documental que ya caracterizaba tanto a 'Don de lenguas' como a 'El gran frío' se suman aquí los recuerdos de infancia de Ribas, cuyo abuelo regentaba una pensión y sus padres, un bar, en El Prat de Llobregat. "La de mi abuelo se llamaba Pensión Leoncio, como él, y acogió a muchos hombres que llegaron en las grandes oleadas migratorias para trabajar en La Papelera Española, en La Seda, en la Seat... Cuando yo nací, en 1963, la pensión ya no existía, pero aun así he querido ambientar la historia en 1965 porque, más allá de la novela de Lali, la protagonista, está la del desarraigo de los hombres que se instalaban en ella. Siempre siguiendo el mismo patrón: llegaban de sus pueblos (mi abuelo había venido de Castellón), se instalaban en la pensión, encontraban trabajo, con el tiempo buscaban un piso y, cuando lo tenían, hacían venir a la familia y echaban raíces en El Prat", enumera Ribas, que dice recordarse muy pequeña correteando por el bar de lo que fue la pensión, el que regentarían sus padres, y, antes, aprendiendo a caminar agarrada a las garrafas de agua. "Pero, pese a lo que tiene en común mi familia con la de la protagonista, esta no es una novela autobiográfica. Por eso no la he ambientado en El Prat, sino en Barcelona", revela.

Afincada en Alemania, arraigada a El Prat

Aunque lleva ya casi un cuarto de siglo viviendo en Alemania, adonde llegó con la intención de quedarse un año y donde se acabó afincando, Ribas se siente muy arraigada a El Prat, y también al Poble Sec. "Me gusta este sitio, que aún conserva la autenticidad de la Barcelona preolímpica, hoy tan difícil de encontrar. Tengo un piso en la calle de Tapioles, así que lo conozco bien. Por eso pensé que era el mejor lugar para ambientar la historia, porque me puedo mover por sus callejas con los personajes. Además, aquí están las calles de Magallanes y Elcano, perfectas si tienes un personaje que es marinero y se llama Zunzunegui. A veces, la realidad te ayuda", sonríe.

Por esas callejas deambula Lali, a esa edad en la que la inocencia puede resquebrajarse en cualquier momento, siempre atenta a las historias que se cuecen a su alrededor y, sobre todo, a cualquier dato que la pueda ayudar a recomponer la suya. Porque el pasado de la familia de Lali –como la cara de su padre, tuerto; o el cuerpo del camarero Peret, manco; o las extremidades de Luciano, el encargado del bar, cojo– está incompleto. "Ese es el gran motor de Lali: el ansia de saber, la necesidad de romper el silencio que impera en una sociedad que aún tiene miedo, que no se atreve a hablar del pasado. A Lali, como a los tres mutilados, le faltan trozos, le faltan piezas: saber quiénes eran sus abuelos, y por qué sus padres reaccionan tan mal cuando les pregunta por ellos". La niña, devoradora de libros, quiere dar un paso más: ya no le basta con conocer las historias ajenas. Ahora reclama la suya. "Eso también nos ha hecho escritores a muchos: haber sido lectores infatigables durante años y pensar un día: 'Ahora me toca a mí".

Tras haber clavado en las novelas compartidas con Hofmann el retrato de la gris Barcelona de los 50 (aunque pendientes de su tramo final, que abordarán en el libro que cerrará la trilogía, en el que empezarán a trabajar, según sus cálculos, en Navidad), la cuidadísima prosa de Rosa Ribas recrea en 'Pensión Leonardo' unos años 60 que poco tienen que ver con la imagen de incipiente modernidad que a menudo se ha dado de ellos. "Es que era una modernización muy superficial, la que vivía el país: una cosa es que se escuchara música yeyé, y, otra, que las cosas hubieran cambiado". Como muestra de ese anquilosamiento ancestral, la pasión enfermiza con la que la profesora de religión de Lali les cuenta en clase los martirios de santos. "Yo recuerdo leer en las vidas de santos relatos brutales, puro gore. Y de bien pequeños nos hacían enfrentarnos a eso. Ahora hablan del trauma de la muerte de la madre de Bambi... ¿Y San Andrés crucificado en aspa? La iconografía católica hace una recreación terriblemente morbosa del sufrimiento. Hay una fascinación casi sexual por la sangre. Nosotros estamos curtidos, pero la gente que viene de otras tradiciones religiosas, como Sabine, que nació en Bochum, en la Alemania protestante, se quedó helada al descubrirlo".

Diferencias culturales

Precisamente sobre las diferencias culturales entre países podría impartir Rosa Ribas un máster a partir de algo que ha venido con el éxito: la traducción de sus novelas. 'Don de lenguas' ha aparecido en alemán (algo habitual para Ribas, que ha cosechado sus mayores éxitos en ese mercado), francés, italiano, japonés e inglés. ¡Inglés! Tal vez ver el libro de uno en ideogramas impresione más que verlo en una lengua tan cotidiana hoy, pero colarse en el mercado anglosajón es una verdadera gesta. "Sí. Y con una traducción buenísima, que ha sido premiada. La pena es que la editora consideró que el hecho de que fuera firmado por dos autoras de dos países sería un problema, así que en inglés somos Sara Moliner. ¡Y me da una rabia! Querían que el apellido empezara por una letra entre la L y la N, porque así queda más o menos en el medio en las estanterías. Es todo otro concepto. ¡Y las portadas son tremendas! Y apenas tienes margen de maniobra... Te piden la opinión de este modo: 'Esperamos que le guste tanto como a nosotros'. Poco puedes objetar", dice resignada.

Aunque ellas lo hicieron: "Es que en la primera versión salía un tipo con tejanos, en plan James Dean. Aceptaron cambiarlo, pero dijeron que el estilo lo tenían que mantener", se encoge de hombros. Por narices. Desalmados.

EL LIBRO

La pensión Leonardo es el centro del mundo de Lali, un microcosmos que se quebrará cuando llegue un huésped inesperado. Conocida sobre todo como autora de género negro, esta obra de Rosa Ribas coincide en el mercado con otra en la que también se aleja del noir: la recopilación de sus historias de 'Miss Fifty', editada por Reino de Cordelia.