Rocío Márquez. La voz que ha puesto a temblar el flamenco

Esta cantaora de Huelva ha agitado el cante hondo con su propuesta rupturista

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CARLOS MARCOS

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La canción termina. El público aplaude. Cuando remiten los vítores alguien grita, desde la platea: “¡Pues a mí no me ha gustado! ¡Nada de nada!”. Estamos en el Auditorio Nacional de Música de Madrid. La refinada acústica de la sala permite que el rugido se oiga vívidamente. El ambiente se tensa. El tipo que ha expresado su disgusto se levanta y se encamina hacia la puerta. Le sigue su pareja. El concierto solo ha consumido el ecuador. Los que acaban de abandonar la sala abruptamente son mayores: cabelleras canosas, indumentaria clásica. Hay más deserciones. Suena la siguiente canción. Se vuelve a repetir la escena: unos jalean entusiasmados, otros se marchan. “¡Me estás fastidiando, niña!”, brama otro espectador, trajeado y con un pañuelo de seda anudado al cuello. El tipo abandona su butaca. Las renuncias no pasan de una decena, pero son ruidosas. Otros disconformes tragan saliva y aguantan en su butaca. Al final del concierto, en el vestíbulo, el contraste es palpable: la gente de más edad muestra su indignación; los de perfil moderno (entre ellos, la cantante Christina Rosenvinge) e intelectual (como la pareja de escritores Antonio Muñoz Molina y Elvira Lindo) se deshacen en elogios.

Unos días después de la actuación, la protagonista del catártico recital, Rocío Márquez, escucha con tranquilidad el relato de las deserciones. Se toma unos segundos de reflexión y apunta: “Si le soy sincera, cuando estoy en el escenario no me entero de nada. Obviamente, si se marcha todo el mundo sí me doy cuenta, pero si son unos cuantos, ya no”. Rocío Márquez (Huelva, 29 años) es una persona de trato dulce, con una mirada azul suave, pero de unas convicciones férreas.

Marchena como excusa

Detrás de esas maneras apacibles, casi melifluas, está una mujer fuerte y valiente. Ella está protagonizando la gran revolución flamenca de los tiempos actuales. Contamos la historia. Márquez se había hecho un hueco en el circuito de peñas y escenarios flamencos ortodoxos. Sus seguiriyas y fandangos pellizcaban lo suficiente como para atrapar al público clásico, ese que es alérgico a las innovaciones. Se había convertido en una de los nuestros. Pero ella no se sentía realizada. “Tenía una gran necesidad de evolución. Me empezaron a interesar otro tipo de cosas, como Marina Abramovic o Pina Bausch. Me di cuenta de que tanto el baile como la guitarra flamencos han evolucionado, pero al cante se le pone una losa encima. Lo consideran un elemento matriz que no puede sacar los pies del tiesto. Yo creo que el cante, al igual que el baile y la guitarra, puede hacer propuestas distintas. Y que estas se respeten, que se entienda que puede haber distintas vías”. Fue cuando se asoció con Raül Fernández, Refree, músico barcelonés de corte rock independiente, que como productor ha rejuvenecido a Kiko Veneno y ha impulsado la carrera de Sílvia Pérez Cruz. Los dos comenzaron a diseñar el disco 'El Niño', un homenaje al cante libre de Pepe Marchena. Pero en la sala de máquinas el plan era otro: Marchena como excusa, como hilo conductor para desbocar y transformar el cante flamenco.

Hay una parte del disco de impronta clásica, que produce Faustino Núñez. La otra es la producida por Refree, la que patea las tripas. El barcelonés Alex Sánchez, 37 años, mánager de Márquez, relata el primer encuentro entre la cantaora y Refree. “Quedamos en La panxa del bisbe, un bar del barrio de Gràcia, donde vive Raül. Ellos no se conocían. Yo decidí llevar la carrera de Rocío después de verla en un concierto. No soy un especialista en flamenco y me impactó su potencial para conectar con todo tipo de público, no solo el flamenco. Raül y Rocío comenzaron a hablar y ocurrió algo curioso. Ella prefirió transmitir a Raül sus sensaciones cantando. Así que se arrancó con unas coplas allí mismo, en la mesa del bar, con un café. Aunque lo hizo en voz baja, las mesas de al lado enseguida se pusieron a mirar y a escuchar. La segunda cita ya fue en el estudio de grabación de Raül, para planear el disco”.

En directo, la reproducción de 'El Niño' conmociona. Los primeros 45 minutos son escrupulosos con las bases del género. Con el clasicismo a la guitarra de Pepe Habichuela, la cantaora busca en sus entrañas flamencas para felicidad de los aficionados puros. Por contra, la segunda parte del recital es torturante para ellos. Abandona el escenario Habichuela y emerge una banda de rock nihilista y potente, cercana al picapedrero krautrock alemán. Batería atronadora, guitarra tormenta y el acompañamiento al teclado chillón y a la voz angustiada del Niño de Elche, un personaje anárquico y lleno de recursos del que se hablará profusamente en los próximos meses.

Rocío, a su lado, se abandona a la locura: grita, recita, se contorsiona… Por la cabeza de los aficionados más mayores parece pasar un tanque chirriante. Los más jóvenes y/o abiertos se entusiasman con el guirigay que estalla en el escenario. Cuando termina la exhibición ácrata, los espectadores que aún quedan en la sala (muchos) parecen pedir tiempo para asimilar lo vivido. Un crítico escribió después de ver el concierto en la Bienal de Sevilla: “Se escuchan desafinaciones provocadas, modulaciones tímbricas forzadas, sonidos guturales. Conectada con la herencia de Enrique Morente en un intento de transgresión que termina por restar importancia a una deliciosa primera parte al mostrar dos caras equidistantes en un mismo espacio y tiempo”.

Pasa de todo

Tras el recital madrileño, los músicos se reúnen en un bar cercano al Auditorio. Pepe Habichuela, el Niño de Elche, Refree… Todos beben y ríen. Rocío recibe enhorabuenas mientras da tragos a una lata de Nestea. “¡Tú pasa de todo!”, le dice Habichuela refiriéndose a los que se marchan del concierto disgustados. Y esa frase del maestro de la guitarra es oro para ella: es un clásico reconociendo el valor rupturista de los jóvenes. “El flamenco está en un momento de transición. Hay mucha gente joven y estamos todos cortados por el mismo patrón: gente sana que no tomamos apenas alcohol. Eso algunos lo ven como algo negativo. Pero la generación joven tenemos otra forma de hacer las cosas: somos formales, puntuales… En otro momento no era así. Siempre hay ese discurso que dice: ‘Claro, es que los jóvenes ya no son tan auténticos…’. Pero yo creo que lo interesante es la integridad. Nosotros no hemos vivido lo que han vivido los flamencos más veteranos. No podemos comportarnos como si fuéramos ellos. Aquellos eran auténticos porque se comportan según lo que vivieron, y nosotros también por ser consecuentes con el momento en el que hemos nacido”, reflexiona la cantaora días después.

Hablamos del papel de la mujer en el género jondo. Cuenta que las flamencas tuvieron que montar la Peña Femenina de Huelva porque no las dejaban entrar en los locales gestionados por varones. “Y esto no fue hace 60 años. Le estoy hablando de los ochenta”, señala. ¿Cree que por ser mujer se le juzga más duro? “Puede sorprender más. De una mujer joven y con una voz dulce como la que tengo yo se suele esperar que sea una niña buena que contente a todo el mundo y que busque la aceptación”.

Enrique Morente siempre es referente cuando se habla de riesgo dentro del flamenco. Rocío se lamenta por no haberle conocido (el cantaor falleció en el 2010). “Recuerdo cuando era chica. Los puristas me veían con discos de Morente y me decían: ‘No escuches esto, que te vas a perder”, rememora. Mientras asimilaba las innovaciones del maestro granadino, una preadolescente Rocío acudía a todos los espacios televisivos y radiofónicos posibles, si en ellos podía cantar. 'Veo, veo', 'Bravo bravísimo', 'Esos locos bajitos', 'Gente de primera'… y 'Menudas estrellas', aquel programa presentado por Bertín Osborne en el que la cámara cazaba a los padres hechos un mar de lágrimas mientras su retoño lo daba todo en el plató imitando a algún artista popular. “Con mi madre pasó una cosa graciosísima. Cuando veíamos 'Menudas estrellas' en la tele en casa y enfocaban a los padres llorando, siempre decía: ‘Hay que ver la gente, ya se podría contener y no llorar de esa manera‘. Pero cuando actué yo, ella lloró” (risas). La pequeña Rocío imitó a Marifé de Triana y quedó la segunda.

Acoso en el colegio

Reconoce que fue una etapa enriquecedora, que aquello de que el piloto se encendiera y empezaran a grabar le enloquecía. Pero luego desembocó en el que seguramente es el episodio más dramático al que se ha tenido que enfrentar. Se siente incómoda hablando del tema, pero lo acaba confesando: “Pasé una mala experiencia con 9 años. Aprendí mucho en 'Menudas estrellas', y lo volvería a hacer, pero es verdad que a esa edad desmarcarte tanto te puede salir mal. Sufrí 'bullying' en el colegio. Pasé bastante tiempo sin ir a clase porque teníamos que grabar. Yo tenía en el colegio un carácter bastante líder, pero a la vuelta no conseguí engancharme bien. A veces los niños son crueles”.

Le preguntamos si hubo episodios de violencia física. “No me gusta mucho hablar de este tema, pero fue una experiencia mala…”, señala, con la voz apagada. La consecuencia de los abusos es que debió cambiar de colegio, protegerse y buscar salida. “Está claro que hay circunstancias que te cambian la vida. Son puntos de inflexión. A partir de ahí me refugié en el cante. Construí mi propio mundo. Tuve la suerte de encontrar una vía de escape”, reflexiona, y se da un respiro con unos segundos de silencio.

Rocío reside en Sevilla desde los 15 años, cuando se fue a vivir con su hermana mayor. Allí estudió Magisterio Musical y consiguió una beca en la Fundación Flamenca Cristina Heeren. Actualmente continúa en la capital andaluza, pero ahora vive con su novio. Proviene de una familia de clase media (su madre es auxiliar de Farmacia y su padre da clases en la Universidad) y se considera políticamente “coloraíta”. ¿Cuánto? “Bueno, yo creo que es un momento en el que quedarse a medias tintas no sé hasta qué punto interesa, ¿no?”.

Su agenda rebosa en estas semanas. Viene de actuar en Brasil, el mes de enero lo ha pasado recorriendo Francia (con recital estelar en París este 2 de febrero), el 22 de marzo actúa en el Globe Theatre de Londres y en mayo se presenta en el Primavera Sound, de Barcelona. Este último dato ofrece una idea de la dimensión que está tomando la artista: una flamenca (moderna) en el epicentro del pop indie. Entre medias, le ha dado tiempo a cantar el himno del Recreativo de Huelva, el equipo de su ciudad, para conmemorar los 125 años del club de fútbol más antiguo de España. Siempre con un pie en la tradición y otro en la evolución. Su última frase, dicha con su voz dulce, suena poderosa: “Me parecería muy triste acabar mi carrera con el mismo público que empecé. Eso significaría que siempre habría hecho lo mismo. Yo creo que estamos vivos y que tenemos que seguir caminando”.