Ricardo Darín: "Toda la vida venerando una vida merece un final con decrepitud"

El actor encarna a un enfermo de cáncer en 'Truman', una película sobre la muerte que, sobre todo, irradia vida

RICARDO DARÍN EN DOMINICAL 684

RICARDO DARÍN EN DOMINICAL 684 / periodico

JUAN MANUEL FREIRE

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Desde que lo descubriéramos (aquí) con Nueve reinas, el argentino Ricardo Darín (Buenos Aires, 1957) se ha convertido en favorito de varias generaciones de espectadores con sus interpretaciones cargadas de locuacidad y veracidad. Ha rodado películas radicalmente distintas –poco ha de ver el 'thriller' melancólico 'El aura' con la dislocada comedia negra 'Relatos salvajes'–, pero en todas ellas ejerce el mismo efecto: Darín es una máquina de empatía. Sea cual sea su papel dentro de la historia, quieres, necesitas que sea él quien gane.

Su nueva película, 'Truman', tan solo llevará más allá el culto. Es una de sus mejores películas, en gran parte por contener una de sus mejores interpretaciones: en su papel de enfermo de cáncer decidido a acabar antes de tiempo con su calvario, Darín exuda la humanidad acostumbrada, pero, además, con un extra de sutilidad, de maestría y madurez. Ayuda a la explosión del lacrimal la labor, también perfecta, de Javier Cámara como el amigo de infancia del protagonista que pasa junto a él unos días de despedidas y catarsis. Ambos se llevaron el premio al mejor actor (ex aequo) en el último festival de San Sebastián.

Ninguno de los dos es Truman: Truman es el perro de la película. Un símbolo afectivo, como sabrán quienes vean el filme. No hablamos de perros, pero sí de un puñado de otros temas importantes con un Darín tan expresivo como en su filmografía.

Las películas sobre enfermedad a algunos nos ponen enfermos. ‘Truman’ es una excepción. Podría hacer tantas cosas dudosas…Y las esquiva todas.

Muchas películas con enfermedad por medio se limitan a clavar el cuchillo. Pero yo creo que, en este caso, Cesc [Gay, el director] fue más que prudente. Estuvo atento a eso. A veces teníamos ideas, se nos ocurrían situaciones y al final decíamos: “Casi mejor que no”.

Habla de la muerte, pero sin efectismos. Con serenidad.

Si le soy honesto, eso no fue exactamente lo que me atrajo. Lo que más me movilizó es que aborde el tema del derecho a decidir sobre tu propia vida. Todo el tiempo nos recuerdan a los ciudadanos, de donde fuere, nuestras obligaciones: haz esto, y tal cosa, y la otra. Muy poco nos recuerdan nuestros derechos. Truman me interesa porque nos hace recordar que deberíamos hacer lo que nos diera la gana con nuestra vida.

Este mismo mes, el caso de la niña Andrea ha reabierto el debate en España sobre el derecho a la muerte digna.

Por supuesto, es un gran campo de acción en el que habría que tener muy controlado, visualizar con mucha claridad, de qué trata cada caso en particular. Pero estoy de acuerdo con el derecho a la muerte digna. Atravesar toda una vida de sacrificios, de luchas, de superar obstáculos, generar una familia, en el mejor de los casos… Toda una vida venerando la vida no merece un final con decrepitud. Es decir, si alguien consciente de sus actos decide no rebajarse a su mínima expresión, a mí me parece que está bien. Y si está consensuado con sus seres amados, más todavía. 

Al recibir el premio al mejor actor [compartido con Javier Cámara] en el festival de San Sebastián, citó un tuit de un joven espectador: “Con 23 años fui a ver una película sobre la muerte y creo que lo aprendí todo sobre la vida”. ¿A usted le ha pasado eso con alguna película?

Sí, con varias. Me encantó 'Mi vida', con Michael Keaton, que también abordaba la muerte con un gran sentido del humor, bastante oscuro. Me marcó no solo por la gran actuación de Keaton, al que admiro profundamente porque hace cualquier cosa y bien, sino también porque me gustaba el enfoque, muy vital, aunque sea paradójico. Hablaba de una vida que desaparecía pero también la de un hijo que llegaba.

También hay algo de películas de Alexander Payne como ‘Los descendientes’ y ‘Nebraska’...

Si es una referencia, no lo sé. En cine te sueles encontrar con guionistas y directores que usan películas de referencia para el trabajo. Yo siempre trato de quedarme al margen de eso. Primero, porque soy medio Zelig [un personaje de Woody Allen] y puedo llegar a boicotearme a mí mismo: si algo me gustó demasiado, me puede quedar pegado.

¿Es un actor de método, tiene algún tipo de…?

Sí, me despierto a la mañana temprano, tengo muchas horas de espera en el set, tengo los pies ya cuadrados de tanto esperar, y…

Entonces no es como Daniel Day-Lewis, ese hombre que para ‘Mi pie izquierdo’ aprendió a pintar y escribir con eso, su pie izquierdo. Y para ‘El último mohicano’ aprendió a despellejar animales.

Admiro a los actores como Daniel Day-Lewis, que tienen esa capacidad de mutación, pero eso es un estilo y ni siquiera creo que se atengan a un solo método. Yo nací en esta profesión [sus padres eran actores] y al nacer dentro de un círculo, de un territorio, de una atmósfera, necesariamente debes encontrar las válvulas de escape; la entrada y la salida. Tampoco olvidar que es un juego. En el fondo, es solo un juego.

Háblenos de sus inicios. Usted vio cómo la tele mató a estrellas de la interpretación.

Fue un tsunami. Borró del planeta a muchos grandes actores que no eran capaces de memorizar o de trabajar con un texto de hoy para mañana. Los he visto sufrir, padecer, sudar la gota gorda. Algo dentro de mí dijo: “Eso no me va a pasar”. Y busqué mi propia forma de memorizar los textos.

Es un actor de cierto método, entonces.

En el estudio, los chicos se machacan y machacan para memorizar un texto. Es lo peor que se puede hacer. Mi sistema siempre fue todo lo contrario: yo me voy acercando al texto y dejo que este se meta dentro de mí paulatinamente, y trato de corregir, dentro de lo posible, aquellos términos o palabras que de pronto me resultan forzados. Y en esos cambios, en ese trabajo que uno hace previamente, se empieza a establecer una especie de mapa, un recorrido de memorización. Y me he sacado la tensión de tener que memorizar.

Las telenovelas fueron una escuela para usted. ¿Qué salva de aquella época?

Mi paso por las telenovelas fue bastante patético, porque se supone que yo hacía el papel de galán, pero me reía mucho. Y entonces, por supuesto, si en escenas dramáticas el galán se ríe, todos los demás se cagan de risa. Hice algunas buenas con Alberto Migré, un gran escritor de telenovelas que ponía un trasfondo siempre muy realista a lo que escribía. Después, no puedo rescatar ninguna de las que tuve que hacer o quise hacer porque eran realmente muy duras.

‘Nueve reinas’ [2000] es el comienzo de Ricardo Darín tal y como lo conocemos.

Sí, pero antes está 'Perdido por perdido' [1993], una película que rodé con Alberto Lecchi. Fue con él cuando empecé a entender cómo se hacían las películas y cuál debía ser mi relación con la cámara. ¿Sabe qué? En principio no me querían para el personaje de 'Nueve reinas'. El director no quería que el personaje tuviera empatía con la audiencia. Él quería que fuese un malandra, un criminal, y que fuera tratado como tal. Eso fue lo que hicimos y no nos salió. Hay muchos tipos patéticos de los que uno piensa: “¿Pero cómo puede no darse cuenta de lo mal que cae?”. Y sin darte cuenta a veces les puedes coger cariño.

Aunque sean lo más despreciable del mundo.

Yo creo que la última cocción y posible reescritura de un texto es el montaje. Tú le quitas medio segundo a una toma o la agregas, y puede cambiar diametralmente el enfoque o la dirección que se pretende. Muchas veces, esa empatía es solo una cuestión de 'timing', un gesto de más, un gesto de menos.

Haga lo que haga, usted genera empatía. La gente va a sus películas como si fueran una promesa de humanidad, de cercanía, de emotividad. ¿Es consciente de ser casi un género?

No era consciente de ello. No lo era. Hasta que no me quedó más remedio que serlo. Un día tomé un vuelo de Iberia y en la pantalla fui leyendo géneros de películas y decía: “Terror, suspense, comedia, Ricardo Darín…”. ¡Yo era un género! Hice fotos a la pantalla con mi mujer. Lo he padecido un poco, también, porque hay una especie de crítica enmascarada en eso: “Este siempre hace lo mismo”. El otro día tuve una reacción bastante fea con una chica en Twitter, al respecto de eso. 

No le hacía yo con Twitter.

Yo no quería, porque sabía que iba a volverme un enfermo. Trato de no usarlo para autopromoción y usarlo para otras cosas, pero ahí sale de todo. El anonimato permite que cualquiera diga cualquier cosa. Entonces, el otro día, se me ocurrió despedir a un gran actor, Tato Pavlovsky, de la forma más escueta posible. Y como respuesta alguien me dice: “¿Por qué no dejas de hacer siempre el mismo personaje, Darín?”. Perdí los papeles y le contesté una guarangada [“chúpame un huevo”, para ser concretos. Seguido por “no, los dos”]. Algún día, si tengo ocasión, le pediré disculpas. Pero me quedé pensando en que habría estado mejor decirle: “¿Y te parece que es fácil hacer de Darín? Bueno, venid a hacedlo vos, a ver cómo te sale”. ¿Por qué tengo que estar dando tanta explicación? Es decir, bueno, qué sé yo, fue para ese lado la cosa y no lo pude evitar.

¿Qué les diría a quienes han rodado el ‘remake’ de ‘El secreto de sus ojos’?

Yo mentiría si dijera que les deseo lo mejor. Mentiría. No es nada personal con ninguno de ellos. Pero lo que pasa es que yo estoy en contra de los 'remakes': a pesar de que es, en el fondo, un elogio encubierto –porque nadie va a hacer un 'remake' de algo que no le gustó–, hay algo también de “oh, qué buena idea, pero la vamos a hacer realmente bien ahora”.

“Ahora te la vamos a hacer en inglés y te vas a enterar”.

Sí, ahora sabrás lo que es bueno. Entonces, tengo un sentimiento ambivalente. Por un lado, sé el esfuerzo que significa hacer un largometraje, se haga donde se haga. Me parece bárbaro, además, que Juan José Campanella [el director del original] tenga la posibilidad de obtener unos buenos dividendos, que seguro que les vienen muy bien a él y a su familia. Pero a mí no se me ocurriría comprar los derechos de Taxi driver para hacer la versión latina. Si hay algo que te gusta tanto, no lo toques, déjalo así. Vete a tu casa, rómpete la cabeza y haz otra película.

El problema es que en Estados Unidos no parece gustar del todo leer subtítulos.

No les gusta leer subtítulos, pero por otro lado están muy interesados en los contenidos de historias y de películas que están hechas en otro idioma, en otras latitudes. Han ido por el lado de las superproducciones y las grandes estrellas y que todo explote y que vuele por el aire, y todos los buenos guionistas se han ido para el lado de las series.

¿Es usted espectador de series?

Las series tienen hoy en día mucha más creatividad. ¿A quién se le ocurriría hacer en el cine un 'Breaking bad'? ¿Quién se la jugaría al hacer un largometraje con la historia de un tipo que, sentenciado por una enfermedad, decide ir en contra de todos sus principios? Yo le deseo lo mejor a la gente de la nueva 'El secreto de sus ojos', pero no soy amigo de los 'remakes'.

Háblenos de su relación con Hollywood.Debe de ser uno de los pocos actores mundialmente conocidos que ha decidido no dar el salto, aunque sea como experimento.

Me ofrecieron hacer el papel de Giancarlo Giannini en 'El fuego de la venganza', con Denzel Washington. En principio iba a ser un narcotraficante mexicano, aunque luego acabó siendo un narcotraficante italiano radicado en Miami. Recuerdo que por entonces yo estaba haciendo teatro en Madrid y cada noche me esperaba una emisaria del gran estudio para insistir en que rodara la película. “¿Lo has pensado bien?”, me decía. “Se lo agradezco, pero yo me quiero ir a mi casa con mi familia”, contestaba yo. “El director no acepta un 'no' por respuesta”, seguía ella. “Si es por dinero, eso no es un problema”. Y al final me tuve que enfadar.

No pueden entender que alguien no quiera su forma de vida.

Ellos están en la cima y entienden que uno debería arrastrarse hasta ahí. No sé qué me habría ocurrido en otra edad. Ahora ya no estoy para ello. Tampoco es que tenga nada contra Hollywood, el cine de Hollywood. Solo me irrita su metodología profesional.

O sea, su fama de actor anti-Hollywood es injusta.

Por supuesto. Me he criado con películas americanas, las adoro. Pero eso no tiene nada que ver con lo que pienso de Hollywood como profesional, digamos. Esa es la realidad. Lamento haberme hecho esa fama, porque parece más una pose que una posición. Yo no soy anti-yanqui. De hecho, hablo en serio, no soy anti-nada.