ESCRITOR EN RUTA

El reino de la serpiente

Juan Villoro detalla su visita a la zona arqueológica de Calakmul (México), una aislada ciudad sagrada con dos imponentes pirámides donde retumba el latido de la cultura maya

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ilosadadominical numero 674 seccion juan villoro calakmu150818171203 / EL PERIODICO

JUAN VILLORO

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Los sitios arqueológicos tienen algo de parques temáticos. El viaje al pasado ocurre entre tiendas de suvenires que ofrecen dioses de plástico hechos en China. En ocasiones, el visitante se esfuerza más en sortear a los vendedores ambulantes que en subir las escalinatas de las pirámides. En Chichén Itzá, el enclave más visitado del mundo maya, la oferta de sombreros de charro y artesanías continúa dentro de la ciudad sagrada.

La principal ventaja de Calakmul es que está en un lugar rigurosamente aislado. Ahí todavía es posible tener la experiencia de lo que los mayas del periodo clásico vieron con sus ojos. Rodeada por una reserva de la biosfera de 700.000 hectáreas, la zona arqueológica es el hábitat de monos, tucanes y jaguares.

El trayecto para llegar ahí es parte esencial de la diversión. Todo comienza a orillas del mar, a 300 kilómetros de distancia, en la amurallada ciudad de Campeche. Como Cartagena de Indias o Puerto Rico, este puerto demuestra lo mucho que la arquitectura colonial le debe a los piratas. Pensadas para la defensa militar, las empalizadas se convirtieron con el tiempo en "sitios de interés". Cuando se hundió el último galeón corsario, esas piedras, que tanto le debían a la paranoia, aportaron un acogedor marco a la ciudad.

Viajé a Calakmul en compañía del fotógrafo Javier Hinojosa y el equipo de filmación del programa de crónicas de arqueología 'Piedras que hablan', que conduje para Canal 22 en la televisión mexicana. Nos hospedamos en el Hotel Puerta Calakmul, que se ubica en los linderos de la selva, justo donde la agricultura se repliega y las plantas se adueñan del espacio.

La hostelería rural

Un elemento decisivo de la hostelería rural consiste en transformar ciertas molestias en virtudes y lo poco elaborado en "orgánico". El primer explorador de Calakmul fue el legendario Sylvanus Morley. Después de 40 temporadas en la estufa vegetal de Chichén Itzá, comentó: "Quien diga que le gusta la selva es un idiota o un mentiroso". El eminente egresado de Harvard odiaba el calor y los mosquitos. Sin embargo, ese drama puede ser el lujo de un fin de semana.

Pocos lugares son tan ruidosos como la maleza tropical, pero esto permite ser arrullado por un mantra sonoro. Cada habitación del Puerta Calakmul es una cabaña con techo de palma, donde un mosquitero protege al huésped de los habitantes más nocivos de la zona y un lavabo de madera da la bienvenida a las lagartijas y los pájaros.

La comida del sudeste mexicano es una de las más atractivas y complejas del mundo. Por desgracia, el Hotel Puerta Calakmul ha caído en la tentación de modernizar sabores y combina lo dulce y lo salado según la inspiración de un chef de laboratorio. Este alarde satisface al huésped de paladar aventurero (o simplemente esnob) y decepciona al amigo de la cocina regional.

Paso a una de las más incómodas —y necesarias— confesiones del viajero. Los mexicanos tenemos la superstición de que nuestras salsas vigorosas solo afectan a los extranjeros. Por eso bautizamos al malestar intestinal como la "venganza de Moctezuma". A mitad de la selva sentí el retortijón que pone a prueba nuestra identidad nacional. Mi gesto de dolor fue tan elocuente que lo percibió una chica que bordaba en la puerta de su choza. Me preparó una infusión de corteza de chicozapote, y el remedio fue instantáneo.

Menciono el dato porque es tan importante para el viajero como tomar vitamina B para ahuyentar a los mosquitos (el repelente no basta). Por cierto que la adecuada protección genera un curioso trato entre el mosco y el hombre. Los insectos no dejan de aproximarse, pero algo los contiene y vuelan a prudente distancia de la piel, convirtiéndose en peculiares moscos "de compañía".

En la maleza

Ninguna expedición de mérito llega a la meta sin un esfuerzo. Calakmul debe su nombre a las dos inmensas pirámides que dominan su paisaje. En maya, la palabra quiere decir "dos montículos adyacentes". El nombre que los moradores daban al lugar aludía a su poderío político: Kaan, cabeza de serpiente.

Junto al Hotel Puerta Calakmul comienza una carretera que atraviesa un ejido y la reserva de la biosfera. Resultado de la Revolución mexicana, los ejidos garantizan la propiedad colectiva de la tierra. Como la Revolución misma, se han transformado en una variante de la burocracia. Para cruzar por ahí hay que pagar peaje por vehículo y por pasajeros. Lo mismo ocurre en la reserva y en la zona arqueológica. De este modo, el complejo sistema tributario de los mayas adquiere condición contemporánea, convirtiendo a esa carretera en una de las más caras del país.

Hay dos formas de encarar el contratiempo: como un abuso o como un estímulo. La primera reacción es realista (la principal fuerza de trabajo de México son los intermediarios); la segunda es entusiasta y contribuye a la épica del viaje: ¿qué sería de la selva sin sanguijuelas?

Conviene recorrer despacio los kilómetros de abigarrada naturaleza para distinguir las coloridas ráfagas de los pájaros o el pardo destello de un venado. Los arabescos de las ramas prefiguran los intrincados frisos mayas.

Cada vez que un tucán inquietaba las copas de los árboles, nos deteníamos a cazarlo con la cámara. Hay quienes piensan que un trayecto existe para ser recorrido. Para Javier Hinojosa, el camino era una oportunidad de detenerse. Como Butragueño en el fútbol, el gran fotógrafo es un inventor de pausas.

Indiana Jones en la ciudad de las estelas

Hasta entrado el siglo XX se ignoró la existencia de este inmenso bastión de la cultura maya.

En 1931, Cyrus Longworth Lundell se adentró en la zona para explotar el chicle de los árboles. De pronto, su machete dio con una piedra. Había tocado una de las 120 estelas de una ciudad sagrada.

De inmediato buscó a Sylvanus Morley, que por entonces exploraba Chichén Itzá. Pocos arqueólogos han alimentado tanto la fantasía como este patricio norteamericano. Dispuesto a afrontar toda clase de riesgos, Morley sobrevivió a la malaria y se salvó de una emboscada en la selva porque se inclinó a recoger sus anteojos cuando comenzó el tiroteo. Espía durante la primera guerra mundial, Morley sirvió de remota inspiración al personaje de Indiana Jones en la saga cinematográfica de Steven Spielberg. Su capacidad para gozar en medio de las inclemencias lo llevó a colocar un gramófono en el juego de pelota de Chichén Itzá para escuchar ópera con la impresionante acústica maya.

Morley registró la importancia de Calakmul, pero no fue sino hasta 1982 cuando Román Piña Chan y William Folan iniciaron una exploración en forma. Poco a poco se fue revelando la importancia de esta superpotencia, que llegó a tener 50.000 habitantes y cuya zona de influencia se extendía al sur hasta Guatemala. Algunas de las estelas están hechas con piedra basáltica traída de Centroamérica.

La tribu de la paz

La gran rival de Calakmul fue la distante Tikal, con la que sostuvo continuas guerras en el periodo clásico maya (siglos III al XI). En mi infancia, los mayas eran vistos como la tribu de la paz, conforme a la visión bipolar que entonces se tenía del mundo prehispánico. Una primitiva pedagogía nos enseñaba que los aztecas eran guerreros dedicados a una economía del sacrificio humano (toda la organización social dependía de extraer corazones con pedernales). En cambio, los mayas eran presentados como los científicos que inventaron el cero y predecían eclipses. Ninguna de estas versiones extremas resultaba del todo cierta.

En 1986, Linda Schele publicó Blood of Kings (La sangre de los reyes). Pieza medular en el desciframiento de la escritura maya, el libro se ocupa de los linajes narrados en las estelas. Ahí queda claro que no estamos ante la arcadia hippie que muchos queríamos ver, sino ante una civilización de temple guerrero que hacía sacrificios humanos.

La "ciudad de los dos montículos" vivió en pie de guerra, según lo constata una noticia del Templo de las Inscripciones en la ciudad de Palenque, asaltada en los años 599 y 611 por Testigo del Cielo, gobernante de Calakmul.

Las estelas trazaban un relato del poder. Las plazas eran centros de comunicación política; los glifos de la escritura maya informaban de las conquistas de los gobernantes y los lazos de sangre que legitimaban la transmisión del mando. Algunas estelas incluían la biografía de un gobernante en la parte del frente y la de su esposa en la parte trasera.

El relieve político de la ciudad se confirma con la presencia de una sección dedicada a recibir a embajadores y visitantes. La capital del Reino de la Serpiente era un sitio de guerra, pero también de su versión incruenta, la diplomacia.

Los mayas también se divertían

El apelativo de las pirámides que dan nombre a Calakmul revelan que fueron exploradas recientemente.

No llevan los apodos líricos que los antiguos arqueólogos solían ponerle a los edificios (Cuadrángulo de las monjas en Uxmal, Palacio de las mariposas en Teotihuacán, El castillo en Chichén Itzá). Conforme a la austera tendencia actual, se definen como Estructura I y Estructura II. Sin embargo, estamos ante dos de las más vertiginosas edificaciones mayas. En la cima de cada una de ellas conviene no mirar hacia abajo. Lo importante está en el horizonte. La amplitud visual hace que la mirada se suelte como si hubiera estado cautiva y solo ahora pudiera desplazarse. Las tierras altas del territorio maya se abren ante los ojos y la perspectiva parece llegar a Centroamérica.

En la marea formada por las frondas, se distinguen hendiduras. Se trata de sacbés o caminos blancos, avenidas de arena finísima que conectaban quince lugares sagrados.

Como en tantos casos de la cultura prehispánica, las principales estructuras se sobreponen a otras. Una de ellas representa una alegoría del origen y el fin del mundo. En la Subestructura II, a la que se entra por una puerta de metal, confluyen dos metáforas de la cosmogonía maya: la montaña y la cueva, el cielo y el inframundo. Un friso con una deidad —mitad hombre, mitad animal— custodia esa antesala de Xibalbá, el mundo de los muertos donde se recicla la vida. Otro aspectos notable de Calakmul son sus frescos, dedicados a un tema insólito: la vida cotidiana. A juzgar por la mayoría de los remanentes de las culturas originarias, se diría que las mujeres y los hombres del pasado no se dedicaban a otra cosa que a los rituales religiosos y al poder. Es fácil imaginarlos como brujos o gobernantes.

Lo difícil es entenderlos como gente común, que apuesta su dinero, hace un regalo o busca un remedio para el dolor de cabeza.

Como es de suponerse, los mayas también amaban, se divertían, gozaban. Los murales de Calakmul son la mejor prueba de un pueblo que bebe, comercia, bromea, se entretiene bajo el sol de mediodía.

El camino de vuelta

Con el crepúsculo, los visitantes deben abandonar la zona y los animales recuperan su terreno. En los días de suerte, el camino de vuelta permite avistar a un felino que se dirige a beber agua. Confundidas con las sombras, las ramas de los árboles integran una escritura indescifrable, y los insectos retoman el control del aire.

Asediados por sequías, epidemias, plagas, guerras y tormentas (la palabra 'huracán' es de origen maya), los moradores del Reino de la Serpiente enfrentaron un obstáculo aún mayor: la estratificación social. Toda la sabiduría se depositaba en los exiguos miembros de una élite. Diezmado ese grupo que tenía un mandato cósmico y político, la nave carecía de rumbo.

Durante la Conquista el sitio ya había sido abandonado a los trabajos del salitre y las hormigas. La selva devoró los edificios y así los protegió de la codicia. Frente a la 'Estructura I' hay un símbolo de esta tensa y fecunda relación: una estela recibe el perdurable abrazo de un árbol fosilizado.

Situada en el ojo de un torbellino vegetal, Calakmul se sobrepone al trabajo corrosivo de las eras. En ese entorno amenazado, la vida plena fue posible. Su legado es un sueño en piedra.