Priorat, 1989

Hace 25 años, diez enamorados del vino creyeron que una tierra en decadencia en los 70 tenía un potencial increíble. Se conjuraron para elaborar, entre todos, una sola botella

gratallops fundadores Priorat

gratallops fundadores Priorat / periodico

PAU ARENÓS / Barcelona

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

 Esta es la historia de una botella que atesora 25 años. Un tinto que contiene paisajes, pueblos, bosques, montañas, piedras, secretos, fe y convicción. El nuevo Priorat comienza con ese vino de 12,5 grados con el que dejaron atrás el granel para concentrarse en lo singular. Fue también la resurrección de una comarca emparrada con las vides del monasterio de Escaladei desde el siglo XII.

La producción fue de unas 8.000 botellas. Cada uno de los diez bodegueros originales recibió unas 800. Lo extraordinario es que hicieron un solo vino. Diez etiquetas y un solo vino. Solo una vez.

El reportaje recuerda la amistad de cuatro supervivientes. Camaradería, esfuerzo, talento, audacia, amenaza de quiebra y triunfo final de René Barbier, Álvaro Palacios, Daphne Glorian y Josep Lluís Pérez. Persona principal es Carles Pastrana (Clos de l’Obac), reclutador con René del grupo de los diez entre 1979 y 1989.

Al final beberán una botella del 89 –quedan pocas, buscadas por coleccionistas con sed por lo único– y las mentes se expandirán y volarán hasta aquel año difícil y esperanzador.

Los cuatro han sido convocados en Gratallops, en la bodega de Álvaro. Son días de vendimia, un año complicado, con exceso de lluvias. Dejar por unas horas los campos es para ellos un castigo. Preferían estudiar las uvas, decidir en qué momento deben ser recolectadas. Se juegan la cosecha. La tierra no admite poses. Las uñas de Álvaro tienen barro. Calza botas de trabajo. Daphne llega con ímpetu campestre, la mochila al hombro, el andar rápido. La fermentación agobia el aire. Todo el Priorat hierve.

"Cultivar a las personas"

El mayor es el profesor Josep Lluís Pérez. Antes de comprender las plantas, intentó comprender a las personas. Licenciado en biología humana por la Universidad de Ginebra, hijo de barbero, peluquero él mismo en aquella Suiza de la inmigración, llegó al Priorat tras dar clases en un instituto del Vallès Occidental. “Yo no tenía ni idea de vino. ¡Ni idea! Me interesaban la didáctica, la biología humana, Jean Piaget. El sujeto activo es el niño. Lo antagónico a lo actual. Soy de un pueblo de Alcoi, Quatretondeta, y quería venir a un pueblo”. Ese lugar fue Falset, y su centro de formación profesional. La llegada coincidió con un hito: se regló la enseñanza de enología y viticultura (curso 1981/1982). Josep Lluís hizo un estudio económico y documentó que, con lo que cobraban, los jóvenes huían del campo. Tuvo claro que “había que cultivar a las personas”. El profesor dice ese tipo de cosas: “Cultivar a las personas” o “dignificar la agricultura”.

El papel de René Barbier, descendiente de agricultores franceses en el oficio desde del siglo XIII, es el de la argamasa: unió las piedras para el muro. Fue él el que tuvo la visión y el que compactó al grupo. Había adquirido una finca en 1979 con nostalgia de la infancia en Prades. Le llegó con un soplo que en Falset, en la Escuela de Enología Jaume Siurana, había un educador: “Escuchaba hablar de una persona que tenía ideas nuevas”. “Era 1984 o 1985” y la revolución, algo intuido. René y Josep Lluís han mezclado las raíces, son consuegros, comparten nietos. La saga Barbier Pérez se intuye larga, ramificando el futuro de la comarca.

La agricultura en los años 60-70 era “polución, dolor, farmacéuticas”. En la memoria de René, suciedad y una contaminación por exceso de higiene, “rentabilizaban el campo con monocultivos”, “era la fortuna de las farmacéuticas, no del campo”. Sacar la química de la tierra, regresar a lo natural, promover la salud de las plantas y las personas. Uvas ricas en lugar de uvas obesas. “Mi obsesión siempre fue el territorio y las viñas”.

Álvaro Palacios entra en la historia en compañía de René, que trabajaba en la bodega de su familia en Alfaro (La Rioja), Palacios Remondo. “Estudié en Burdeos con el hermano de Álvaro, Antonio”. El padre de René había muerto y encontró en los Palacios nuevos afectos.

El Gran Vino

“René era mi profeta, un hippy del 68”. Álvaro tenía unos 16 años y callos primerizos, ganas de aventura, hormigas en los pies; y en la cabeza, “la idea de hacer, algún día, un Gran Vino”. “Álvaro es mi hermano pequeño”, enlaza René. 

Entiéndase que estas personas, que no están unidas por la sangre, son familia. Por sus venas fluye el tinto, decantado cuidadosamente. Álvaro visitaba a René en Tarragona, “el ambiente de Catalunya, la noche, el jazz”, escuchar un saxo y manejar el sacacorchos como otro instrumento musical.

Alfaro-Tarragona-Burdeos, Château Pétrus. “En Francia me volví loco con el Gran Vino. Hay chavales que han ido allí y no lo han pillado, se han quedado con la técnica, con la bata blanca”. Piensa Álvaro en la ciencia, pero, sobre todo, en la sensibilidad y la sensualidad. “El encanto del vino de lujo, basado en la historia de un lugar. Volví a Alfaro. Y quise irme. Irme de la empresa, pero nunca me fui de casa”. Necesitaba hacer su vino a su manera. La vid como forma de crecimiento. “El Gran Vino está en el viejo mundo: Italia, Francia, España. Entonces estaba lleno de tesoros olvidados”. En los 80 en el Priorat, la llicorella era la tapa del cofre.

René y Álvaro se recuerdan soñando, encegados con la idea del Gran Vino. “Siempre hablando de lo mismo”. La mejor de las ideas fue compartir. Hablan de comuna, hablan de unión, hablan de colectivo, hablan de “admiración”.

“Sin ayuda me hubiera sentido estúpido. Solo podíamos conseguir una gran región entre todos. Es la clave”, dice René con la barba melancólica. “Es posible un vino de élite con mucha gente produciendo”, corrobora Álvaro, la piel de albero, mimetizado con las vides otoñales. Atraer talento, atraer conocimiento, colaborar. Y la ciencia, dice Josep Lluís: “Había que ocuparse de que la ciencia estuviera con nosotros”.

"Bajo un mismo techo, cada uno su vino"

En 1988, René y Álvaro encontraron a Daphne en una feria en Florida. “Vendía vino”, recuerda la suiza trasladada a EEUU. “Fuimos a bailar. René fumaba en pipa y la perdió, encendida, entre la multitud, ¡y nos pusimos a buscarla!”. Eso son los pequeños detalles que, como una brasa, siguen encendidos en la memoria. Hoy Daphne sabrá, 26 años después, que René encontró la pipa que ella creyó extraviada esa noche de terciopelos. Escuchar a aquellos chalados, ¡hacer un Gran Vino!, la convenció: “Fui al Priorat y en una tarde compré la finca”. “Dinero no había mucho”, cuenta Daphne. Álvaro lo reafirma: “Esto no encajaba con nadie con dinero. Lo marcaba la idiosincrasia de la zona, la dureza y las limitaciones. El Priorat se hace como quiere el Priorat. La idea era una bodega conjunta, pero cada uno haciendo su idea de vino”. “Bajo un mismo techo, cada uno su vino”. “Discutíamos mucho. Cada uno iba construyendo su mundo, su barrica”. Los cuatro expresan lo mismo. Todos/cada uno.

Laderas de vértigo para una viticultura de riesgo. Años después, cuando el Priorat era voceado por el mundo, llegaron los capitalistas y se estrellaron tras rodar por las pendientes. Esta tierra obliga a herirse.

Josep Lluís injerta la visión social: “Creímos que si hacíamos vinos de calidad, la gente, los jóvenes se quedarían”. “Nunca pensamos  en hacer un vino de batalla”, remata Daphne. Con la idea colaborativa, solidaria, cada uno aportó lo que tenía. René puso bodega y uvas. Álvaro trajo las barricas porque entonces estaba en ese negocio. Josep Lluís Pérez acaparaba conocimiento técnico, pero también necesitaba capital: “Tenía cuatro hijos. Tuve que salir fuera como asesor técnico y llevar fincas en todas partes”. Aún hoy aconseja en Suecia y Egipto, donde elaborar es una tarea arenosa.

Un solo vino, diez etiquetas: Clos Mogador 1989 (René Barbier),  Clos Dofí 1989 (Álvaro Palacios), Clos Erasmus 1989 (Daphne Glorian), Clos Martinet 1989 (Josep Lluís Pérez), Clos de l’Obac 1989 (Carles Pastrana), Clos dels Llops 1989 (Luc Van Iseghem), Clos Ballesteros Jové 1989 (Antonio Rosario), Clos Basté Krug 1989 (Toni Basté), Clos Setién 1989 (Fernando García) y Clos Garsed 1989 (Adrian Garsed). Una Internacional Vinícola con varias nacionalidades.

El 'boom' llegó en 5 años

El futuro estaba encerrado en una botella de 75 centilitros y tenían que salir a venderlo. Quim Vila, comerciante y  dueño de Vila Viniteca, tuvo nariz: “Los conocí en 1991 con la añada del 89. Primero a Álvaro, creo que a René y a Josep Lluís, juntos. La última, Daphne. Me quedé 24 botellas del 89. Pensé: ‘Estos tíos están locos’. El lugar es tan especial… También fueron las primeras bodegas que comenzamos a distribuir. 10 cajas al año. Costaba mucho venderlas. Pasaron cinco años antes de que llegara el 'boom'. En 1995, L’Ermita del 93 [L’Ermita es el top de Álvaro] armó jaleo. Antes de Robert Parker [el crítico más reputado], alemanes y suizos ya habían dicho que eran fantásticos”. Parker dio 99 puntos al Clos Erasmus 1994 y 97 a L’Ermita del mismo año.

El precio era un certificado, una confirmación. Que el vino era bueno. Que ellos eran buenos. René viajó a Francia para presentar sus respetos y Clos Mogador al sumiller Jean-Claude Jambon. Se lo sirvió y le preguntó si pagaría 1.500 pesetas por la botella. Entonces, la cooperativa vendía el litro a 70-80 pesetas, y hoy los mercados pagan por los grandes tintos de la comarca entre 100 y 1.000 euros. ¿Por qué un líquido anónimo de un lugar remoto tendría que haberle interesado al señor Jambon? René regresó a Gratallops con varias cajas vendidas.

Desgracias familiares

Contarlo de esta manera es contarlo a medias. Hay que hablar también de deudas, de miedo, de peligros, de rivalidades, de cortes de luz por falta de pago, de desgracias familiares. “Un día en Mora se me rompió el coche, un trasto, estaba desesperado, lloré, ‘quiero una nómina, quiero irme a casa, no puedo más”, rememora Álvaro con la sonrisa torcida. “Pasaron millones de cosas, pero las salvamos porque éramos superobstinados”, concluye Daphne.

Los “superobstinados” prueban el Clos Dofí del 89, botella 000376, red table wine, 12,5 grados; 45% de garnacha, 10% de cariñena, cabernet sauvignon, syrah, merlot. Gemelo de los otros nueve clos. La DO no les permitió calificarlos como priorat por la baja graduación.

En 1989 murió el Dalí de los bigotes pochos, Arafat anudó el Estado de Palestina con un pañuelo y los berlineses desmontaron el muro y el comunismo.

René: “Aún está aquí”.

Álvaro: “Elegancia, frescura, vitalidad. Tiene vigencia, está nervioso, vivo”.

Josep Lluís: “Es un vino del Priorat, con todas sus cualidades. El Priorat es el responsable. ¡No teníamos suficientes conocimientos! Es un milagro”.

René: “El encuentro con Josep Lluís, discusiones sobre la maceración… Creo que acertamos”.

Daphne: “Claramente le falta grado. Es fantástico que se mantenga así. Más estructura que carne. Como un bebé un poco gordito que al hacerse adulto se afina y se le ve el músculo”.

 En el metal del cuello de la botella se lee como resumen y con orgullo: Personalitat única.