El peor y el mejor verano de Juan Villoro

Al escritor mexicano el agua del mar le trae los recuerdos más tristes y la del río, los más deliciosos

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JUAN VILLORO

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UN MAR DE DESENGAÑOS

Cuando era niño, las vacaciones largas ocurrían en inverno para coincidir con la Navidad. Yo estudiaba en el Colegio Alemán de la Ciudad de México. En diciembre cantábamos villancicos y dibujábamos paisajes nevados. Nuestras costumbres eran invernales, pero afuera brillaba el sol del trópico.

Por aquel tiempo México llegó a un raro consenso: para salir del atraso debíamos celebrar las vacaciones como los países desarrollados.

Año con años, el calendario escolar se modificó para “emparejarnos con Europa”. Tuvimos vacaciones en febrero y marzo, luego en marzo y abril, hasta llegar al codiciado lapso de la modernidad: julio y agosto. 

Este desplazamiento cobró especial relevancia en mi escuela. Mis compañero alemanes podrían visitar a sus parientes en Colonia o Dortmund. Menos cosmopolita, yo tenía primos en Veracruz. La modestia de mi destino de viaje no me privó del orgullo de pertenecer a la primera generación de niños mexicanos con vacaciones veraniegas. 

Tomamos un tren de los años treinta, comprobando que México era un museo de la tecnología. Compartment C, el famoso cuadro de Hopper donde una pasajera lee en un tren, es de 1938. Ese vagón Pullman, con el asiento que se convierte en cama, es idéntico al que tomé en 1967, a los 11 años, para ir al Golfo de México.

Varias cosas contribuyeron a las peores vacacio-nes de mi vida. La primera fue la expectativa de que el verano trajera algo grandioso. Quien anticipa hazañas no se conforma con el buen clima.

Además, poco antes de partir hubo un signo ominoso: mi padre no haría el viaje. Él detestaba el calor, la playa y la idea de relajarse. Solía acompañarnos al hotel, vestido de traje, como quien cumple un trámite burocrático, y tomaba el primer tren de regreso. En esta ocasión ni siquiera hizo el trayecto, primera señal de que mis padres se separarían.

Durante las vacaciones leí La isla del tesoro en una edición donde las ilustraciones daban miedo. Soñé con piratas que querían morderme a pesar de haber perdido los dientes. 

Pero mi verdadero contacto con la maldad ocu-rrió en el baluarte de San Juan de Ulúa, principal presidio en tiempos de la Colonia. Me interesó la historia de Chucho El Roto, Robin Hood mexicano. Vi la celda que había compartido con otros cuatreros y de la que logró escaparse. Preso de nuevo, fue encerrado en un calabozo no mayor que un armario, donde era imposible estar de pie. Ahí murió encadenado. Me pareció inverosímil que la justicia concibiera ese vejamen. Dejé de soñar con piratas para soñar con el ladrón torturado por la ley.

Ese verano conocí la crueldad y el amor, forma refinada de la crueldad. En la playa, una chica me reveló la inmensa dificultad de ser notorio ante un ángel indiferente. Para llamar su atención, le hablé de tiburones. Al fondo de la bahía había una red para prevenir que los depredadores se acercaran a la orilla. Más que por mí, se interesó por el peligro. La invité a un viaje en lancha que mi madre había programado para esa tarde. Aceptó y mi felicidad fue tan grande que caminé mar adentro, sorprendido de que el nivel me diera a la cintura. Me detuve poco antes de llegar a la red.

Por la tarde, mi madre condujo una lancha de remos llena de niños. La expedición fue temeraria porque decidí tirarme por la borda. Recordando que el agua me había llegado a la cintura, dije: “Ya sé nadar”. Salté, esperando tocar suelo. Ignoraba que la marea sube. 

Caí en un abismo líquido. Manoteé y me volví a hundir. Mi madre lanzó un remo que no pude atrapar. Mientras ella gritaba: “¡Auxilio! ¡Socorro!”, recé un padrenuestro, viendo el agua verde, última imagen del mundo.

Una extraña calma se apoderó de mí. Era culpable de lo ocurrido. Me había querido lucir ante una chica. Merecía un castigo. Si me salvaba, pasaría el resto de mi vida pidiendo perdón.

Estos predicamentos duraron poco porque un lanchero se arrojó al mar, me tomó del cuello y me devolvió a la superficie. 

Ese verano supe que mis padres se separarían, que el ser humano es cruel, que no basta con ser intrépido para ser amado y que todo habría sido peor si hubiera llegado un tiburón.

EL ÚLTIMO BAÑO

Hay parientes que se tienen y parientes que se conquistan. Mi abuelo paterno proviene de un pequeño pueblo en la comarca aragonesa del Matarranya. Mi apellido es raro en México, pero en La Portellada 200 de los 300 habitantes se apellidan Villoro (proveniente de ese sitio redundante, mi abuelo se llamaba Miguel Villoro Villoro). En 2001 escribí una crónica sobre mi visita al Lugar de Origen y eso amplió mi contacto con gente que comparte mi apellido. Sin estar muy seguros de nuestros lazos de sangre, establecimos una ruidosa cofradía. Para ser congruentes, nos reunimos en el Bar Villoro de la Barceloneta. A pesar de nuestras distintas edades y profesiones, descubrimos una instantánea afinidad sentimental.

Hay reuniones familiares a las que asistimos por rutina, sabiendo que la tía Clara volverá a aburrirnos con la historia de su luna de miel en París y el primo Miguel a irritarnos con su exaltada defensa de la pena de muerte. 

Los Villoro formamos un grupo interesado en nuestro lugar de procedencia, pero también en lo que había sucedido después, en las muy diversas maneras que la gente tiene de salir de un pueblo para vivir la vida. Cada localidad, por pequeña que sea, contiene todas las posibilidades del destino. La Portellada es para nosotros el sitio, entrañable y mínimo, de donde deriva el catálogo del mundo.

En el verano del 2012, algunos Villoro conspiraron para que visitara La Portellada con mi esposa y mi hija. Ese grupo se había hecho cargo de comprar e instalar un enorme candil en la iglesia de San Cosme y San Damián, llevar el registro de quienes habían nacido ahí y construir una mesa para cien personas junto a una ermita con el propósito de cenar bajo las estrellas en las noches de verano.

Recorrimos el paisaje del Matarranya, cuyos pinares y cipreses recuerdan a la Toscana; cada tanto, en una colina aparecía un castillo digno del Cid Campeador. Nos hospedamos en el hotel El Convent, de La Fresneda, propiedad de mi prima Ignacia (ella sí, pariente consanguínea certificada) y a la mañana siguiente nos despertó la intensa voz de un pregonero que anunciaba pescado. Estábamos en otro mundo y otra época.

A sus 12 años, mi hija Inés no estaba muy interesada en la genealogía, aunque le llamó la atención saber que su tatarabuelo había sido ferroviario en Renfe (como yo, ella ama los trenes).

Disfrutamos de la hospitalidad de una familia tan ampliada que casi llenó el cupo de cien plazas en la mesa construida para cenar contando las estrellas. Cada quien llevó una tortilla de patatas. Como era de esperar, la mejor fue la de Martín, dueño y mesonero del Bar Villoro.

Al día siguiente nadamos en el río, tonificados por la frialdad del agua y la sensación primigenia de celebrar un bautismo. 

No fue un viaje turístico, sino de contacto con el insondable misterio del origen. De manera paradójica, fue el último que hice en verano con mi esposa, antes de separarme. Tardé en advertir que ahí se incubaba una desgracia similar a la que viví de niño y en la que ahora desempeñaba otro papel.

A veces la felicidad llega de ese modo, como la última gracia antes de la caída. Sin embargo, lo que vino después no borra la sensación de formar parte de una red afectiva que trasciende el destino individual. 

No podemos determinar nuestra vida, pero sí nuestros recuerdos.

De vez en cuando, veo nuestra foto en el río, sé que fuimos felices, y vuelvo a serlo. 

JUAN VILLORO

Nacido en Ciudad de México en 1956, Juan Villoro es un escritor todoterreno con una cuarentena de libros publicados de varios géneros: novela, teatro, literatura infantil y juvenil, ensayo y crónica periodística. En el 2004 ganó el Premio Herralde con 'El testigo', novela a la que siguieron 'Llamadas de Ámsterdam' (2007) y 'Arrecife' (2012). Apasionado del fútbol, entre sus libros más celebrados están 'Dios es redondo' (2006) y 'Balón dividido', el último que ha publicado (2014).