Narradores de la sinrazón

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NANDO SALVÀ

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Asegura Fernando León de Aranoa (Madrid, 1968) que la herramienta esencial para contar historias es la empatía. Porque es básicamente tratar de ponerte en el lugar de tus personajes, lo que haces cuando narras. "Como escritor siempre me he obligado a explorar y ser curioso; a ir a sitios donde no necesariamente se me espera, y meterme en líos". Puede que a lo largo de su carrera como cineasta, en la que ha tocado asuntos socialmente espinosos –la marginación juvenil en 'Barrio' (1998), el desempleo en 'Los lunes al sol' (2002), la prostitución en 'Princesas' (2005), la inmigración en 'Amador' (2007)–, lo hayan acusado de hacer turismo entre las causas perdidas, pero, se mire como se mire, son críticas injustas. Él se mancha las manos. ¿Cuántos cineastas hay por ahí que se atrevan, por ejemplo, a acompañar a equipos de oenegés en medio de zonas en conflicto?

En uno de estos viajes, en 1995, el peor momento de la guerra de los Balcanes, Fernando rodaba material documental en Sarajevo a petición de trabajadores humanitarios. En la infame Avenida de los Francotiradores, fijó la mirada en una pintada: "En Ruanda están peor". Entonces comprendió un par de cosas: "Cómo el humor negro ayuda a seguir adelante en los momentos más terribles; es algo catártico". Y que las zonas de conflicto son escenarios de puro caos, donde el sentido común está completamente trastocado. "Que la primera víctima de un conflicto armado es la razón". Fue entonces cuando empezó a gestarse 'Un día perfecto'.

No obstante, él mismo no fue consciente de todo ello hasta varios años después. Un día, mientras rodaba en el norte de Uganda un documental para Médicos Sin Fronteras sobre miles de niños que afrontaban el éxodo para evitar ser secuestrados y forzados a combatir, alguien le habló del librito en el que ha acabado basando su sexto largometraje, desde el próximo viernes en los cines.

De 'Dejarse llover' (editado por Espasa), recuerda, le atrajo "la aparente sencillez de su pretexto argumental y su profundidad, el sentido del absurdo que derrocha al hablar de la crueldad de la guerra, la precisión poética con la que describe los caminos, los animales muertos, las trampas... el barro".

El origen de la historia

A Paula Farias, la autora del libro, le sobran historias que contar. "Soy hija de escritor, me he criado con la banda sonora de la Olivetti tecleando en el salón, y siempre escribo", confiesa. Licenciada en Medicina, se inició como cooperante en varias expediciones del Rainbow Warrior, el célebre barco de Greenpeace, y en 1999 ingresó en Médicos Sin Fronteras. Fue presidenta en España de la organización durante cuatro años y medio, hasta finales del 2010, y ha viajado a lugares como Irak, Afganistán, India, Darfur, Angola y Congo. "Cuando empiezas a trabajar en esto es porque quieres estar cerca de donde se cuecen las cosas. Quieres que la vida te deje huella, que te marque, todo menos pasar por ella sin sentir nada". Dejarse llover nació de sus experiencias en su primer escenario bélico: Kosovo. Allí, asegura, se dio de bruces con la vileza humana. "Recuerdo a un hombre, por ejemplo, al que habían expulsado de su casa. Cuando regresó, entre las ruinas solo quedaba el sofá del salón. Al dejarse caer en él, explotó. Era una bomba trampa".

Fernando ha desplazado la acción de su película Un día perfecto a Bosnia, para incorporar sus propias vivencias, “esa sensación de irracionalidad, de impotencia y de confusión enorme” que no olvida. Es la misma que experimentan los protagonistas, un grupo de cooperantes, liderados por Benicio del Toro y Tim Robbins, que tratan de sacar un cadáver de un pozo para evitar que envenene la única fuente de agua potable de toda una región. “Ese cuerpo en el pozo me parece una metáfora muy elocuente de una realidad brutal y desquiciada –explica el director–. Para los habitantes del lugar, el cadáver no es una persona, es un problema”. Esencialmente, la película narra los quiméricos intentos del grupo de conseguir una cuerda en un lugar donde las cuerdas solo tienen dos usos: izar banderas y ahorcar enemigos. En el núcleo del filme, aclara Aranoa, “está ese idealismo y empeño por cambiar las cosas mezclado con el cansancio y el desánimo que inevitablemente afloran cuando cambiarlas se revela como algo imposible”.

Lidiar con la frustración

Para paula Farias, que tiene la misma edad que Fernando y también es de Madrid, en todo caso, es requisito indispensable de todo trabajador humanitario aprender a lidiar con la frustración. "Es necesaria una mirada positiva. Puede que nuestra labor sea una mera tirita, pero alguien tiene que ponerlas. Pensar solo en soluciones globales es la gran excusa para no hacer nada. El cooperante es como un bombero: su función es apagar el fuego, no buscar al pirómano". En este mundo, añade, no hay sitio para cínicos ni escépticos. "Tienes que ser capaz de conmoverte, aunque sin permitir que eso te haga inoperante. En cuanto dejan de afectarte las cosas es hora de regresar a casa".

Mientras preparaba 'Un día perfecto', Fernando aprendió que, en concreto, hay tres tipos de trabajadores humanitarios. Al menos eso le explicó una cooperante australiana, y para hacerlo le habló de las tres emes: misioneros, mercenarios y misfits (inadaptados en castellano). "Los misioneros son los que acaban de llegar y, por tanto, mantienen intacto el afán por cambiar el mundo". Es el perfil que en la película encarna Sophie, a la que da vida la actriz francesa Mélanie Thierry. "Los mercenarios son los profesionales, que ya tienen 15 o 20 años de experiencia. Son buenos en su trabajo, pero han perdido el idealismo". En otras palabras, Mambru, el personaje que interpreta Benicio del Toro. Por último, B (Tim Robbins) representa a los inadaptados. "Han pasado tantos años de guerra en guerra que ya no pueden volver a casa, porque, de hacerlo, el mono de adrenalina les resultaría insoportable".

Lejos de los estereotipos

Mientras recorre junto a ellos las carreteras de un territorio hecho pedazos, la película evita los escenarios bélicos más estereotipados y se ocupa de otra guerra, que trasciende cualquier acuerdo de paz y perdura durante 10, 20 o 50 años, enterrada y siempre amenazante: las minas, esos objetos terribles de los que todavía existen millones en todo el mundo por desactivar. Son el verdadero villano de 'Un día perfecto' y sobre todo de 'Dejarse llover'. "La mina no solo perpetúa el horror de la guerra y hace que a día de hoy haya países enteros en los que los campos de cultivo están inhabilitados por miedo a lo que esconden bajo tierra –advierte Paula–. Además es el ejemplo más terrible de barbarie. Se queda oculta y años después explota cuando un campesino o un niño pasan por ahí. La mina implica una maldad tremenda".

Aunque con gesto menos enérgico, el dedo acusador de esta historia también apunta a los representantes de Naciones Unidas, para quienes rescatar a un muerto y depurar un pozo simplemente no es prioritario. "Los cascos azules son una organización dirigida desde despachos que están muy lejos de las zonas de conflicto –constata Fernando–. Y sus planteamientos a veces responden a consignas políticas o estratégicas pensadas no para las necesidades de la gente, sino para las del propio organismo".

El papel del sentido común

Paula coincide, pero insiste en huir de absolutismos morales. "En nuestro trabajo hay pocas cosas tan nocivas como el exceso de arrogancia o la convicción de estar en posesión de la verdad". Desdeña, asimismo, actitudes mártires o heroicas. "Me molesta que se hable de los cooperantes con un exceso de dramatismo, porque en las zonas de conflicto quienes realmente lo pasan mal son sus habitantes. El cooperante está de paso, con un billete de vuelta, y con una familia que le espera en una casita a salvo de las bombas, donde lamerse las heridas".

Hace tiempo que ella dejó el trabajo de campo: cuando empezaron a nacer sus hijos –tiene tres— dejó de ir a la guerra. "Del primero, Mateo, me quedé embarazada en Darfur. Por poco no lo tuve ahí". Al final nació en Villaviciosa. Desde entonces ha seguido trabajando para Médicos Sin Fronteras, en contextos menos peligrosos, pero siempre implicada al cien por cien en una labor que Fernando define así: "Si algo representan para mí los cooperantes es el sentido común que trata de imponerse sobre la sinrazón. Y creo que, aunque de forma muy distinta, escribir también consiste mucho en eso. Adolfo Bioy Casares dijo que no tenía opinión de las cosas hasta que no escribía sobre ellas, y estoy de acuerdo". Paula también: su nueva novela, 'Fantasmas azules', tiene previsto ver la luz el próximo febrero.

Esta vez el escenario elegido es Afganistán. "Escribir es mi forma de estar en el mundo. La vida es más manejable una vez convertida en literatura. Los cuentos, ya se sabe, son siempre bonitos".