MI HERMOSA LAVANDERÍA

La mirada de Ester

Coixet

Coixet / periodico

ISABEL COIXET

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La vida es extraña. A veces nos permite sentirnos dueños de nuestro propio destino, otras veces nos zarandea como si estuviéramos en un cascarón de huevo en medio de una tormenta. A Ester, el último año le ha dado un vuelco la vida como si no una, sino mil tormentas la hubieran atacado de pronto. Hace un año perdió su trabajo. El centro cívico en el que llevaba la cafetería y las actividades culturales rescindió el contrato, después de cinco años, de la noche a la mañana. Sin una explicación. Estas cosas pasan en todas partes todo el tiempo, dicen. Bueno, yo creo que no en todas partes ni todo el tiempo, pero es verdad que pasan. Preparó varios proyectos para otros centros sin éxito. Eso afectó a su relación con su pareja, con la que llevaba varios años. De repente, una vida sin lujos, pero razonablemente cómoda, se desmoronó.

Volvió a vivir con su gata a casa de sus padres, intentando conservar el buen humor, la paciencia, la esperanza. Una tarde, decidió ir a una manifestación con sus amigos, como cualquier hijo de vecino, para protestar por los recortes. Algo que todos alguna vez hemos hecho, hasta los que somos escépticos sobre las manifestaciones. Y, de repente, notó que el mundo se abría bajo sus pies cuando una pelota de goma se encontró con su ojo. Una pelota de goma que nadie admite haber disparado. Una pelota de goma fantasma que ni siquiera, según las autoridades, estaba allí. Una pelota de goma que le ha provocado unas lesiones gravísimas y que le va a obligar a someterse a tres operaciones.

Nadie llamó al hospital preguntando por su estado de salud, por los hechos, por las circunstancias. Ni las autoridades de orden público, que se supone que están para defendernos, ni las judiciales para establecer lo que había pasado. Hablando con Ester, mirando el parche que lleva para tapar los destrozos en su rostro, no veo en ella ni el más mínimo atisbo de rencor, odio, ni siquiera enfado. Veo la mirada de alguien inocente, perplejo ante una realidad que le supera, que no puede entender cómo ante unos hechos tan flagrantes alguien tiene la desfachatez de decir que no se dispararon pelotas ese día, que todas, las 6.000 que tenían controladas, volvieron a la comisaría intactas.

¿Se imaginan a alguien en una comisaría contando una a una las pelotas? Yo no. Ester insiste en que quiere dos cosas: que se reconozcan los hechos y que se dejen de usar pelotas de goma. En las manifestaciones. Esa es la misión del colectivo Ojo con tu Ojo, del que forma parte, como todos los que han visto sus vidas marcadas para siempre por una maldita pelota de goma.

Ester va a seguir luchando. Con paciencia, con esperanza, con humor. Con incertidumbre ante los procesos médicos y judiciales que le esperan, que sabe que no van a ser ni rápidos ni fáciles. Su mirada sigue siendo una mirada limpia. Es lo que ve, lo que vemos todos cuando no rehuimos mirar lo que está terriblemente sucio.