Melilla, la Barcelona del Rif

La escritora Dolores García Ruiz, nos pasea por la Melilla modernista, escenario de su nueva novela 'La reina de azúcar'

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DOLORES GARCIA RUIZ

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Que Barcelona sea el mayor exponente de la arquitectura modernista a nadie le extraña. Sin embargo, descubrir que Melilla es la ciudad que le sigue en el escalafón mundial del patrimonio modernista es una gran sorpresa. Un asombro solo equiparable al del visitante que llega a esta singular ciudad española del norte de África, que deslumbra por su luminosidad, elegancia arquitectónica y peculiaridades propias, y a la que he convertido en protagonista silenciosa de mi segunda novela, 'La reina del azúcar'.

No es casual que Melilla sea la alumna aventajada de Barcelona, con más de 500 edificios modernistas catalogados. Lo es gracias a un arquitecto catalán, Enrique Nieto y Nieto, que llevó a la cosmopolita Melilla de principio de siglo XX los aires modernistas que hacían furor en Barcelona gracias a Antoni Gaudí y Lluís Domènech i Montaner. En realidad, la burguesía melillense había intentado unos años antes hacerse con los servicios del propio Gaudí, que declinó las ofertas por hallarse inmerso en los proyectos de construcción de las misiones franciscanas y de una catedral en Tánger, obras que no llegaron a realizarse al estallar la primera guerra del Rif, conocida como la guerra de Margallo (1893-94). No obstante, este proyecto de catedral marcaría Barcelona para siempre, pues Gaudí trazó en él las líneas que caracterizan el templo de la Sagrada Família.

Así que el encargado de transformar Melilla y de colocarla en los libros de historia de la arquitectura fue el barcelonés Enrique Nieto. El joven, que tras su paso por la Escuela Superior de Arquitectura de Barcelona colaboró con Gaudí en las obras de la Casa Milà, llegó a Melilla en 1909 siguiendo a una joven que conoció en Barcelona. Tras anunciar sus servicios como arquitecto en el diario 'El Telegrama del Rif', fue contratado por varias familias influyentes para que les construyera unas magníficas viviendas en el nuevo ensanche.

El momento álgido de Melilla

Melilla por aquel entonces vivía una auténtica explosión demográfica y de ilusiones. Se había convertido en 'El Dorado' español y atraía a centenares de emigrantes que llegaban a diario procedentes de la península. Huían de la miseria de una España convulsa y decadente, que se debatía entre la inoperancia grandilocuente de sus gobernantes, los conflictos sociales y las tensiones políticas. Fue una avalancha humana que provocó una fiebre constructora sin precedentes: se llegaron a levantar barriadas enteras en pocas semanas.

Acudían buscando trabajo en las obras de construcción del puerto y en las del ferrocarril, que comunicaría con las minas de hierro rifeñas y transportaría en sus vagonetas toneladas del preciado mineral. Esta migración masiva se sumó a los 42.000 soldados llegados de todos los rincones del país. Eran tropas compuestas por hombres humildes y sin preparación militar, enviadas en realidad para recuperar el prestigio internacional perdido y defender oscuros intereses de las compañías mineras. Estos reclutamientos forzosos terminarían provocando los terribles sucesos de la Semana Trágica de Barcelona, en 1909.

Previamente a la llegada de nieto, en 1906 el ingeniero militar Eusebio Redondo había planificado un amplio espacio urbanístico en el centro de la nueva ciudad, y lo dividió en manzanas rectangulares como las del ensanche del plan Cerdà de Barcelona. Sobre esta estructura urbanística inicial, Enrique Nieto comenzará a trazar una ciudad moderna, que se expande por el valle que lleva a la falda del monte Gurugú, bordeada por playas y por el Mediterráneo, caracterizada por edificios de líneas ornamentales gráciles, sorprendentes, atrevidas y elegantes, muy en línea con los requerimientos e inquietudes de la alta sociedad melillense, compuesta en su mayor parte por acaudalados comerciantes, entre los que había judíos sefardís, que habitaban la ciudad desde que fueran expulsados por los Reyes Católicos en el siglo XV.

La obra de Nieto

A lo largo de su carrera, Nieto desarrolló diversas tendencias modernistas, desde el historicismo, con formas neogóticas o neoárabes, al clasicismo, barroco y art déco. Se convirtió en el arquitecto municipal y creó el edificio que hoy alberga el Gobierno de la ciudad autónoma: el palacio de la Asamblea (1948). También hizo 'La casa Tortosa' (1914), 'La casa de los Cristales' (1917) y los antiguos almacenes 'La Reconquista' (1915), donde la protagonista de 'La reina del azúcar' adquiere el vestido para asistir al baile en la casa del gobernador. Nieto no solo llevó a cabo proyectos civiles, también levantó la iglesia del Sagrado Corazón, la bella sinagoga de Yamín Benarroch y la mezquita central.

Es precisamente en esos años en los que se están levantando estos admirables edificios cuando hago llegar a Melilla a la protagonista de 'La reina del azúcar', Inés Belmonte, hija mayor de una acomodada familia hispanofrancesa establecida en París, que se traslada a Melilla con intención de acompañar al padre durante los meses que este ha de permanecer allí por encargo de la compañía minera para la que trabaja. A su llegada, Inés queda fascinada por los contrastes que ofrece la pequeña ciudad, entre las aguas de un ambiente cosmopolita, vanguardista y refinado de suntuosos cafés al estilo parisino y el exotismo de los zocos y caravanas de camellos venidas de remotos lugares de África.

La novela 'La reina del azúcar'

Una oscura trama de espionaje industrial y asesinatos sin resolver impedirá que Inés Belmonte y su familia puedan regresar a París e incluso obligará a esta joven a cambiar de identidad y a tener que renunciar a su cómodo destino burgués. Inés Belmonte habrá de hacerse cargo de su familia y utilizará todo su ingenio para abrirse camino en la ciudad donde acaba Europa, siempre con el peligro inminente de morir en guerras constantes. Inés vivirá los inicios del protectorado español en Marruecos y episodios terribles como el del barranco del Lobo, el desastre de Annual, el asedio de Monte Arruit y el estallido de la guerra civil.

Estoy convencida de que 'La reina del azúcar' no alcanzaría el dramatismo mágico que la caracteriza sin el contraste entre el horror de los desastres de las guerras del Rif y la delicada belleza de la ciudad modernista que Enrique Nieto hizo brotar en una estéril llanura norteafricana, a imagen y semejanza de su Barcelona natal.