Mayte Carrasco: una mirada literaria al horror de Siria

La periodista catalana ha novelado la realidad que vive el país en 'Espérame en el paraíso'

lmmarcomadrid 16 06 2014  dominical  entrevista a mayte c140819132929

lmmarcomadrid 16 06 2014 dominical entrevista a mayte c140819132929 / JUAN MANUEL PRATS

IMMA MUÑOZ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Mientras las reflexiones de Mayte Carrasco (Terrassa, 1974) toman cuerpo en letras de molde para llegar hasta ustedes, las bombas siguen cayendo sobre Gaza y los ojos de la opinión pública mundial se vuelven hacia esa tragedia, a la que dedican cientos de titulares, miles de páginas, millones de tuits, trillones de lágrimas. El drama palestino copa la información internacional y hace aún más evidente el silencio y la indiferencia que agravan la guerra que desgarra Siria desde marzo del 2011, a pesar de que solo en el mes de julio han muerto en ella 5.340 personas, 1.067 de las cuales eran civiles, según datos del Observatorio Sirio para los Derechos Humanos. Un silencio y una indiferencia a los que Mayte Carrasco, periodista freelance y todoterreno con un impresionante currículo de conflictos cubiertos con la cámara y con la pluma, ha querido presentar batalla con una novela: 'Espérame en el paraíso'.

“Sentía la responsabilidad de contar lo que está pasando allí –explica por teléfono desde Toledo, donde participa en un seminario internacional de seguridad y defensa–, porque creo que los medios de comunicación en general lo hemos contado de forma muy simple, muy escueta, muy sensacionalista y muy alejada de la realidad. Sentía la responsabilidad (periodística, al principio, pero luego como ser humano) de contar el sufrimiento de los sirios. Y crear personajes literarios me parecía una muy buena manera de transmitirle al lector occidental cómo es ese pueblo y cómo sufre”.

Recuperar a Yulia

Para ello recuperó a Yulia, la periodista que protagoniza su primera novela, 'La kamikaze' (La esfera de los libros, 2012), que tenía como telón de fondo la guerra de Afganistán, y la mandó a Homs, en Siria, donde, como la propia autora, logra burlar el sitio de esa ciudad a través de los túneles de Baba Amro para permanecer cerca de un mes con los habitantes de ese barrio. Carrasco abandonó esa ratonera una semana antes de que murieran los reporteros Marie Colvin y Remi Ochlik, el 22 de febrero del 2012.

“Aquello era peligrosísimo, una ruleta rusa: caían 200 bombas en 6 kilómetros cuadrados, de forma aleatoria entre las seis de la mañana y las seis de la tarde. Jamás pude imaginarme tanta brutalidad y tanta maldad”, denuncia. Y, pese a los muchos premios recibidos, rechaza el aplauso y la mitificación por haber estado allí para contarlo. “Huyo de la imagen del periodista como héroe. Ni siquiera me gusta que se refieran a mí como corresponsal de guerra: recalco que me pongan ‘periodista y escritora’. Porque también he trabajado en Túnez y Venezuela, por ejemplo, y allí no había guerra... Además, yo no me considero muy distinta de un bombero que arriesga su vida en un incendio, ni los periodistas corremos más peligro en los conflictos que la población que vive en esos lugares, aunque lo que nos ocurra a nosotros tenga más repercusión que lo que les ocurre a ellos”, asegura.

Y lo que le ocurre a la población de Siria es, en palabras de Carrasco, “la catástrofe humana más importante de este siglo”. “Bashar el Asad está cometiendo crímenes contra la humanidad, está gaseando con armas químicas a su pueblo, y miramos hacia otro lado”, se indigna. Por eso ella ha querido sacudirle la abulia al lector español, despertarle la empatía, recordándole algo: que sus abuelos también supieron lo que era temer a las bombas.

Nieta de un republicano

“Yulia es nieta de un republicano, y ese paralelismo me parece interesante. Yo tengo 40 años y mi generación, la tercera desde entonces, casi no ha hablado de la guerra civil, pero nuestros abuelos estuvieron luchando como lo hacen ahora los sirios. Y la mitad de ellos, además, los del bando perdedor, fueron abandonados por la comunidad internacional, también. Quiero despertar conciencias: acuérdate de cuando tu abuela te contaba que pasaba hambre, el miedo que tenía. Ese calvario es el que están sufriendo ahora los sirios”.

Carrasco ha querido que parte de los beneficios de la venta de esta novela se destinen a ACNUR, la agencia de Naciones Unidas que organiza los campos de refugiados que cobijan a los cientos de miles de sirios expulsados de sus casas, “personas corrientes –ingenieros, médicos, comerciantes–, que tenían una vida normal y que solo quieren volver a su país cuando la guerra acabe”, añade la escritora y periodista. “Son personas como usted y como yo –insiste–. Es verdad que su cultura es muy diferente de la nuestra, pero también lo es que llega hasta nosotros de una forma muy estereotipada a causa del choque de culturas que genera internet.

Porque internet ha acelerado el encuentro entre culturas y, en lugar de resaltar lo bueno, resalta lo malo. Los titulares sobre el mundo árabe se refieren casi exclusivamente al Ejército Islámico de Irak y el Levante, a las fatuas, a la lapidación de mujeres acusadas de adulterio... cuando hay millones de personas que no tienen nada que ver con todo eso. Y no estamos destacando las cosas buenas de una cultura con la que tenemos tanto en común, que estuvo en España tantos siglos”.

La belleza de la literatura

Ella sí quiere hacerlo, y dar también a conocer la belleza de su literatura, que tiene una presencia destacada en 'Espérame en el paraíso', ya que Omar, el revolucionario del que Yulia se enamora en Siria y que ha vuelto a nacer en una morgue cuando un hombre que iba a reconocer a su hijo se da cuenta de que ese chico al que los hombres de El Asad daban por muerto y que yace entre cadáveres aún respira y decide sacarlo de allí haciéndolo pasar por su hijo fallecido (una historia real que parece sacada de ' Las mil y una noches'), tiene vocación de poeta y un verso para cada situación. De los contemporáneos Qabbani y Darwish, del preislámico Imrou oul Kaïs, anotados en un librito verde. “Ese librito verde existe, como todos los poetas que cito. Lo encontré en París, en una callecita cerca de la Sorbona donde hay una librería especializada en el mundo árabe. Fui a buscar libros para documentarme y lo encontré. De él extraje algunos de los poemas que recita Omar, de poetas muy revolucionarios que me gustan mucho. Pensé que era una buena manera de sacar a la luz una literatura muy desconocida”, cuenta Carrasco.

Y de poner un contrapunto de belleza entre tanto horror. “Sí. La poesía y el amor que surge entre Yulia y Omar son la manera más bonita de explicar el encuentro entre dos culturas”. Se adivina una sonrisa al otro lado del teléfono, aunque ni ese momento de relax sirve para que Carrasco hable de su vida privada, de si alguna vez se ha planteado, como la protagonista de sus dos novelas, si la profesión que ha elegido es compatible con tener una familia. “Un día decidí que no volvería a hablar de eso, porque a los hombres nunca se les hace esa pregunta –responde sin perder la cordialidad con la que habla–. Por eso y por razones de seguridad: últimamente he tenido amenazas en las redes sociales, así que cuanto menos sepan de mí los trolls, mucho mejor”.

Machismo, sí

¿Machismo en occidente? “Sí. La gente cree que es más difícil ser mujer periodista en Afganistán, y sin embargo yo he tenido más dificultades con algunas fuentes occidentales que con radicales talibanes. Ellos nos ven [a las periodistas occidentales] como un género neutro y así nos tratan. Nos permiten cosas que prohíben a sus mujeres, como comer con ellos y mirarles a los ojos al hablar. En cambio, aquí a veces me han tratado de loca, como a Yulia, por ir a zonas de conflicto. Una vez, una compañera de Tele 5 incluso me dijo: ‘Mayte, ¿qué haces ahí? ¿A ti qué te pasa?’. Me quedé de piedra, porque encima era una mujer la que me lo estaba diciendo. O sea, que si Jon Sistiaga va a la guerra, tiene muchos cojones, pero si va una mujer, es una loca. Algo tiene que cambiar en las redacciones y en muchos estratos de la sociedad”, lamenta. 

Independientemente del sexo, sí que es cierto que hace falta ser de una pasta especial para entrar de forma clandestina en un país en guerra, como hizo ella en Siria, y ponerse en manos de personas a las que acabas de conocer para moverte por allí. “Yo soy muy prudente, y me fío mucho de mi intuición. Si no estoy segura al cien por cien de las cosas, no las hago. He llegado a perder billetes de avión porque algo me decía que no fuera a un lugar. Pero cada periodista tiene su propio método. A mí, mirar a los ojos de la gente me sirve. Si te desvían la mirada, malo”, explica. También las personas que ayudan a los periodistas se la juegan en ese contacto. Y la mayoría de las veces sin más objetivo que hacer oír la voz de su pueblo. “Es gente que cree que el periodismo internacional puede hacer algo por ellos, porque la mera denuncia de lo que está pasando ya es un triunfo. Ellos también graban y difunden lo que ocurre a través de YouTube. Yo conocí a muchas de estas personas, algunas de las cuales han muerto ejerciendo este periodismo. Porque yo considero que ellos también hacen periodismo: viven con una cámara en la mano tratando de contar lo que pasa”.

En ellos aprecia Carrasco un compromiso político que echa de menos en estos momentos. “Yo no digo que haya que ponerse del lado de unos o de otros, sino denunciar los crímenes contra la humanidad que hace tres años ya que se suceden en Siria”, reclama. Y, aunque le duele, no le sorprende la falta de reacción de la opinión pública española, tan alejada de la contestación popular que tuvo la guerra de Irak. “El problema es que en España no se conoce la realidad internacional porque no se explica. No se invierte en un periodismo que cuente bien los conflictos, que cada vez son más complejos, así que la opinión pública los ve a través del prisma izquierda-derecha, PP o PSOE. Y los partidos hacen mucha demagogia con la política exterior española. ¡La gente no se echó a la calle contra la guerra de Irak, sino contra Aznar!”, exclama.

Y en el conflicto sirio, la confusión es máxima. 'Espérame en el paraíso' muestra cómo lo que empezó siendo una revolución del pueblo contra un tirano ha ido evolucionando hacia un conflicto religioso. “El gran triunfo de El Asad ha sido la propaganda –explica Carrasco–. Ha sabido jugar sus cartas muy bien y ha tenido tiempo de prepararse. ‘¿Cuál es el mayor miedo de Occidente?’, se preguntó. El terrorismo. Así que en el 2011, cuando el pueblo se alzó, abrió las cárceles y dejó salir a muchos radicales islámicos presos. Él sabía que eso iba a funcionar, que como los radicales no eran de inicio mayoritarios en las filas de la oposición, él iba a tener que intervenir para que fuera así. Y lo logró. Eso, unido a que el Ejército Libre de Siria tuvo que recurrir a financiación de los Hermanos Musulmanes y los salafistas ante la falta de ayuda internacional, ha hecho que una revolución que era laica se haya convertido en sectaria. Eso era lo que le convenía a Al Asad para ser él la víctima, y lo ha conseguido”, denuncia la periodista.

Y no: las víctimas son otras. Pero es lo que tiene, como diría Yulia, “el demonio de la guerra”: “Viene a recordarnos nuestra estupidez, y a unos los empuja a la barbarie, y a otros, a la tumba. Y cuando se va, todos nos acordamos de que la vida es maravillosa y hay que vivirla a fondo”.