Marion Cotillard se enfrenta a la cola del paro en 'Dos días, una noche'

La actriz francesa interpreta el drama de los hermanos Dardenne

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NANDO SALVÀ

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Su rostro mantiene la redondez de la adolescencia, y su cuerpo no aparenta los 38 años que le corresponden, sino apenas 20. Su apretón de manos al presentarse es notoriamente débil. Su vestuario es simple: camiseta blanca y vaqueros. La cara lavada. Es decir, no hay fachada. Por el contrario, sí una sensación de fragilidad e indefensión que, en todo caso, rematan esos ojos siempre vidriosos, que miran como si estuvieran a punto de anegarse de lágrimas en cualquier momento. “Son mi cruz”, sentencia ella al respecto de esos dos platos azules. “Un día, al principio de mi carrera, estaba interpretando una escena en la que tenía que transmitir sensación de alegría. Alguien se me acercó y me dijo: ‘¿Por qué estás tan triste?’. Mis ojos van a su aire”.

Es esa mirada trágica lo que inspiró a Olivier Dahan a escribir con Cotillard en mente el biopic de Edith Piaf  'La vie en rose' (2007) –el papel que la consagró y que le proporcionó el Oscar–, y lo que la convierte en la gran actriz del cine mudo de nuestro tiempo a pesar de que todas sus películas son habladas: su poder en pantalla tiene menos que ver con lo que dice que con cómo mira y cómo devora todo el sentimiento del mundo al hacerlo. De hecho, las palabras son su talón de Aquiles. “Me incomoda estar rodeada de gente, porque siempre he tenido problemas para expresarme con fluidez”. Sobre todo, aclara, cuando se trata de hablar de sí misma. “Lo paso mal. Siento que no tengo nada interesante que contar. Y la idea de ser juzgada por mi personalidad me da pavor”, explica con un habla lenta y plagada de largos silencios. Al escucharle tanta autocrítica, resulta fácil olvidar que esta mujer es la misma que posa resplandeciente en alfombras rojas y portadas de revistas. Esta es la paradoja que define a Marion Cotillard. Una de ellas, en realidad.

Rehuir la confrontación

“Desde 'La vie en rose' tiendo a refugiarme detrás de mis personajes, de sus trajes y sus peinados”. Cuanto más se aleja de sí misma, confiesa, más a gusto se siente. “Pero luego, al verme en pantalla, identifico cosas específicamente mías y me resulta insoportable”. Pero ¿no suelen los actores explorarse a sí mismos para perfilar sus personajes? “Muchos lo hacen, pero yo no. Me causa mucho dolor”, matiza. Habla de dolor sin dramatismos, con una desarmante sonrisa en los labios. Otra contradicción.

En su nueva película, 'Dos días, una noche', Cotillard no tiene maquillaje ni vestuario de época tras el que esconderse. Al contrario, verla en pantalla es como tenerla ahora al natural, mientras charlamos en una terraza de la Costa Azul. No hay forma de escapar de sí misma. “Como Sandra, yo siempre trato de rehuir la confrontación, incluso cuando es absolutamente necesaria. Es uno de mis mayores defectos”. Sandra, su personaje en este nuevo trabajo de los hermanos Jean Pierre y Luc Dardenne, acaba de ser despedida tras haber estado un largo periodo de baja por depresión, y pasa el fin de semana visitando uno a uno a sus compañeros de trabajo para convencerles de que renuncien a cobrar una prima de mil euros para que de ese modo ella pueda ser readmitida.

“Sentí que la película plantea preguntas urgentes”, explica la actriz. “¿Cómo es posible llevar una vida digna en una sociedad que te deja de lado porque no eres lo suficientemente bueno? ¿Cómo es posible luchar contra los errores de esta sociedad si uno de los mecanismos del capitalismo para perpetuarse es impedir la unión entre los trabajadores?”. Los Dardenne, recordemos, son especialistas en hablar de los márgenes deshilachados de la sociedad, y lo hacen replicando un realismo casi documental. Para ellos trabajar con una estrella de Hollywood como ella fue un riesgo, pero basta con contemplarla en pantalla, cargando en el rostro con el abrumador peso de la desesperación, para entender por qué lo tomaron.

Ahora bien, ¿qué hace Marion Cotillard hablando de la unión entre los trabajadores? ¿Cuánto tiempo necesita ella para ganar mil euros? ¿Tres horas? Otra paradoja más. “Nací en una familia que no tenía un céntimo, y pese a que hoy gozo de un estilo de vida fuera de la norma, sigo teniendo muchos amigos que lo pasan mal. No estoy aislada. Mucha gente cree que los actores vivimos en una torre de marfil, pero leo la prensa, me implico en causas sociales”.

Embajadora de Greenpeace

La actriz, en efecto, es embajadora de Greenpeace. Ha viajado al Congo para hacer una serie de películas sobre la destrucción de las selvas tropicales; ha luchado contra la construcción de una presa hidroeléctrica en Pará, Brasil; incluso se ha enjaulado con otros manifestantes frente al Palais Royal de París en protesta por la detención de los 30 del Ártico en Rusia, el año pasado. Se implica. “Esta sociedad está sumida en la esclerosis. Espero que los ciudadanos despierten, porque me temo que no podemos esperar nada de los políticos. Alejarnos de la naturaleza es alejarnos de nosotros mismos, y eso es muy dañino”, lamenta esta ecologista que, y ahí va una más, es a la vez imagen de los bolsos de Christian Dior desde el 2008. “Me repugna esta dictadura de la rentabilidad en la que vivimos. Nadie parece tener interés en la preservación, y nuestros hijos son los que van a sufrir las consecuencias. Un día tendremos que pedirles perdón por no haber hecho nada a tiempo”.

Si de su propia infancia guarda grandes recuerdos, no parece interesada en compartirlos. Se define como una niña solitaria y melancólica. “No podía identificarme con nadie. En la escuela me consideraban muy rara”. Creció en Alfortville, un suburbio de París. Su madre era actriz de teatro; su padre, artista de mimo y director teatral. Sus hermanos pequeños, los gemelos Guillaume y Quentin, la mantenían al margen de su relación simbiótica. No era muy habladora.

De niña protagonizó obras teatrales escritas por su padre, y a los 16 años apareció en la teleserie 'Los inmortales', antes de debutar en la pantalla grande con la comedia 'Taxi' (1998). Después llegarían el premio César –el equivalente francés al Oscar– por su trabajo en 'Un largo domingo de noviazgo' (2004); su primer trabajo de relieve en el cine americano, a las órdenes de Ridley Scott, en 'Un buen año' (2006) y, un año después, la biografía de Edith Piaf.

Sumergida en la depresión

Para convertirse ahora en esta catástrofe de mujer, carcomida por el cáncer y adicta a la morfina, Marion Cotillard se dejó engullir literalmente. “Tras el rodaje, el personaje se negó a abandonarme durante ocho meses. Estaba poseída”, recuerda. Pero es algo de lo que no se arrepiente. “Para mí, el momento más agradable es cuando siento que el personaje se apodera de mi cuerpo”. Para interpretar 'Dos días, una noche', se sumergió tanto en la depresión de su personaje que llegó a sentir cómo la desesperación la acompañaba a casa por las noches. “Si no entiendes la enfermedad, piensas que eso de no ser capaz de levantarte de la cama es puro teatro. Créeme, no lo es”.

Probablemente ese grado de compromiso sea uno de los motivos por los que la sucesión de directores con los que ha trabajado –Christopher Nolan, Woody Allen, Tim Burton, Michael Mann, Steven Soderbergh, James Gray– y la de sus compañeros de reparto –Daniel Day-Lewis, Johnny Depp, Leonardo DiCaprio, Joaquin Phoenix– componen una lista tan deslumbrante. “Todavía me sorprendo cuando la oigo. Pienso: ‘¿Realmente he trabajado con ellos?’. Me siento un poco como en el país de las maravillas”.

Eso tal vez justifique el “miedo atroz” que sigue sintiendo en los rodajes. “Y lo más grave es que ese miedo luego queda impreso en pantalla. En algunas escenas de Origen se me puede ver temblando claramente. Recuerdo que Christopher Nolan me preguntó más de una vez si tenía frío”. Pero ¿miedo de qué, exactamente? “De todo en general”, sentencia. Inmediatamente, rectifica. “De no estar a la altura”. Pero, añade, ya no le presta tanta atención desde hace unos años. Tres años, exactamente los mismos que tiene ahora su hijo Marcel.

Cotillard conoció al actor y director Guillaume Canet durante el rodaje de 'Quiéreme si te atreves' (2003), y la amistad dio paso a una relación de pareja cuando él se divorció de la actriz Diane Kruger en el 2006. En Francia son considerados la versión local de 'Brangelina', pero son raras las fotografías en las que aparecen juntos. Poco se sabe de la pareja aparte de Marcel. Y todo cuanto ella acepta desvelar son los efectos reparadores que la maternidad ha tenido en su carrera. “Yo siempre he pensado que para encontrar la inspiración hay que instalarse en lugares oscuros, pero desde que tengo a Marcel en mi vida entra mucho sol”.