Maria Rodés: cantautora y olé

La artista barcelonesa publica 'Maria canta copla', un disco que desnuda al género para captar su esencia

Maria Rodés clavells

Maria Rodés clavells / periodico

IMMA MUÑOZ

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Imposible imaginar a Maria Rodés (Barcelona, 1986) con bata de cola. Imposible arrancarle una pose coplera, un desplante con los brazos en jarras, un buen mordisco a un clavel. En casi una hora de disparos hubo muy buena disposición y muchas risas, pero ni un poquito de impostura. Que no, que no le sale. Suerte que el juego con el mantón de manila y las flores tuvo premio y el fotógrafo logró su objetivo: que Rodés se soltase. Eso sí, a su manera dulce y sin alharacas.

Pues ahora metan estas mismas explicaciones en un reproductor de cedés y tendrán la esencia de su nuevo disco, 'Maria canta copla'. Porque así es como la cantautora ha abordado este género: con el mínimo artificio. “Me hacía ilusión coger estas canciones que están interpretadas con esa solemnidad y esa cosa tan grande y dramática y convertirlas en caseras, coger esas letras y llevarlas a la intimidad”, explica.

Quien conozca sus trabajos anteriores, 'Una forma de hablar' (2010) y 'Sueño triangular' (2012), entenderá de qué hablamos cuando hablamos de dulzura e intimidad, aunque tal vez ande preguntándose qué hace Rodés lidiando con 'Ay pena, penita, pena''Tatuaje''Tres puñales''El día que nací yo' y otros paradigmas de la hipérbole emocional. “No puedo argumentar de forma muy lógica por qué he grabado este disco, porque nunca he sido fan de la copla. Yo lo veo como que la idea pasó por allí y todo se fue engranando para que se hiciera realidad. Simplemente me lancé, y ya entenderé después por qué. A veces funciono así: por pura intuición”.

Escuchar sin prejuicios

La idea empezó a gestarse hace media docena de años, cuando se le ocurrió versionar las canciones de películas que le habían despertado el deseo de subir a un escenario. “Como el 'Moon River' de 'Desayuno con diamantes' o 'Qué será, será' de 'El hombre que sabía demasiado' –explica–. Mi intención era hacer un disco con ellas, pero estaba con otras cosas y abandoné la idea”. No se fue del todo. Se quedó en el inconsciente. “Cuando grababa 'Una forma de hablar', con Ricky Falkner, se lo comenté, y me dijo: ‘Eso lo tendrías que hacer con canciones españolas, no americanas. Con 'Ay pena, penita, pena', por ejemplo’. ¿Yo? ¡Si no sabía ni de qué me estaba hablando! Llegué a casa, la busqué y no me entró en absoluto”. La idea volvió, pues, a lo más remoto de su cerebro. “Pero de nuevo emergió, y me puse a escuchar esas canciones y esta vez sí que me entraron. Coincidió con un momento en el que me planteaba qué soy yo, si autora o cantante (si canto para componer o compongo para cantar), y pensé que estaría bien hacer un disco en el que fuera solo cantante, y que me sirviera para presentar de otra manera unas canciones que los jóvenes suelen rechazar, tal vez por su envoltorio 'kitsch'. Porque si vences los prejuicios, entras en ellas, las tocas con la guitarra, las desnudas y observas sus letras, su armonía y su composición, encuentras verdaderas joyas”.

En su particular cofre de los tesoros ella ha metido diez gemas con las que ha dado a base de escarbar. “He indagado en el mundo de la copla muy intensamente. Realmente, era desconocido para mí. Y me sorprende, porque fue un género muy popular hasta los años sesenta. Pero en mi casa nunca se había escuchado, aunque luego se las ponía a mis padres y se las sabían de pe a pa... Hay algo como de vergüenza, con estas canciones. Como se las apropió el franquismo... Ha sido curioso, porque me he sentido muy identificada con la figura de la cantante torturada y también con las letras. He sentido esa conexión con una cultura que ni tan siquiera sabía que fuera parte de mí, que es la inspirada por la pena. Al final, es lo mismo que hago yo, pero con otro estilo y otro contexto”, revela.

¿Le preocupa que su público habitual no la acompañe en este viaje? “Evidentemente, es un paso extraño dentro de mi trayectoria, pero ese es otro de los aspectos que me ha atraído del proyecto: en el fondo es un reto, un experimento, un juego. Y para mí la música es esto: ir probando cosas, ir investigando. Y si el minipúblico que puedo tener no lo aprueba, es que no tenía que ser mi público”, sonríe.

Ese diminutivo es un baño de realidad. La aparición de Maria Rodés en el panorama musical catalán (primero con Oníric, luego en solitario y en proyectos junto a otros eternos emergentes como Refree o The New Raemon) fue acogida con entusiasmo, pero ella todavía tiene que hacer malabares en tres pistas para poder vivir de su pasión. “Lo puedo hacer a ratos. Depende de la época. Las ha habido mejores y peores. Yo he ido resistiendo con los conciertos, pero tal vez me tenga que buscar otro trabajo. Es una pena cómo está el sector, porque gente muy buena lo acaba dejando. Para desarrollar una carrera tienes que pagar un precio muy alto. Aunque a algunos les va muy bien. Es como si no hubiera clase media, en este oficio: o triunfas muchísimo o...”. La frase queda suspendida en el aire, como los claveles que ha lanzado hace un rato. Para qué preocuparse ahora: todo acaba cayendo por su propio peso.

Conciertos de presentación

En el corto plazo, Maria Rodés tiene unas cuantas cosas en las que pensar. Por una parte, en los conciertos en los que probará sobre el escenario estas coplas pasadas por su filtro de electrónica y atmósferas. Los dos primeros, el 14 de marzo en Barcelona y el 27 en Madrid. Seguirán Valencia Tarragona en abril, y Lleida en mayo. Por el momento. “Serán la presentación de los temas, pero no un concierto de coplas. Integraré estas canciones con las demás de mi repertorio. Para mí, ahí está también la gracia, en decir: ‘Mira, en el fondo no hay tanta diferencia entre estas canciones y las que yo escribo”, matiza.

Y disfrutará mucho en el escenario, ahora que ha superado la timidez patológica de los primeros años. “Mi historia con la música es muy extraña, porque soy muy tímida, y al principio, cuando cantaba, lo pasaba fatal. Mientras estudiaba en el Taller de Músics [cursó allí canto y guitarra mientras estudiaba Comunicación Audiovisual en la universidad, después de haber abandonado de niña los cursos de lírica a los que la habían apuntado sus padres al ver lo bien que afinaba] iba a las 'jam sessions' que se organizaban porque quería cantar, pero salía temblando, y me tenía que acompañar siempre alguien que me empujara a hacerlo. Ahora, de mayor, a veces lo pienso: si era algo tan poco natural en mi personalidad, ¿por qué lo hacía? Por eso digo que a veces actúas sin saber muy bien por qué y luego lo entiendes”, explica.

Lo otro que le bulle en la cabeza es un nuevo disco. “Uno mío. Tengo muchísimas ganas de escribir canciones. La Maria autora quiere volver a salir. En los cuatro meses que he estado inmersa en este disco no he querido componer. No habría podido. Por mi carácter, me cuesta hacer dos cosas creativas a la vez. Me obsesiono con lo que estoy haciendo en cada momento y no dejo sitio para nada más. Soy muy autoexigente, y no me gusta. El perfeccionismo a veces es bueno, pero otras veces no: es muy importante ser espontáneo y dejar que el juego esté siempre presente”.

El juego que la ha hecho sumergirse en un universo para ella desconocido. El juego que le ha permitido salir airosa de la sesión de fotos. El juego que hará que, a partir de ahora, en sus conciertos de cantautora se oiga más de un olé.

DIEZ RELECTURAS

Tengo miedo. Compuesta por León y Solano para El Príncipe Gitano en 1964, la cantaron también Rocío Jurado, Lola Flores y Marifé de Triana. Una de las cinco que Rodés eligió sin dudar. “Esas letras las podría haber escrito yo”, dice.

Flor del mal. Otra del 'top five'. Se trata de un cuplé que Montesinos y Padilla crearon para Raquel Meller.

El día que nací yo. Imperio Argentina hizo inmortal este tema de Quintero, Guillén y Mostazo (1936). Décadas después daría nombre a una película protagonizada por Isabel Pantoja. Otra de las que Rodés eligió sin dudar.

Marinero de la barca. Menos conocida que las anteriores, Rodés escogió esta canción, escrita por G. Gases y cantada por Imperio Argentina, “para incluir un tema más folclórico”.

Agua que no has de beber. Otro cuplé, este de Juan Martínez Abades, creado para Raquel Meller en 1915. En 1958, Sara Montiel lo cantó en La violetera, y el tema saltó del Paralelo al mundo. Y se coló entre los favoritos de Rodés.

Tres puñales. “Tres puñales he comprao / para que me des la muerte”, hicieron cantar Rafael de León y Juan Solano a Marifé de Triana en 1964. También la borda Miguel Poveda.

Las manos vacías. La hizo famosa Lola Flores al incluirla en el álbum La Faraona (1956).

Que nadie sepa mi sufrir. Se trata de un vals peruano que compuso el argentino Ángel Cabral en 1936. Julio Jaramillo fue el primero que lo abordó, pero luego lo ha cantado hasta Edit Piaf, traducido al francés como La Foule.

Tatuaje. Clásico de clásicos, lo compusieron Valerio, Quiroga y León para Concha Piquer (1941). En el disco de Rodés, Albert Pla ataca el estribillo.

Ay, pena, penita, pena. La semilla de este disco. La crearon Quintero, León y Quiroga para Luisa Ortega (1950), pero siempre estará ligada a la voz y el poderío de Lola Flores.