Marcos Chicot: "Todos hemos metido en casa micrófonos y cámaras que nos pueden grabar"

El escritor madrileño, superventas con 'El asesinato de Pitágoras', denuncia en su nuevo libro, 'La hermandad', lo expuestos que estamos al control y la manipulación

Chicot

Chicot / periodico

IMMA MUÑOZ

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Marcos Chicot (Madrid, 1971) tiene la cámara del ordenador tapada con un trocito de papel pegado con celo. No es una manía, es un aviso para navegantes. Y nunca mejor dicho: en su nuevo libro, 'La hermandad' (Duomo), denuncia cómo nos espían por internet y cómo con la información obtenida pueden manipularnos. ¿Quiénes? En su libro, dos entidades antagónicas que luchan una por hacer triunfar el mal y la otra por impedirlo. En la vida real, desde aprendices de 'hacker' aburridos hasta agencias gubernamentales de inteligencia. "Todos hemos metido en nuestras casas, y en nuestros bolsillos, micrófonos y cámaras que nos pueden grabar —advierte Chicot—. Creemos que los desconectamos y ya está, pero hasta el hacker más tonto es capaz de activar nuestra cámara sin que se encienda la luz y, por lo tanto, sin que nos enteremos de que lo está haciendo". Y de nada sirve desactivarla electrónicamente: son capaces de volverla a activar en un periquete. Así que el único antídoto eficaz es el papelito.

"En un tema inquietante que quería reflejar en una novela: lo expuestos que estamos, lo vulnerables que somos”, continúa Chicot. Por eso en esta ocasión, y pese al éxito de su obra anterior, 'El asesinato de Pitágoras', ha dejado atrás el género histórico y se ha venido a nuestros días. Bueno, no del todo: algunos de los habitantes de las comunidades pitagóricas que dibujó con todo detalle y máximo rigor en el libro precedente le han acompañado en esta nueva aventura literaria. "Son novelas autoconclusivas e independientes la una de la otra, pero quería hablar de la inmortalidad de algunos elementos, que siempre acompañan al hombre en su evolución, y me venía bien recuperar a varios de esos personajes", explica. Y aún añade otra cosa de la que quería hablar en su libro: "Un tema que me apasiona: la mente, lo más fascinante y desconocido de toda la creación. Soy psicólogo clínico, así que llevo dos décadas investigando el funcionamiento de la mente y el cerebro, esa interacción entre ambos que no acabamos de comprender, sus límites y su poder".

Entrenar el cerebro

Pues todo ello está en 'La hermandad', con más preguntas que respuestas pero con esa seriedad de la que ya hizo gala en E'l asesinato de Pitágoras' y que le permite abordar temas como la hipnosis o los programas de ordenador que replican el funcionamiento del cerebro y la mente dejando de lado la parte circense y apostando por la científica. Vamos, desmontando los mitos del tipo solo-utilizamos-el-10%-de-nuestra-mente. "Eso es falso. Ese dicho tan repetido está basado en una cita de Einstein que, además, se malinterpretó. El ser humano es un producto de la evolución natural, así que va cambiando en función de sus necesidades adaptativas. Cada vez que incorporamos algo es porque nos sirve. Sería absurdo que la naturaleza nos hubiera dotado de un cerebro y solo utilizáramos el 10%. Las partes que no aprovecháramos desaparecerían. Empleamos el 100% . ¿Qué ocurre, pues? Que, igual que los músculos en el gimnasio, el cerebro se puede entrenar para extraer de él sus máximas capacidades", explica.

A estudiar esas formas de entrenamiento se dedica Elena, la protagonista femenina de 'La hermandad', una psicóloga que contacta con Daniel, el otro personaje fundamental de la historia, en Mensa, una especie de club social para superdotados que Marcos Chicot conoce muy bien, pues existe y él es uno de sus miembros: 1.500 en España, 110.000 en todo el mundo. Para formar parte de esta organización, como explican los personajes en la novela y confirma Chicot en la 'Carta a mis lectores' que incluye en el volumen, en la que les aclara cuánto hay de ficción y cuánto de realidad en el libro, hay que superar un test que acredite un cociente intelectual mínimo de 131, lo que supone tener una inteligencia superior a la del 98% de la población. Casi nada.

Chicot aprobó ese test. Es, pues, técnicamente, un superdotado. Y, como a tantos de ellos, eso, lejos de ser una ventaja, estuvo cerca de suponerle un hándicap en sus primeros años de formación. "No sé si lo de ser superdotado me produjo un déficit de atención, o si eran dos cosas separadas, pero el caso es que de niño me resultaba muy difícil atender en clase y me pasaba meses castigado con mi pupitre en una esquina. Pero, por otra parte, cuando llegué a la universidad fue una suerte poder estudiar un examen en una noche y aprobar sin ir a clase. Así fui pasando cursos por los pelos hasta el cuarto año de carrera, en que me centré un poco más. Tampoco sé exactamente por qué: otro misterio de la mente humana", explica.

Lectores con ojeras

Tal vez no lo fue en sus años de estudiante, pero sin duda lo es en sus años de escritor. Chicot ha aplicado su agudeza a desentrañar los secretos del best-seller y, como ya hizo en su novela anterior, ha tejido una telaraña de escenas de la que es difícil escapar. "A mí lo que de verdad me hace feliz es un lector con ojeras. Si empiezas el libro, lo siento: no vas a encontrar un sitio en el que digas 'aquí puedo dejarlo hasta mañana'. No. Voy a intentar que cada vez estés más en vilo, tenso, con los nervios a flor de piel... que solo puedas dejar la novela cuando acabe. No antes", cuenta con una sonrisa. De ahí su gusto por el final 'cliffhanger', ese en el que dejamos al protagonista atado a los rieles de la vía mientras vemos acercarse un tren a toda marcha, y su apuesta innegociable por el thriller.

"Yo quiero hacer pensar a los lectores. Quiero compartir con ellos mis reflexiones, advertirles de lo que creo que deben saber. 'Pueblo idiota es seguridad del tirano', dice Quevedo en 'La hora de todos'. Hemos de luchar contra eso. Es bueno saber cómo nos manipulan las agencias de publicidad, los partidos políticos, las sectas si llegan a contactar con nosotros, para defendernos de ello. Tengo esa voluntad innegable de hacerles tomar conciencia. Pero —continúa el autor— también quiero que disfruten, que disfruten mucho, con mis novelas. Antes de ser un escritor profesional he sido lector fascinado por esa maravilla que consiste en que con cada libro te sumerges en un mundo nuevo que a la vez estás tú creando, un mundo que está en tu mente y que las palabras del escritor hacen surgir. Esa es mi principal búsqueda: la magia de la escritura". 'Prodesse et delectare', decía Horacio. Instruir y deleitar, en la lengua de Chicot.

Legado para su hija

Antes de sellar un compromiso de exclusividad con la literatura, el escritor madrileño se ganaba la vida como economista y psicólogo clínico. Y le iba bien. Pero el nacimiento, en el 2009, de su hija Lucía, que tiene síndrome de Down, le rompió los esquemas y le hizo darse cuenta de un par de cosas. La primera, que tenía que atreverse a convertir lo que de verdad le llenaba en su profesión. La segunda, que tenía que escribir "la mejor obra que fuera capaz de hacer" para legársela a ella. Esa obra fue en principio 'El asesinato de Pitágoras', pero, a tenor de la recepción que ha tenido 'La hermandad' en los blogs especializados y los encuentros con los lectores, tal vez esta le acabe arrebatando el título. "Ojalá funcione igual de bien que la anterior y pueda mantener el sueño de que a través de la literatura mi hija Lucía tenga garantizado un futuro, que es lo que más me importa. No sé cuántos años estaré yo aquí, pero mis obras continuarán", concluye Chicot.