Madagascar, tierra de 'tsingys', baobabs y lemures

Piedras con música. Animales y plantas que no se ven en ningún otro lugar. Y la sonrisa de los niños, que no se borra aunque estemos de vuelta. Más que una isla, es un continente

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LUIS MIGUEL MARCO

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Domingo en Tana. Tana es Antananarivo, la capital de Madagascar: una aglomeración de tres millones, si no más, y un caos de tráfico entre edificios variopintos y arrozales en la periferia. El minibus recorre temprano una avenida de las afueras que se despierta. "La gente dedica el día de fiesta a la iglesia y a los bares, por este orden", ilustra Sergi Formentín, un catalán con mucha África a sus espaldas y 10 años organizando rutas en esta megaisla del Índico desde IndigoBe. "A las ceremonias se acude de punta en blanco y, como al mercado, se va también a socializar". Musulmanes, cristianos, animistas..., pero por encima de creencias todos son malgaches que aman su territorio. "Por eso el malgache no vende su tierra a un extranjero, la alquila. Y tampoco emigra. Total, para hacer trabajos precarios y malvivir lejos de casa, se queda con la familia y sus ancestros". 

¿Ancestros? Así es. Aquí estamos de paso. Madagascar es el nombre que ha pasado a los mapas y a la historia, pero para sus 20 tribus principales esto es Tany D’razana, la tierra de los ancestros. Porque cuando un malgache fallece, se le amortaja y se le entierra. Pero al cabo de uno o dos años, y eso depende del dinero que tenga la familia, se le hace el retorno de muertos. "Es un ritual en el que se desentierran y se limpian los restos del finado para volverlo a enterrar definitivamente. Una ceremonia en la que se vierte ron en la tierra y en el gaznate. No es apto para turistas", zanja Sergi.

DESDE LA VENTANA

Las distancias son largas y los trayectos se miden por horas. Las carreteras no se han mejorado apenas desde que Francia dejó esta isla con recursos por imposible –"Madagascar es un país de futuro. Y lo seguirá siendo toda la vida", dijo el general De Gaulle– y hay que llegar adonde sea antes de la puesta del sol. A través de la ventana del minibus discurren el día y la vida. Fuera del asfalto maltrecho, la tierra es roja, arcilla pura. Los ríos bajan turbios y  hay muchas zonas inaccesibles en temporada de lluvias. "Cuando viene un ciclón, viene de Reunión, como toda la porquería. Es un dicho malgache", apunta Sergi. 

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La vegetación se va haciendo más tupida, más densa. De vez en cuando aparece un poblado con cabañas de barro cocido y techos de hojas de palma o de metal; también se ven casas de cemento, con verjas y fachadas coloridas y kitsch. Hay mujeres haciendo la colada en los ríos y poniéndola a secar en los márgenes. El trasiego de camiones no cesa. Las mercancías llegan por mar y se distribuyen por tierra. Pocos pasarían una inspección: sudan humo negro subiendo el puerto de la Mandraka. En un claro, puestos de fruta: plátanos, mandarinas, piña... En los pueblos se ven muchos niños. "¡Vazaha!" (léase 'vasa') nos llaman a los turistas. Y se ríen mostrando sus dientes muy blancos.

 Al llegar a Andasibe hay partido de fútbol, con árbitro y público. Un crío que anima luce una camiseta de Messi comprada en los chinos, que por lo visto manejan cada vez más negocios, sobre todo en Tana. La red de la portería es una tela de mosquitera. "Son pésimos al fútbol, no pasan el balón; en cambio son campeones en petanca", apunta Sergi tras ver un lanzamiento fallido.

LA LLAMADA DEL 'INDRI INDRI'

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Otro madrugón (y esa será la rutina diaria si se quieren ver cosas) en el parque nacional de Andasibe, a 140 kilómetros de Tana. La 'menara', la niebla, se ha disipado y el sol penetra a cuchilladas entre la espesura de este bosque primario. Hace días que no llueve. Los helechos son enormes. Lianas y troncos se enfilan muchos metros por encima de nuestras cabezas. Con la mochila a la espalda, avanzamos en hilera por una senda trazada sin hacer mucho ruido hasta que Désiré Randriabemaro, guía del parque, nos hace detener y callar. Entonces la escuchamos: es una llamada de alerta, nítida y poderosa, que recorre el aire. Al poco lo vemos ¡Ahí está! Lo reconocemos. Es un ejemplar del rey de los lemures, el Indri indri. Y no está solo. Son varios, una familia. El ejemplar más cercano nos observa, se gira, nos da la espalda, ahora cambia de rama, se desplaza perezosamente. Nos regala una pose y otra y al poco se harta, da un brinco sobre sus patas traseras y se estira en el aire con una agilidad pasmosa para perderse entre las copas de los árboles, dejándonos sorprendidos. 

De regreso al centro de visitantes, Désiré nos confirma que ha habido suerte: no es fácil verlos tan cerca. "El canto del indri alcanza un radio de dos kilómetros y es su forma de comunicarse. De las 59 especies de lemures que viven en la isla, el 'Indri indri' es el más grande y solo se puede ver en libertad en este parque. Pesa de 7 a 10 kilos, se desplaza de 400 metros a un kilómetro al día y rara vez baja de los árboles. Se alimenta de las hojas más tiernas y de bayas". Hubo un pasado en el que el Indri indri ocupaba todos los bosques de altura en la parte oriental de la isla. Hoy está en peligro porque no vive ni se reproduce en cautividad. Por suerte, no será el único lemur que veamos. También un alto en la reserva de Peyrieras nos pondrá a tiro de cámara a los camaleones, uno de ellos muy gaudiniano, por cierto.

Cebú, pato y cerveza. Estamos en las tierras altas, el granero de la isla, y la vista se anega en los valles con los campos donde crece el arroz, al que le sacan una o dos cosechas, aunque también se importa. Nunca falta un cuenco de arroz en la mesa. Ni tampoco la carne de cebú, que es el animal que vemos tirar de los carros y de la vida en el campo. "Del cebú se aprovecha todo". Otra opción es el pollo. Y algún pescado tipo tilapia. O gambones. Los franceses también han dejado en la isla su predilección por el pato y hoy lo degustamos en la ciudad de Behenjy, camino de Antsirabé. Con el calor que hace lo regamos con un blanco francés –también llegan vinos surafricanos y chilenos– y con unas botellas de Three Horses Beer, la cerveza de Madagascar con nombre de pub inglés. En realidad es de Singapur, pero aquí se bebe en todas partes.

LA NOCHE DE LOS 'POUSSE-POUSSE'

 Roland, el conductor del bus Toyota, es poco hablador, pero se anticipa a baches, cebús y bicicletas. Ahora circulamos en paralelo a la vía férrea Antananarivo-Antsirabé, hace años en desuso. Antsirabé era la ciudad colonial, la ciudad balneario, pero está claro que conoció tiempos mejores, no hay más que ver el Hotel des Thermes. Hay varios cráteres basálticos que acogen lagos en las montañas cercanas, pero nuestra visita es fugaz. La noche la anima un trayecto en pousse pousse camino de un restaurante. Me siento y el  joven que empuja protesta. "Too strong".  Y lo peor es que tiene toda la razón.

CUÁNTO CUESTA LA TIERRA

Amanecemos esta vez antes que el sol en un cabaña tipo 'lodge' del Hotel Palisandro, en una semiisla de la ciudad costera de Morondava. Un nido de amor, vaya. Enfrente, el playazo, unos pescadores y las olas del Canal de Mozambique. Todo muy idílico. Pero en nuestros planes no está pasar un día en remojo, ni siquiera de piscina. Nos aguardan 220 kilómetros de polvo y de pista embarrada. Y nos espera Thierry, nuestro chófer en una comitiva de todoterrenos. Tiene 38 años, mujer y 4 hijos. Tiene también un hermano en Alemania y pregunta si en España hay trabajo y que cuánto cuesta la tierra. Le contamos la verdad. Se queja además el hombre de lo precaria que es la sanidad en la isla y de lo corrupto que es el Gobierno del actual presidente Eri Baobao (Erik Bueno), pero que mejor eso no lo escribamos. Ese largo día atravesaremos en barcazas-trasbordadores los ríos Tsiribihina y Manambolo. El primero y más caudaloso quiere decir "donde no te puedes bañar" y la razón son los cocodrilos. En las zonas de paso no hay problema, así que veremos niños jugando en la orilla, pidiéndonos fotos y regalándonos sonrisas. También jóvenes cargando en los camiones sacos de maíz, mandioca, cacahuetes... El crepúsculo nos encuentra sudorosos y polvorientos, con ganas de una ducha, un chapuzón y una cerveza, en el sencillo pero confortable Orhidée Loge.

Por fin los 'tsingys' de Bemaraha. Los descubrimos con Félicien Tsihala, un guía local con pinta de 'ranger'. ¿Quién descubriría esta enorme parrilla de piedras perdida en estos confines? Avanzamos despacio con los arneses, midiendo dónde poner el pie y las manos. Y trepamos hasta lo alto para sentirnos gratamente insignificantes. 

Lo mismo que al regreso, en la avenida de los baobabs, a las puertas de Morondava, contemplando al atardecer esos árboles primitivos que se alzan como columnas enormes y henchidas sujetando el cielo, ejemplares sagrados y únicos por los que hay que sentir mucho respeto. Llevan ahí muchos siglos y ahí deben seguir, desafiando a un horizonte que ahora se tiñe de rojo.     

{"zeta-legacy-despiece-horizontal":{"title":"La Gu\u00eda","text":"No es obligatoria ninguna vacuna para entrar en Madagascar. Hay que pagar un visado a la entrada de 20 euros. Y la moneda en Madagascar es el ariari.\u00a0 Se necesita una m\u00ednima forma f\u00edsica para visitar cualquier parque nacional ya que todos se ven a pie. Y aunque hay hoteles y alojamientos de todo tipo tambi\u00e9n es importante que los viajeros sepan que para visitar las zonas m\u00e1s v\u00edrgenes de la isla hay que adaptarse a los est\u00e1ndares locales.\u00a0"}}