ARTÍCULOS DE OCASIÓN

La lucha por el nombre

Trueba

Trueba / periodico

DAVID TRUEBA

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Hace tiempo escribimos sobre el conflicto que enfrenta a la denominación de origen del vino de La Rioja con los bodegueros argentinos de la región de La Rioja, al otro lado del Atlántico. Pero conviene ampliar el campo de batalla, porque la pelea por el nombre es una apasionante trifulca. Hace años recuerdo una reseña del crítico de cine de El País Ángel Fernández-Santos, donde ponía bastante mal una película de un director, entonces joven, llamado Ángel Fernández-Santos. En un momento dado, incluía la aclaración de que ambos no eran la misma persona. Lástima, porque muchos pensaron que era la primera vez que alguien se criticaba a sí mismo y se ponía mal.

He conocido a varios directores de cine que se llaman del mismo modo, también actores que se superponen a uno anterior, y ahora mismo triunfa con sus películas un director llamado Steve McQueen, al que no hay que confundir con el maravilloso actor ya fallecido. Puede que pronto haya otro Clint Eastwood, como ha habido varios Ronaldos en el fútbol. No les extrañe que aparezca un joven actor llamado Robert Redford o una Marilyn Monroe que borre del mapa a la anterior. Sucede todo el rato.

Cuando surgió el partido Podemos, llamaba la atención que su líder se llamara Pablo Iglesias. Cuando esta opción política creció y puso en peligro la hegemonía del Partido Socialista entre la izquierda española, cualquiera podría pensar en la ironía. El fundador del partido y la amenaza del partido se llamaban igual, Pablo Iglesias. Conviene saber que cuando Pablo Iglesias en 1879 fundó en Casa Labra el PSOE, hacía más de 50 años que había muerto otro Pablo Iglesias que fue un político y militar liberal que tuvo enorme resonancia en los tiempos de las Cortes de Cádiz. Es decir, que las concatenaciones de nombre vienen de antiguo. La irrupción de este nuevo partido ha traído también a escena a Luis Alegre, que no tiene nada que ver, excepto el nombre, con el tipo genial, economista y periodista, que vive en Zaragoza y ha rechazado en múltiples ocasiones el salto a la política. También el marido de la auxiliar de clínica contagiada de ébola se llamaba Javier Limón, como un conocido productor musical. Tuve un amigo que se llamaba Nacho Cano y siempre se presentaba del siguiente modo: “Yo soy Nacho Cano, pero el que sí se puede levantar”.

En el colegio, tuve un compañero que, al apellidarse Franco, sus padres tuvieron el detalle de ponerle de nombre de pila Francisco. Paquito, que era como le llamábamos, tenía 6 años cuando murió el Caudillo. Pero en su carrera posterior aún no ha logrado anular al personaje que le precedió. Lástima, hubiera sido estupendo que ahora Francisco Franco lo relacionáramos de manera automática con un futbolista o un cantante melódico. Porque con los nombres se produce una lucha soterrada. Ante dos personas que se llaman igual, gana el que más relevancia obtiene a largo plazo. Raphael lucha contra Rafael, el gran pintor. Cada vez hay menos padres que le ponen su mismo nombre al hijo, seguramente advertidos del narcisismo y de que la esperanza de vida se ha multiplicado y pueden coincidir cuatro generaciones llamadas igual. La lucha por el nombre es un apasionante reto. Imaginen que alguien funda un país llamado España en un islote asiático. Y que el lugar progresa y tiene buen gobierno y buenas inversiones y crece y se aficiona al fútbol y un día España se juega el pase a la final del Mundial contra España. Pues esa es la vida de la gente, más o menos.