Los tesoros encuadernados de la Biblioteca Británica

La Carta Magna, cuadernos de Leonardo Da Vinci, manuscritos de John Lennon... son algunas de sus joyas

CARLOS MARCOS

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Las salas de lectura de la Biblioteca Británica constituyen un desafío para los expertos en contaminación acústica. Uno llega a creer que las páginas de los excelsos libros que allí se guardan contienen un sistema para evitar que cuando se pasan se produzca ese característico y suave crujido. Si entras a estas salas con los ojos cerrados, la impresión es desconcertante: apenas se escucha nada, pero sientes que allí hay gente. De repente, una tos te saca del ensueño, abres los ojos y el panorama descubre a cientos de personas encorvadas sobre libros llenos de vida.

“El otro día, un niño de 15 años me dejó sorprendido al definir el sonido de estas salas. ‘La cacofonía del silencio’, lo denominó”. El que habla, e intenta desentrañar el secreto de la acústica de la biblioteca, es Mark Walton, un diligente y simpático inglés de 46 años que lleva trabajando en la Biblioteca Británica (British Library, en la denominación local) desde los 20. En la actualidad es el responsable de equipo. En realidad, los libros son el vehículo que provoca esta singular acústica. Los creadores de este ambiente tan mágico son los lectores.

A cinco minutos de St. Pancras

La Biblioteca Británica está situada a cinco minutos andando de la populosa estación londinense del metro de St. Pancras. Grande, imponente y opulenta, es uno de los orgullos de la ciudad que más turistas recibe a nivel mundial. Entre julio y septiembre del 2013 aterrizaron en la capital británica 4,9 millones de turistas, un 20% más que en el mismo periodo del 2012. Se prevé que en el 2014 visitarán Londres 17 millones de turistas, récord mundial. Por ello, la ciudad ha lanzado la campaña The London Story, donde famosos y anónimos descubren sus lugares favoritos de la ciudad.

La Biblioteca Británica no llega a los niveles de atención de los grandes iconos de la ciudad, como el Museo Británico, el London Eye o el Big Ben, pero funciona como imán de un visitante inquieto, interesado en ir más allá de lo típico recomendable en una guía turística. Una de sus asiduas es la actriz y activista proderechos humanos Joanna Lumley: “Es una joya. Alberga volúmenes y manuscritos que son tesoros literarios”.

Estamos ante una institución que cuenta con 200 millones de documentos, la segunda biblioteca del mundo (primera en Europa) con más información, después de la del Congreso de Estados Unidos (220 millones), aunque muchos especialistas señalan que los tesoros que guarda la inglesa son más valiosos. En cualquier caso, estas dos bibliotecas están muy distanciadas del resto: la tercera es la Biblioteca Pública de Nueva York, con solo 53 millones de documentos.

Al frente de este gigante está Roly Keating, un londinense de 52 años, vestido elegantemente moderno, sonriente cuando toca y rostro severo cuando trata temas serios. Su despacho es de tamaño medio, con moqueta verde, ordenado, limpio de material innecesario y con una estantería llena de libros, casi todos de carácter científico. Todo rodeado de una elevada intelectualidad. Mr. Keating tiene claro qué es lo que más le motiva a primera hora de la mañana en su trabajo como responsable de esta institución. “La Biblioteca Británica tiene un Espresso Bar muy popular. Cada mañana empiezo el día con un buen café. Para el resto del día solo necesito los estímulos que me da la biblioteca”, comenta con una sonrisa.

Férreo defensor de lo público

La noticia de la llegada de Keating a la Biblioteca Británica fue seguida con atención por los medios ingleses. Sobre todo por su notable trabajo en la BBC. Desde 1983, Keating ha ocupado diferentes trabajos en la prestigiosa televisión pública británica: productor de documentales, responsable de programación, director de la BBC4, después de la BBC2, gestor del servicio de archivo y documentación… Hasta que en el 2012 pasó a dirigir la Biblioteca Británica. Como responsable de dos de las instituciones de las que los británicos se sienten más orgullosos, Keating se considera un férreo defensor de lo público: “Para nosotros es una tradición, independientemente del color del partido que en ese momento gobierne. Siempre tenemos el apoyo gubernamental para defender las instituciones públicas. Solo desde lo público se puede mantener una institución como esta o similares, solo con una fuerte conciencia de sentido de lo público. De hecho, nuestra ambición es trabajar para abrirnos mucho más a los ciudadanos, sobre todo para atraer a la gente joven. Trabajar para hacer que nuestra colección sea cada día más cercana a la gente. Todo lo que tenemos aquí, ya sea físico como digital, está a disposición de cualquiera”.

El servicio ciudadano sin límites puede provocar llamativas escenas. En un pasillo del moderno y acogedor edificio se apiñan jóvenes volcados sobre sus portátiles aprovechando la red wifi gratuita. “Vienen todos los días, y la mayoría no está interesado en los documentos de la biblioteca: solo en el wifi”, nos comenta un trabajador sin el más mínimo reproche hacia esos jóvenes. Al revés: se sienten orgullosos de ofrecer un servicio ciudadano gratuito. En la zona de consignas, limpia hasta lo impoluto, nos encontramos con un indigente trasteando con un candado, intentado amarrar un carrito (de supermercado) con sus enseres. “Bueno, es un lugar seguro para dejar mis cosas mientras salgo a buscarme la vida”, nos comenta. Ningún empleado de seguridad se plantea molestarle. Ya saben: servicio público.

12 kiómetros al año de nuevas estanterías

Los números del centro son abrumadores. Se reciben alrededor de 5.000 libros al día y las estanterías crecen anualmente 12 kilómetros. Calculan que en la actualidad alcanzan 274 kilómetros. No se deja nada a la improvisación: una ley exige que de cada libro que se edite en el Reino Unido una copia debe acabar en esta biblioteca. ¿De dónde se saca el espacio para todo este material? El centro está ampliando la zona baja del edificio, los monumentales sótanos, que ocupan siete plantas. Cuando el visitante entra en el hall, en realidad se encuentra en el piso 8. Debajo de sus pies late una vida paralela. Esta sede de St. Pancras es el edificio más grande que se ha construido en Inglaterra en el siglo XX. Lo inauguró la reina Isabel en 1998 (el germen de la biblioteca data de 1600 y durante su larga vida ha tenido varias sedes hasta desembarcar en la actual). Además, cuenta con otro edificio, situado en Leeds, al norte de Inglaterra, donde se acumula material. “Si una persona revisa cinco libros al día, tardaría 80.000 años en echar un vistazo a todo lo que tiene la biblioteca”, afirma uno de los responsables.

Si hablamos de tesoros, habría que empezar por el primer libro impreso del que se conoce la fecha. Data del año 868, se llama 'El sutra del diamante' y es un escrito budista. Se puede ver en la Sala de los Tesoros de la biblioteca. También está allí la 'Carta Magna', de 1215, escrita en tinta de rozadura del hierro. Alumbra este tesoro una tenue luz, para no dañarlo. También encontramos escritos originales de Leonardo Da Vinci, cartas de Galileo, la primera edición de 'Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas', manuscritos de Mozart o escritos originales de letras de los Beatles, como 'Yesterday'. Justo en el centro del edificio se levanta la colección que donó el rey Jorge III de Inglaterra. “Es el corazón de la institución”, indica Mark Walton. Este misterioso y controvertido monarca (se le llamó El Rey Loco y hay abundante bibliografía y cinematografía sobre su vida) tenía el vicio de la lectura. Su legado llega a los 70.000 libros, todos encuadernados lujosamente. Se pueden ver desde una gigantesca cámara acristalada, ya que está prohibida la entrada. Solo pueden acceder los encargados de la conservación y los trabajadores con la misión de satisfacer la petición de los lectores. Gracias a la cristalera se les puede observar operar. Y es un pequeño espectáculo: con la delicadeza con la que extraen los ejemplares, utilizando unas relucientes tenazas plateadas; la pulcritud con la que los tratan y miman, como si tuviesen en sus manos a un bebé de apenas unos meses.

Unos 1.500 empleados

En la biblioteca trabajan unas 1.500 personas (entre los dos edificios). Llevan con orgullo ser uno de los principales empleadores de la zona de St. Pancras. Aunque tienen un activo calendario de exposiciones y sus tesoros son visitados por miles de personas, sus directivos insisten en que es un centro donde se trabaja, no un museo. Aportan datos: el 68% de los lectores son investigadores, gente que está preparando una tesis, el doctorado o estudios varios. En unos minutos apostado en la sala de los investigadores, este reportero vio pasar a dos suizos, un americano, un francés, un japonés y un malasio. Todos se han tenido que lavar las manos (obligatorio) para enfrentarse a los valiosos ejemplares.

El director, RoLy Keating, destaca la labor de digitalización que se lleva haciendo los últimos años. La mayoría del catálogo está disponible en internet. Keating sonríe cuando le preguntamos por sus hijos. Tiene tres. La chica ha estado en España en un programa de intercambio (“justo ahora tenemos en casa a una estudiante española”, comenta), uno de los chicos se empeña en aficionarle al hip-hop (“pero me cuesta”, dice) y el otro es un fanático del Arsenal. “Cuando gana los títulos el Arsenal, el equipo hace un recorrido que pasa cerca de mi casa. Me asomo a la ventana y los puedo ver. Sí, soy del Arsenal, pero no tan aficionado como mi hijo”, dice.

Le preguntamos cuál es su tesoro favorito de la biblioteca. Se lo piensa unos segundos: “Un manuscrito de John Lennon, de la canción 'In my life'. Es un texto muy autobiográfico, donde cita diferentes lugares de Liverpool y habla con nostalgia de su niñez. Me siento muy cerca de ese documento, porque yo crecí con las letras de los Beatles. Tiene una forma de describir la nostalgia que es conmovedor. Fue donado por el biógrafo de los Beatles, Hunter Davies. No sé lo que costaría ese documento si se vendiera en eBay, pero seguro que algunos fans estarían dispuestos a pagar mucho dinero”.

Alejado de los Beatles, de la Carta Magna o de los manuscritos de Shakespeare se encuentra Paul, el indigente, con quien nos cruzamos en la puerta. Con su mano agarra una bolsa de plástico bastante llena… Uno de los bedeles le saluda. Siempre al servicio del ciudadano.