Lluís Llach: "Soy un viejo maduro como una viña vieja"

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LUIS MIGUEL MARCO

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Las campanas de la iglesia de Sant Joan, en Porrera, anuncian las 12 del mediodía. Es jueves, 18 de septiembre. Los escoceses votan hoy el sí o no a su independencia. El resultado aún deberá esperar unas horas pero, curiosamente, lo que está pasando hoy en Escocia, un referéndum democrático con todas las de la ley, también resuena en este rincón del Priorat.

Recibe Lluís Llach en su territorio mineral, de viñedos y 'llicorella', en una mañana de nubes preñadas y moscas pegajosas. Por aquí andan metidos en vendimia: son semanas cruciales. La cariñena y la garnacha, prieta y amoratada, viaja en cajas hacia las bodegas, hasta su destino líquido y final.

Los racimos aún tardarán unos días en llegar hasta la bodega Vall Llach, al otro lado del viejo puente de piedra. El que fuera cantautor, metido después a viticultor y, después, a escritor es de los últimos en recolectar. Una fijación que tiene: aguardar hasta el último momento, que el sol madure bien las uvas. Luego hablaremos de cómo deben estar de maduras las cosas para que fructifiquen y que cada uno interprete en estas palabras lo que quiera.

Aquí lo tenemos, a unos pasos de la plaza, sentado a la sombra en un patio trasero donde crecen los hierbajos, sin la gorra a la que nos tiene acostumbrados. Sobre la mesa dejamos un ejemplar del motivo que nos trae hasta aquí: su nueva novela, 'Las mujeres de la Principal', tras su debut literario con el emotivo 'Memoria de unos ojos pintados'. Entre medias, Llach publicó 'Estimat Miquel', un homenaje a su amigo el poeta Miquel Martí i Pol a los diez años de su pérdida. “Pero aquello era otra cosa, ahora he vuelto a la ficción”. Aunque altere los topónimos, esta historia de tres mujeres rezuma Priorat por cada una de sus páginas. “Llach ha recreado un crimen local”, le suelto. Y ríe. Sí, hay un asesinato en esta saga. Pero es inventado y no seremos nosotros quienes destripemos el caso.

“Esta vez me he sentido más libre. En 'Memoria de unos ojos tristes' explicaba una historia de amor entre dos hombres en unos años dificilísimos. Quería hablar de cómo se vivía entonces ese tipo de sexualidad digamos no oficial, y eso me tocaba más de cerca. Estaba más comprometido. Por otro lado, hablaba de la guerra civil, de la represión en Barcelona, y me tenía que ceñir a los acontecimientos y a las fechas. Ahora me he permitido volar un poco más”.

¿Sabe que todavía hay quien se sorprende de que usted escriba?

Yo también, el primero. A mí me lo juran hace unos años y no me lo creo. Yo vengo de otra cultura. Durante 40 años estuve obligado a la síntesis. Sobre todo si, en tu bendita inocencia, con cuatro notas aspiras a salvar el mundo. Yo destilaba ideas. Y un libro, en cambio, te permite cambiar de registro, ahondar en los matices, poner comas y abrir paréntesis allí donde convenga. Y es una aventura a la que me enfrento como una novedad absoluta. La verdad es que después de 'Estimat Miquel' me moría de ganas de volver a escribir ficción. Me he divertido mucho con esta historia.

¿Se siente aún un aprendiz?

Mire, toda mi vida he intentado ser un aprendiz; en la música también. Y ser aprendiz es un oficio muy difícil. Después del 'Viatge a Itaca' necesité hacer 'Campanades a morts', que era otra historia. Y así todo el tiempo. Si algo ha pesado en este transitar por lo artístico, y ponga todas las comillas que quiera en lo de artístico, es la voluntad de no repetirme. Eso es un privilegio magnífico. Y los artistas que no lo hacen no están cumpliendo con uno de sus deberes, que es el de autocuestionarse todo el tiempo y no repetirse durante 40 años.

¿Ha sentido que esta historia le poseía?

Me ocurrió ya con 'Memoria... Puedes reprimir esa posesión, pero la tentación de que la novela viva sola es algo muy atractivo, al menos a mí me pasa.

¿De dónde surgen estas tres Marías?

Hablando un día con Jordi Cornudella, que es mi editor preferido, le dije: “Me gustaría explicar la historia de tres generaciones de mujeres que fuesen poderosas y en un ámbito geográfico como el Priorat”. Y entonces me animé a escribir sin saber muy bien el qué. Inicié la escritura con la mayor, con la vieja. Después se ve que un día me levanté con ganas de matar a alguien y metí un muerto en la novela y entonces me tuve que inventar un policía para que investigara el caso. Y seguí tirando de ese hilo. Pero es pura ficción, no fastidiemos.

Abuela, madre e hija. De los estragos de la filoxera saltamos al final de la guerra civil. Y de noviembre del año 40 a los años de la revolución de los vinos del Priorat. Entre la crónica costumbrista y la crónica negra. Y topando con la Iglesia. Y sin faltar una historia de amor que se salta las convenciones. Un culebrón en toda regla.

“Sí, sí [risas]. En realidad estoy hablando de la valentía de unas mujeres, sobre todo de la María del medio, la María Magí, que se rebela contra el destino que habían decidido para ella y se enamora y se la juega por un empleado suyo, Llorenç, que ella ve como homosexual pero que, en realidad, es bisexual y que es el eje de todo porque en él confluyen el amor, el sexo y el crimen”.

¿Lo ve? Un culebrón, con escenas de cama y de cuadras e imágenes poderosas.

¡No me diga que al final tendré que hacer la película!

¿No se lo han sugerido ya?

Me lo han comentado otras personas y he de confesar que yo era muy cinéfilo de joven. Muy admirador sobre todo del neorrealismo italiano.

Pues los exteriores ya los tiene aquí: montañas, viñedos, bodegas, casonas de piedra.

Yo siempre digo que Pous no es Porrera, Rius no es Reus, Felius no es Falset ni la Abadía es el Priorat, pero sin todos ellos no hubiera podido escribir esta novela.

Y sin su reconversión. Porque el vino también está presente.

Quizá algún día me canse y deje de hacerlo, pero me gusta hablar de los años que he vivido. Lo considero un patrimonio, sobre todo pensando en la gente joven. Mi madre heredó aquí en Porrera una masía y unas tierras cuando yo tenía 5 o 6 años. Yo venía aquí a comer bien, a engordar y a jugar en la calle sin peligro, cosas que aún se pueden hacer hoy. Pues hay imágenes de esa infancia que he recuperado ahora, 60 años después, con este relato. Hay mucho también de mi madre en él. Fíjese que he tenido que recorrer el camino inverso y hacer lo contrario que hizo ella. Mi madre arrancó la viñas y plantó avellanos y yo he levantado aquí mi propia bodega.

Usted regresa a Porrera de la forma más dramática. Y por suerte lo puede contar.

Sí. En el 92 me diagnosticaron un melanoma que estaba en estado avanzado. Me daban un año y medio de vida. Yo entonces vivía en el Empordà y mi casa en Verges estaba muy invadida por razones artísticas. Tenía allí el estudio de grabación. Así que me propuse vivir el final con serenidad y calma y disfrutar cada día como el último y ver pasar los pájaros y todo eso. Y escogí venir a Porrera porque aquí se respira una ruralidad mucho más cerrada. Estos son pueblos que han vivido sobre sí mismos. Y aquí siempre sentí mucha paz y, a la vez, la cercanía de la gente. Aquí todo pasa aquí, no sé si me explico.

Y después, en octubre del 94, llega la riada.

Y la gente desesperada. Por eso me decidí a entrar en el mundo del vino, para ver si podía ayudar un poco. Lo hice siguiendo el ejemplo de la gente de Gratallops, de René Barbier y de Álvaro Palacios, a los que se les ha de reconocer todo el mérito porque hicieron una auténtica revolución. Eran gente que te animaba a tirar adelante. Yo tuve en José Luis Pérez, el propietario de Mas Martinet, un asesor magnífico. Piense que aquí en Porrera en cuatro años se pasó de pagar el kilo de uva de 45-60 pesetas a 600-650. Después ha llegado la crisis, pero aquí el vino funciona. En Porrera, de bodega y media hemos pasado a 14, y 12 son completamente familiares. Aquí la gente respira viña. Y eso es fantástico porque el Priorat se ha hecho un nombre internacional gracias al vino.

No me negará que tiene su gracia que esto me lo cuente un abstemio.

Abstemio total. Hice dos años de cata y algo aprendí. Al menos con los prioratos no me engañan.

Y Llach, ¿en qué punto de maduración está?

Bueno. A los 60 años ya dije que empezaba el tercer acto y ya voy por los 66, así que digamos que soy un viejo maduro como una viña vieja. En cierta forma soy alguien que disfruta de una vida regalada, en tiempo de descuento si quiere decirlo así, pero con la cabeza todavía en su sitio.

¿Se considera ahora más sabio?

Todo eso del conocimiento está muy bien, pero, alerta, solo cuenta si a base de experiencias pasadas no te montas una prisión. La inteligencia debe de ser, porque yo no la tengo, aprovechar lo bueno de la experiencia sin perder la capacidad de renovación interior. Porque de lo contrario el peligro es convertirse en un conservador acojonado por todos los escarmientos que la vida te ha dado.

¿Usted ha escarmentado mucho?

Yo he vivido mucho. Dejé de cantar a los 60 para tratar de vivir de otra manera. Hasta entonces mi vida había sido un no parar, como un tren a toda velocidad. Y, como digo, estaba entrando en el tercer acto, que es el mejor porque, como en las obras de Shakespeare, se resuelve todo. Y no quería vivir ese tercer acto como una caída por el precipicio. Quiero acabar con un cierto honor interior. Y desde esa perspectiva me subo a nuevos trenes: la escritura, Senegal...

¿Qué le empuja a pasar allí siete meses del año y a montar una fundación?

Bueno, antes de decidirme a echar una mano, estuve observándoles un año para entenderlos mejor, porque, de lo contrario, cuando vas con tu mentalidad de europeo, la cagas. Y lo que me pasó en Senegal fue que mis creencias y mis seguridades comenzaron a removerse y a cuestionarse de nuevo. Y a mí me encanta que me sacudan y me provoquen. Por eso la palabra clave es aprendizaje. Aunque, en el fondo, lo que hago es buscar mi propia felicidad.

¿Haciendo cayucos?

Sí, pero se me hunden. Se nos hundió uno hace dos meses y fue el disgusto más grande de este año. Y de una segunda embarcación se nos destrozó la red. Piense que de la pesca con esas barcas viven de 600 a 700 personas. Estamos descapitalizados. Por eso me voy ahora unos días para allá.

¿Esta novela la escribió en Senegal?

Toda entera. No sé si es bueno o malo, pero es allí donde me concentro, donde tengo las condiciones, donde pongo distancia.

¿Aquí hay demasiado ruido? Y cuando digo ‘aquí’ digo ‘Catalunya’.

Aquí las cosas se están poniendo muy interesantes. Lo que está pasando ahora era impensable hace solo cinco años.

Y usted que tantas luchas arrastra, ¿cómo lo vive?

Con ilusión. Aunque le diré que con todo esto del proceso y la consulta me arrepiento de dos cosas. La primera, de dejar de cantar, lo siento por las pobres ‘víctimas’ que tenía. Creo que ahora debería cantar. Y, la segunda, de irme cuando comenzaba la crisis, porque resulta que las necesidades son casi más perentorias aquí que allá. Tengo remordimientos por eso.

No me diga que quiere volver a hacer canción protesta.

No siento nostalgia de ponerme a escribir canciones. Pero, en cambio, esa densidad de la comunicación con el público, esa cosa tan rara de algunas noches, en algún teatro... Esa complicidad de varias generaciones, esos ojos de la gente declarándote su amor cuando se encienden las luces, esa entrega... Todo eso mezclado con cuatro notas de piano, eso que sé que ya no volverá, lo extraño.

Si le sirve de consuelo, le diré que este verano, y a ritmo de ska catalán, he oído mucho ‘L’estaca’.

Me encanta que la hagan suya y hasta que la destrocen si quieren.

Usted cerró con ‘Tossudament alçats’ el Concert per la Llibertat en el Camp Nou en junio del año pasado y cantó ‘Ara és l’hora’ en el vértice de la ‘V’ en la Diada. ¿Por el país lo que haga falta?

Sí, fue un vértice muy interesante. Yo ya dije que cuando fuera necesario me pondría al servicio de la Assemblea [Nacional Catalana] y creo que hice el papel que tocaba.

Hoy vota Escocia. ¿Pronto lo hará Catalunya?

Espero. Pero esto va más allá. A ver si me explico. Cuando el políticamente gilipollas señor Mariano Rajoy dice que todo esto torpedea Europa, es de una ignorancia supina. Esto puede salvar Europa, y él no se da cuenta. Europa se ha hecho sobre la competencia y la envidia entre estados. Y que la voluntad de la gente esté por encima de los intereses de los estados cuestiona muchas cosas.

Hasta Pujol es cuestionado.

Es que en la Diada lo que se estaba pidiendo también es 'fer net', limpiarlo todo. Eso, en contra de desmotivar, motivó a la gente a echarse a la calle, y de una forma ejemplar, cívica y democrática.

Esto es como vivir la historia al minuto.

Es que nosotros, como países y como estados, somos las consecuencias de guerras, genocidios, expolios..., las consecuencias de las decisiones de testas coronadas llenas de imbecilidad. ¿Es que hoy, en el 2014, en plena democracia, los ciudadanos tenemos que aceptar todas las imbecilidades históricas como si fuera algo inamovible cuando la misma Constitución dice que la soberanía es nuestra? Si somos libres, somos libres y, si no, que nos vuelvan a reprimir.

Y esos ojos que ahora brillan tanto, ¿verán una Catalunya independiente?

Hombre, tengo una salud frágil, pero creo que sí la veré. Creo que este país antiguo, que viene de muy lejos y que afortunadamente es un país impuro, mezcla de muchas culturas, merece que se le trate con dignidad. El Estado español, no digo España, no nos ha dejado vivir nunca con dignidad. Hace cinco años todavía decían que no somos una nación. Y la expoliación económica es cierta, y no digo con esto que no tengamos que ser solidarios con los extremeños y con los andaluces. ¡Y hasta con la gente de Etiopía si hace falta! La futura sociedad que yo visualizo es una sociedad del siglo XXI, con leyes, con transparencia y sin servilismos políticos. Es el momento de reinventar este país. Hasta los políticos saben que esto no puede continuar así.