Liv Ullman, mucho más que la musa de Bergman

Dice que le causa "un placer indescriptible" que su nombre se asocie con el del director sueco, pero ha desarrollado una gran carrera sin él. Este viernes se estrena 'La señorita Julia', su último trabajo tras la cámara

Liv Ullmann

Liv Ullmann / periodico

NANDO SALVÀ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Usar apelativos como 'Gran Dama' o 'icono' para referirse a ella es quedarse ridículamente corto: Liv Ullmann ha hecho unas 50 películas, entre ellas varias de las más importantes de la historia. Quizá leyenda viva sería un calificativo más adecuado, de no ser por la abrumadora humildad que la actriz y directora noruega evidencia en persona, y porque su apariencia no concuerda con semejante bagaje: aunque debidamente historiado, su rostro retiene toda la belleza que tenía cuando el gran Ingmar Bergman lo sondeó al detalle para captar la vulnerabilidad y la sensual inteligencia que también ahora, sentada a la mesa de un restaurante de Toronto, proyecta naturalmente. La edad, en todo caso, ha afectado sus decisiones profesionales. Cuando Steven Soderbergh le propuso interpretar a la ex de George Clooney en 'Ocean’s twelve' (2004), su negativa fue inmediata. "Me imaginé saliendo del avión y contemplando el rostro horrorizado de los productores", revela entre risas.

Que su carrera como actriz se asocie invariablemente a la de Bergman no solo "es un placer indescriptible", sino que además "es lógico". Su relación con el cineasta sueco va mucho más allá de las 11 películas que rodaron juntos, entre ellas obras magnas como 'La hora del lobo' (1968), 'Pasión' (1969), 'Gritos y susurros' (1972) y 'Sonata de otoño' (1978). Fue gracias a dos guiones semiautobiográficos de Bergman, de hecho, que Ullmann alcanzó renombre como directora: 'Encuentros privados' (1996), que recreaba el infeliz matrimonio de los padres del sueco, e 'Infiel' (2000), crónica de la destrucción causada por el idilio entre una mujer y el mejor amigo de su marido.

Quince años después, Ullmann ha vuelto a dirigir: desde este viernes en los cines españoles, 'La señorita Julia' adapta la pieza teatral homónima estrenada por el sueco August Strindberg en 1888, en la que meditaba sobre la batalla de los sexos y los conflictos de clase a través de la asfixiante relación entre una altiva aristócrata (Jessica Chastain) y un sirviente con ansias de medrar (Colin Farrell). "Su historia tiene aún más relevancia ahora que cuando fue escrita", opina Ullmann. "En primer lugar porque el sistema de clases es más feroz que nunca, pero sobre todo porque todos somos como Julia: nos encontramos muy solos, entre otras cosas porque no estamos dispuestos a escucharnos. No conectamos entre nosotros".

Strindberg, bajo la óptica femenina

La obra de Strindberg ya ha sido adaptada numerosas veces en el pasado, pero nunca antes por una mujer. "Y ya iba siendo hora. Porque el autor odiaba a las mujeres, y no creo que las entendiera realmente. He querido poner algunos puntos sobre las íes. Por ejemplo, yo he querido enfatizar la problemática influencia que ejerce en Julia la sombra del padre".

El trauma derivado de la figura paterna es algo que Ullmann conoce bien. "No tengo muchos recuerdos de mi padre, pero guardo en la memoria su imagen con la chaqueta de cuero marrón, cogiéndome de la mano. Y todavía hoy ando en busca de esa mano". Murió cuando ella tenía solo 6 años: la hélice de un avión tuvo la culpa. "Lo fui a visitar al hospital y me dijo: 'Liv, tú y yo nos reencontraremos en un mundo mejor". Sus ojos se empañan mientras busca las palabras. "Tengo 75 años y llevo 30 felizmente casada, pero sigo intrigada por los hombres porque el primero de mi vida me dejó demasiado pronto". Para zanjar el tema paterno con humor, recuerda lo primero que le dijo a James Stewart cuando lo conoció en los años 70: "Siempre quise que fuera usted mi papá".

De Bergman se enamoró durante el rodaje de 'Persona' (1966). Él casi le doblaba la edad –tenía 47; ella, 26–, y ambos estaban casados. "Hasta que lo conocí, yo siempre me había sentido invisible. De niña sobornaba a mis compañeras de clase para que me acompañaran al cine. Apenas hablaba hasta que encontré a Ingmar". Recuerda cómo, en una ocasión, al recoger a Bergman del aeropuerto le tuvo que dar la mala noticia de la muerte de su madre. "Allí, sentado en el coche, reveló toda la fragilidad de un niño, y entonces supe que nunca le dejaría. De algún modo nunca lo hice". Pese a que su relación duró solo cinco años, la alianza continuó hasta su muerte, en el 2007.

Amante posesivo

Fue un romance arrebatador, para bien y para mal. Ella se quedó rápidamente embarazada –su hija, Linn Ullmann, es hoy una novelista de éxito–, y se mudó a la casa que Bergman construyó para ellos en la remota isla báltica de Farö. Él era tan posesivo que construyó cercas alrededor de la propiedad. "Fue su forma de decirme que no quería que viera a mis amigos, ni que fuera a visitar a mi familia a Noruega", recuerda. "Yo era muy joven, y aquella no era la vida que había imaginado".

No es extraño que sintiera un miedo atroz a descubrir que no era nada sin él. "Él me llamaba su Stradivarius, y eso me intimidaba muchísimo". Pero no tardó en despojarse de él. 'Los emigrantes' (1971), sobre una pareja sueca que llega a Estados Unidos en el siglo XIX, le proporcionó un Globo de Oro y la nominación al Oscar. "Me empezaron a llover ofertas en Hollywood y mi agente me empujó a decir que sí a todas". Resultaron ser malas ofertas. "En un año arruiné a dos estudios. Pero lo cierto es que me sentí aliviada".

De no ser por el fracaso de su aventura americana tal vez no habría regresado a Suecia para rodar 'Secretos de un matrimonio' (1973), ni habría empezado a escribir libros. Quizás nunca habría probado suerte como directora. "Dirigir me ha proporcionado más placer que actuar, porque tras la cámara no tengo que pensar tanto en mí ni en mi aspecto". Sin embargo, reconoce, la euforia que le produce acomodarse dentro de un personaje sigue siendo única. "Todos los actores que se quejan de su trabajo no saben de qué hablan. Se nos permite contactar con emociones que para muchas personas son inaccesibles, experimentar en toda su plenitud lo que significa ser humano. ¿No es eso un privilegio increíble?".