Julianne Moore: "No quiero dejar de parecerme a mí misma"

La actriz es favorita al Oscar por su papel con alzhéimer en la película 'Siempre Alice'

dominical 644 JULIANNE MOORE

dominical 644 JULIANNE MOORE / periodico

NANDO SALVÀ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Ahí está ella, espléndida, para callar la boca  de quienes insisten en que el cine ya no ofrece papeles interesantes a las mujeres maduras. A sus 54 años, Julianne Moore (nació en Carolina del Norte) está viviendo el momento más dulce de su carrera. Si el pasado mayo obtuvo el premio a la mejor actriz en el Festival de Cannes por su trabajo en la sátira de Hollywood que ha dirigido David Cronenberg, 'Maps to the stars'; se llevó el Globo de oro y ahora es favorita al Oscar gracias al drama 'Siempre Alice', que retrata a una profesora universitaria a la que diagnostican alzhéimer y explora los efectos de la enfermedad tanto en ella como en su familia. 

La película, basada en una novela del mismo nombre publicada por Ediciones B, llego a la cartelera el 16 de enero, semanas después de la más reciente entrega de la saga 'Los juegos del hambre', en la que da vida a una líder insurgente, y de 'El séptimo hijo', una fantasía épica que coprotagoniza junto a Jeff Bridges.

Moore, que ya ha estado nominada cuatro veces antes al Oscar, nos recibió en un hotel durante el pasado Festival de Toronto para hablar, entre otras cosas, de enfermedades degenerativas, del valor de los premios y de la belleza de las arrugas.

¿Le gustaría ganar el Oscar? ¿Cuánto le importan los premios?

Si algún actor le dice que no le importa, está mintiendo. Es decir, intentas que no te importe, porque el verdadero valor de lo que haces está en lo que se ve en pantalla y no en las medallas que te ponen. Pero es muy difícil no pensar: ‘Sería bonito llevarme el Oscar’. Todos buscamos reconocimiento, está en nuestra naturaleza. Fíjese en lo contento que se pone un niño cuando le dices que ha hecho algo bien. Eso al crecer nos sigue pasando.

¿Esperaba tanto reconocimiento por su papel en ‘Siempre Alice’?

Ni me atrevía a soñarlo. Es una película muy pequeña. La rodamos sin dinero y en pocos días. Pero entiendo por qué la gente conecta con Alice: es una mujer que debe enfrentarse a final de su vida y a sus consecuencias. Se ve obligada a preguntarse qué significan su familia, su trabajo, sus relaciones, sus logros y su vida en general, y qué queda de todo eso al final. Habla de la mortalidad, algo de lo que solemos huir como de la peste.

¿Por qué cree que es importante que el cine hable de esta enfermedad?

Porque hay muchos prejuicios alrededor del alzhéimer, sin duda derivados de la falta de información. La demencia suele considerarse una consecuencia del envejecimiento. Suele pensarse que a la gente joven no le afecta y los afectados pueden llegar a tratar de esconder los síntomas por miedo a que se les catalogue de viejos. Pero el alzhéimer es una enfermedad y no tiene nada que ver con la edad.

¿Qué descubrió rodando esta historia?

Que el Alzheimer es una enfermedad muy individualista. Quiero decir que cada paciente reacciona ante ella de un modo distinto. Y que esa idea de que los enfermos pierden su identidad, que son anulados por la demencia, es completamente falsa. He hablado con muchos pacientes, incluso con algunos en un estado muy avanzado, y su personalidad está ahí, es visible. Descubrir eso me conmovió profundamente.

Que uno de los directores de ‘Siempre Alice’, Richard Glatzer, sufra una enfermedad degenerativa debió de resultar significativo.

Por supuesto. Richard sufre la enfermedad de Lou Gehrig [esclerosis lateral amiotrófica], que vendría a ser opuesta al alzhéimer porque  no destruye la mente sino el cuerpo. Pero en ambos casos el reto es continuar con tu vida y tratar de permanecer conectado con tus deseos y con el tipo de vida que quieres llevar mientras luchas por sobrevivir. Hace falta una gran fortaleza para enfrentarse a él.

Es inevitable no sentir cierto miedo al ver la película y comprobar lo frágil que es la vida humana. ¿Sintió algo parecido al rodarla?

En realidad, no. Más bien fue todo lo contrario, me sentí aliviada. Lo que me llevé de esta experiencia fue más bien alegría, amor y esperanza. Comprendí lo importante que es celebrar cada día de nuestra existencia, porque es extremadamente valiosa. Y me di cuenta de lo afortunada que soy por tener a mi marido y a mis hijos a mi lado.

¿Cree que para un actor rodar una película como esta puede ser una experiencia reveladora?

Tampoco exageremos. Yo no creo haber aprendido gran cosa acerca de la vida gracias a mi trabajo. He aprendido de la vida y he aplicado esas enseñanzas a mi trabajo, que es distinto. El cine no hace nada particularmente original, no crea nada. Se limita a proyectar un reflejo de la sociedad en su conjunto. A veces los actores nos damos demasiada importancia. Nuestro trabajo es uno de los más simples que existen.

¿En serio? Seguro que interpretar ciertos papeles requiere un gran coraje. Está siendo modesta.

Es lo que siento, de veras. A veces la gente me dice cosas como: ‘Qué actriz tan valiente eres’, y yo me pregunto por qué. Ser valiente tiene que ver con afrontar un miedo y a mí contar historias no me da ningún miedo. Al contrario, me lo paso en grande haciéndolo, incluso cuando implica grandes emociones y grandes sentimientos. Sentir emociones no va a matarte. Tener un accidente escalando una montaña o esquiando sí puede matarte. Esas cosas sí me dan miedo.

¿De donde surgió su vocación? En su familia no hay antecedentes.

Cierto. Mi madre era psicóloga y mi padre, coronel. Su compromiso con el ejército hizo que nos mudáramos unas 20 veces durante mi infancia y mi adolescencia. Incluso viví un tiempo en Alemania. Como resultado de esas idas y venidas, tardé bastante tiempo en aprender a vivir en comunidad y a tener amigos y relaciones duraderas. Pero supongo que esa experiencia fue positiva a la hora de forjarme como actriz. Cuando no perteneces a ningún lado tienes que intentar encajar en diferentes entornos y adaptarte a ellos. Es lo que un actor hace con sus personajes, supongo.

No debió de resultar fácil ser siempre la alumna nueva en el colegio.

Yo acostumbraba a refugiarme en los libros. Me pasaba el día leyendo uno y me sentía tristísima al llegar a la última página. De hecho, para mí, actuar es como una extensión del acto de leer, es como si leyera en voz alta. En ambos casos se trata de meterse en una historia. Esa posibilidad de escapismo es lo que más me atrae de mi profesión.

¿Y cuando decidió que quería actuar y no, por ejemplo, escribir?

Me acuerdo perfectamente. Estaba en el instituto y un día vi a Meryl Streep en la portada de la revista 'Time'. Por algún motivo, ver aquello me impresionó enormemente. Llegué a casa y le dije a mi padre: “Creo que quiero hacer lo que hace ella”.

¿Fue así de sencillo?

Sí, no me lo pensé dos veces. Me dije que iría a la escuela de arte dramático y que luego me mudaría a Nueva York, contrataría a un agente e iría de una audición a otra a probar suerte. Di por hecho que así sucederían las cosas, pero tampoco  tenía muy claro el tipo de vida que quería llevar. Si entonces me hubiera visto ahora, a mis 54 años, hablando con usted aquí en un hotel de Toronto acerca de mi carrera y de lo que he hecho durante estos 30 años, no me lo habría creído.

Empezó en la tele, haciendo culebrones. ¿Que aprendió de ellos?

Aprendí a ser profesional. Tenía que aprenderme 30 páginas de diálogos al día, así que no hacía otra cosa que llegar al set a las 7 de la mañana, pasarme 12 horas trabajando, y luego volver a casa y seguir estudiando las frases. Los ritmos de trabajo eran frenéticos.

¿Se puede ser buen actor a ese ritmo?

La mayor parte de las veces me veía en pantalla y pensaba: “¡Uf!, hoy he estado realmente terrible”. Pero precisamente por eso, solo piensas en mejorar.

Julianne Moore alcanzó el reconocimiento masivo gracias a sus conmovedoras interpretaciones en películas como 'El fin del romance' (1999), 'Lejos del cielo' (2002) y 'Las horas' (2002). Se metió en la piel de mujeres reprimidas que ocultaban algo al mundo, a sus familias y a sí mismas. Pero también se ha especializado en personajes explosivos que no ocultan absolutamente nada. Muchos de nosotros la vimos en el cine por primera vez en 'Vidas cruzadas' (1993), en la que ofrecía un inolvidable monólogo desnuda de cintura para abajo. También fue una estrella del porno que esnifaba cocaína como una aspiradora en 'Boogie nights' (1997) o la amargada esposa que al final de 'Magnolia' (1999) regañaba un farmacéutico usando el tipo de lenguaje que la televisión americana suele tapar con pitidos. Y, en 'El gran Lebowski' (1996), una artista experimental cuya mayor fuente de inspiración era su propia vagina. En todo caso, es posible que nunca la hayamos visto en una interpretación tan enloquecida como la que ofrece en 'Maps to the stars', en la piel de una actriz en horas bajas tan desvalida como tiránica, tan aniñada como monstruosa. La película, dirigida por David Cronenberg y con Mia Wasikowska, Robert Pattinson, John Cusack, Olivia Williams y Carrie Fisher, llega a España en marzo.

Señora Moore, ¿es Hollywood un lugar tan terrible?

Alrededor de Hollywood hay mucha mitología, sin duda. Es un mundo único en muchos sentidos, y un mundo que se basa en la imagen que sus habitantes proyectan. Es una idea cada vez más establecida en la cultura popular: vemos imágenes y las tomamos como reales, pero no son la realidad. Y muchos actores necesitan ver su propia imagen ahí fuera, porque de otro modo sienten que no existen. Se sienten vacíos porque en su interior, tras su imagen, no hay nada.

En todo caso, en mayor o menor medida todos los actores se preocupan por su imagen. Usted misma nunca ha llevado bien tener la cara cubierta de pecas, ¿no es así? Incluso ha escrito un par de cuentos sobre eso.

Fue un problema sobre todo cuando era niña. Porque los niños odian todo aquello que les hace sentirse distintos. En aquella época yo vivía en un entorno en el que todo el mundo a mi alrededor tenía el cabello rubio y la piel bronceada, y yo tenía que protegerme del sol y pensaba: “¿Por qué demonios no puedo ser como ellos?”. Eso nos pasa a todos.

¿Le ha traído la edad nuevas preocupaciones acerca de su aspecto?

A todas las actrices nos preguntan por la cirugía plástica y por nuestros hijos. No es que no sean cuestiones importantes, pero seguro que no le habría hecho esa pregunta a un hombre.

Tiene usted toda la razón.

Que conste que no me importa contestar. Para mí envejecer es todo un privilegio, y quiero creer que voy a ser capaz de hacerlo de la forma más natural posible. Para mí ir cumpliendo años es como experimentar una hermosa progresión. Y quiero llegar a cumplir cien años, si es posible. Desde luego, lo voy a intentar.

¿Y sin importarle las arrugas que llegue a acumular?

Sinceramente, no entiendo por qué las mujeres se ponen bótox. No las hace parecer más jóvenes, tan solo deja en evidencia que se han hecho algo en la cara. Una vez alcanzas los 50, es imposible tener el mismo aspecto que tenías a los 25. Dicho esto y espero que no se me malinterprete, no quiero condenar a nadie por nada de lo que haga, porque me consta que retocarse la cara puede hacer que algunas personas se sientan mejor consigo mismas. Es solo que yo no quiero dejar de parecerme a mí misma. De todos modos, ninguno de nosotros vivirá para siempre, ¿no? Podríamos morirnos mañana mismo y, ¿sabe qué?, entonces ya no tendríamos que preocuparnos más por la edad. Una de las cosas más importantes que  acostumbro a decirles a mis hijos es que lo que importa de nosotros no es nuestro exterior, sino lo que hay dentro: quiénes somos, qué pensamos, cómo nos comportamos... eso es lo que define nuestro valor como personas.

Habrá quien piense que resulta contradictorio que usted, que es embajadora de L’Oréal, diga algo así.

No veo por qué. Creo que L’Oréal es una compañía que conecta con mujeres de todo el mundo, de todas las edades y de todas las culturas, para decirles que cada una de ellas merece estar hermosa y debe dedicarse un tiempo a sí misma. Ese poder aglutinador es algo que admiro.

¿Se considera un icono de estilo?

Eso son palabras mayores. Yo me tomo los estilismos como algo con lo que divertirme y, sobre todo, como una forma de reflejar quién soy en cada momento. Y dicho esto no creo ser un buen ejemplo de estilo para nadie. Y le pongo un caso. Mucha gente considera que vestir de negro es no asumir riesgos y yo me visto de negro muy a menudo. ¡Pero es que soy pelirroja, maldita sea! En mi caso, el color viene de fábrica.

No es solo su actitud frente a la imagen lo que la convierte en una rareza entre las actrices de Hollywood. Muchas de ellas se quejan de lo difícil que resulta para las mujeres conseguir buenos papeles, pero nadie lo diría al recordar los que usted ha hecho en los últimos años.

Mire, los buenos papeles, los realmente interesantes, son difíciles de encontrar para cualquier persona y a cualquier edad, porque este negocio no está diseñado para satisfacer los egos de los actores y las actrices. Los grandes estudios están principalmente preocupados por crear productos que se vendan en todo el mundo, eso es lo primero. Sería muy fácil sentarme aquí y poner verde a la industria del entretenimiento, pero lo cierto es que hay películas y personajes muy interesantes ahí fuera, y hacerme con ellos no es trabajo de nadie más que mío. Lo que pase con tu carrera es responsabilidad exclusivamente tuya.