Josep Abril: "Hago ropa atemporal'

La colección de otoño invierno del diseñador catalán ganó la pasarela Barcelona 080 Fashion Week

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LUIS MIGUEL MARCO

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El cielo nos da una tregua y podemos salir a hacer las fotos. Estamos en el estudio que Josep Abril (Barcelona, 1962) tiene en la antigua fábrica Lehmann, en el Eixample izquierdo de Barcelona. Un largo y oscuro pasadizo de adoquines desgastados nos lleva desde la calle Consell de Cent directamente a un patio interior que hoy, con la lluvia, nos remite a un Londres fabril. Ahí se alzan los 25 metros de antigua chimenea para apuntalar la imagen. Un vivero de talleres y empresas, eso es la Lehmann, la antigua factoría de juguetes de hojalata. Un anacrónico respiro en la ciudad. Josep Studio está subiendo las escaleras, encima de la nave de ladrillo visto que ocupa la editorial Comanegra.

Abril va de Abril. Abril siempre viste de Abril. Se ha puesto una camisa de cuadros y una trenca con cuatro bolsillos y una amplia capucha. Su mujer y colaboradora, Allessa Zopis, le da el visto bueno. Es una pieza que ha producido para este otoño. Es de buena lana, azul oscura, sobria y tiene cuatro amplios bolsillos, una amplia capucha y los clásicos botones cruzados de hueso. “La trenca la hizo popular la Royal Navy cuando decidió incorporarla en la equipación oficial de sus marineros. También se la llama Montgomery por el mariscal Montgomery, que se ve que la usaba mucho. Yo la reinterpreto ahora y le he puesto unas cremalleras”, explica. Se nota que da clases de moda. En fin, ahora se peina las canas con la mano y posa.

35 colecciones presentadas, a dos por año, son muchos años de dar la cara. Y siempre con un estilo propio.

A mí me cuesta juzgarme, pero sí, eso me dicen. Uno tiene dos opciones: o dejarse arrastrar por los demás o dejarse arrastrar por uno mismo. Y yo he apostado por buscar mi propio lenguaje, por escucharme. Y, como se dice vulgarmente, voy a mi bola.

¿Se impone límites?

Bueno, tienes un ADN y unas líneas que no traspasas y sobre ese eje vas articulando tu discurso. Por ejemplo, el aspecto de las prendas: parece que no están acabadas y en cambio están hechas con materiales nobles transformados, esos colores que vas repitiendo porque ya los has hecho tuyos... A mí me gusta hacer ropa atemporal, que no puedas identificar si es del 2012 o del 2014, y que envejezca contigo.

¿Qué le llevó a hacer moda para hombre?

Es que yo cuando estaba estudiando Bellas Artes lo llamaba hacer ropa, no hacer moda. Me daba lo mismo una escultura que un traje, la cuestión era crear. Estuve simultaneando ambas cosas hasta que, en un ataque de pragmatismo, mi mujer y yo nos planteamos qué hacer profesionalmente. Eso fue hace 18 años, en el 96.

Ya antes, en 1991, ganó el primer premio Gaudí para nuevos diseñadores. ¿Era importante desfilar?

Era útil para hacerte un nombre. Nos propusieron desfilar como jóvenes diseñadores independientes y se puso todo a tiro.

Habla en plural. “Mi mujer es el 50% de mí”, dice.

Claro. Llevamos toda la vida viviendo y trabajando. Ella lleva la parte gráfica y administrativa y su opinión cuenta mucho en la parte creativa. Es ella la que me empuja a ir un poco más lejos, porque yo soy muy comodón. Y la manera de estar seguro es probar varias cosas.

¿Recuerda la primera impresión que le casusó ver a alguien en la calle vestido con su ropa?

Era un tío en la Rambla de Catalunya. Llevaba una gabardina verde con un tejido técnico, que costaba bastante dinero, y lo estuve siguiendo un rato. Me impresionó muchísimo.

Durante tres años, del 2003 al 2006, se dedicó a la colección de hombre de Armand Basi y lo compaginó con su propia firma. ¿Qué implica trabajar para uno mismo?

Por un lado, tienes libertad pero por otra, con una infraestructura tan pequeña, vendiendo en el showroom y en algunas tiendas seleccionadas, tienes que tirar de intuición. Yo no puedo hacer muchas pruebas para escoger una. Yo digo: ‘Esta es mi propuesta’. Lo que me ayuda es saber que hay una clientela que ya sabe qué pie calzo.

Siempre ha cuidado mucho el tratamiento de los tejidos. ¿Es una obsesión?

Es que yo vengo de la escuela del textil, de una familia del textil. Antes de diseñar, sobrevivía a base de tratar con tejidos. Por eso, cuando empecé, quise tratar con materiales nobles, buenas lanas, algodones y linos, tratados de una forma moderna, aplicando nuevas tecnologías. Insistí mucho en mezclar la lana con el algodón. O en aplicar resina al lino. O en hervir la lana. Me decían que no se podía hacer y ahora es lo más normal. Lo que me apasiona, antes de meterme con el patrón, es construir el tejido.

Es fijo de la Barcelona 080 Fashion Week. ¿Por qué?

Por varias razones. Porque creo mucho en esta ciudad. Porque me es muy práctico. Y porque en un principio era un trampolín para diseñadores independientes, para gente que cree más en el producto que en las ventas de ese producto. Uno puede ser grande como un Dries van Noten o pequeño como Txell Miras, pero lo importante es que tengas un concepto, un discurso, una propuesta.

¿Usted miraba de reojo a los diseñadores belgas?

Nosotros nos mirábamos en el espejo de Ann Demeulemeester, de Martin Margiela y de Dries van Noten, que son empresas que giran en torno a un diseñador conceptual. Otro de mis maestros es el japonés Yohji Yamamoto. Es de un rigor intelectual increíble.

Produce aquí al lado. ¿Ropa kilómetro cero?

Es ahora cuando se le están poniendo esas etiquetas y haciendo literatura de todo eso, y me parece fantástico. Pero nosotros siempre hemos hecho la ropa aquí y no como un principio, sino porque es más cómodo. Dar trabajo a los talleres cercanos está bien, pero que eso se vea en la ropa cuesta. Tú te comes un tomate de un huerto ecológico y notas el gusto, pero te pones una camisa hecha en Igualada o en China y ya me contarás. La diferencia de precio es tan abismal que no refleja la diferencia en la calidad en absoluto. Por 15 euros tienes una camisa. Y 15 euros es menos de lo que yo pago solo por confeccionarla. ¿A cuánto la tengo que vender? Es más una cuestión ética.

El ‘momento desfile’ es básico. ¿Por qué?

Porque yo quiero que la gente se crea mi ropa, y eso empieza por el concepto de donde nace y pasa también por los modelos. Soy muy exigente con el casting. Y la música también importa. Tuve la suerte de conocer a un músico como Xumo Nunjo y en todas las colecciones ha sonado su música en directo. A veces composiciones suyas, a veces transformada. En la última colección, la de la próxima primavera, Sakura, improvisó incluso una jam session.

¿Los amigos son fuente de inspiración?

Por supuesto. Me interesa mucho el 'feedback', la ida y vuelta. Además, acostumbran a ser gente con criterio. Hubo una época en que incluso los convencía para que salieran en mis desfiles [risas].

Vayamos a la colección de este otoño, la que presentó en el Born Centre Cultural y por la que ganó el premio de la 080. La tituló ‘Reflections’ y nos dejó a todos descolocados.

Camisas que funcionan como chaquetas, trajes por delante que en realidad son un mono cuando los vemos por detrás. Un trampantojo visual. Es un juego. Un juego de formas y de texturas. Si miras la forma de vestir del hombre en los últimos 200 años ves que no ha evolucionado casi nada. Podrás alargar o acortar una chaqueta, unos pantalones o una camisa, pero siempre estaremos hablando de una chaqueta, unos pantalones y una camisa. Yo quería inventar piezas nuevas sin hacer una payasada, que eso es lo que más me preocupa. Quería hacer algo real, por eso ese engaño. Me interesa que te preguntes: ¿eso qué es?, ¿pero está acabado?, ¿está del derecho o del revés? Me gusta que pasen cosas con las piezas. El hándicap de esta colección es que esos monos se han de hacer a medida.

Es un momento complicado para la creación de moda. ¿Usted es un superviviente?

Bueno, yo he tenido que tocar varios palos, diversificarme. Es verdad que el poder adquisitivo de la gente es bajo en este país y que la tentación del low cost es muy alta. Montar una tienda es muy caro, trabajas prácticamente para pagar el alquiler, así que tienes que buscar nuevas vías: hacer vestuario, teatro, asesoría, dar clases...

¿Por qué le gusta hacer uniformes?

Porque para mí es la máxima expresión de lo que podríamos llamar diseño. Diseño no es poner unas flores o hacer objetos bonitos pero inútiles. Diseño es solucionar problemas. Un uniforme, además de cómodo, transmite un concepto, el de una aerolínea, un hotel o un restaurante. Y eso es un reto muy grande al que me gusta enfrentarme. Creo que no se valora lo suficiente. Se gastan una fortura en mobiliario y en cambio escatiman en el uniforme del personal. Me parece fatal.

El premio es una ayuda para lograr mayor proyección internacional. ¿Es también su objetivo?

Sí. Hay que buscar mercados fuera. Tenemos un proyecto en París, a ver si sale. Pero, ojo, más de la mitad de la ropa que vendemos en Barcelona la compran extranjeros, así que la ropa ya viaja. Y muchísimo [risas].