De yonqui a pintor cotizado gracias a un perro

John Dolan malvivía en la calle hasta que George, un staffordshire bullterrier, se cruzó en su vida. Él le dio la fuerza para salir del pozo y convertirse en un dibujante de éxito. Lo cuenta en un libro: 'El perro que me cambió la vida'

John Dolan

John Dolan / periodico

BEGOÑA ARCE

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Hay quienes se lanzan al mar en plena tempestad para salvar al perro que ha caído al agua. Pero, en el caso de John Dolan, las cosas ocurrieron al revés. Fue Georgeun staffordshire bullterrier, el que le empujó cuando se estaba hundiendo y lo sacó a flote. Dolan tenía medio centenar de robos a la espalda, había entrado y salido de la cárcel unas 30 veces, estaba enganchado a la heroína. Solo, en la miseria, sin un techo, con 39 años había entrado en una espiral destructiva que creyó definitiva. Con una depresión galopante, cada vez le importaba menos lo que fuera a ser de él. Entonces apareció George.

Se lo dio una pareja en una situación tan precaria como la suya. Lo habían rescatado de las garras de un mendigo alcohólico a cambio de una lata de cerveza. Al principio, Dolan se creyó incapaz de hacerse cargo del animal. "Pensé que si no podía cuidar ni de mí mismo, cómo iba a cuidar de un perro. Al final me dio pena y acepté, pero no lo tenía nada claro". Quién le iba a decir que aquel chucho maltratado daría un vuelco a su existencia.

Cinco años más tarde, Dolan nos cita en la galería Howard Griffin, de Shoreditch, el barrio londinense de los artistas callejeros. Él es hoy uno de ellos. La galería ha dedicado ya dos exposiciones a sus dibujos, que se han vendido por decenas de miles de libras. Se dice que Tony Blair y el cómico Russell Brand se hallan entre los compradores. Los comenzó a hacer para distraerse, mientras pedía limosna sentado en el suelo con George a su lado, a pocos metros del local donde ahora estamos. "Me daba una vergüenza enorme pedir. Era muy degradante. No me gustaba mirar a la gente que pasaba, prefería hundir la cabeza en el papel".

Historia 'best-seller'

Dolan habla con el acento 'cockney' del Este de Londres, aún más difícil de entender porque le faltan varios dientes. Tiene 43 años, y las duras circunstancias por las que ha pasado le han marcado física y psicológicamente. Una fragilidad que contrasta con la excelente forma de George, de 7 años, musculoso, inquieto y vivaz.

El artista y su perro se han convertido en la pareja más famosa de Shoreditch, donde viven en un piso de alquiler. Inseparables, las memorias de John y George han sido un 'best-seller' en el Reino Unido. 'El perro que me cambió la vida' (Penguin Random House) llega ahora a España y pronto se publicará también en Estados Unidos. Con los dedos manchados de pintura amarilla, Dolan acaricia suavemente el lomo del libro, que está junto a la grabadora. "Tengo que pellizcarme para saber que no estoy soñando. Si algo sale mal y acabo de nuevo en la calle, nadie podrá quitarme ya tener mi libro. Que todo el mundo conozca mi historia", comenta con orgullo.

Una revelación traumática

Y su historia arranca en el barrio popular de Islington, con una infancia relativamente feliz. Su padre era basurero, su madre limpiaba oficinas. Era el pequeño de cinco hermanos. Cada semana le compraban tebeos y cómics que él copiaba durante horas. Aborrecía la escuela, pero dibujar le encantaba. Solo disfrutaba en la clase de arte, con un profesor que reconocía su talento y le alentaba a seguir. A los 10 años quedó traumatizado. Su padre le confesó de una forma un tanto brutal que su hermana mayor, Marilyn, era en realidad su madre biológica. A su padre, un tal Jimmy, apenas le había visto alguna vez. A partir de aquella revelación, las cosas se torcieron. Empezó a hacer novillos, a esnifar pegamento, a juntarse con malas compañías. Comenzaron también los robos en comercios y propiedades industriales, las detenciones y la llamada de madrugada de la policía en la puerta de casa para llevarlo al calabozo.

Dolan recuerda con pavor su estancia en la cárcel para menores de Feltham. "Fue un absoluto shock para mí, porque había chicos matándose en la celda de al lado. ¿Ha visto la película 'Scum'?", pregunta refiriéndose a un durísimo filme británico de 1979 dirigido por Alan Clarke sobre el régimen brutal en un centro de delincuentes juveniles. "Pues era exactamente así. Fue una experiencia terrible. Pero me lo merecía", añade.

Durante años entró y salió de la cárcel, siempre por robo y delitos relativos con el consumo de crack, cocaína y heroína. Su familia le dijo que no volviera y rompió toda relación con él. "Entré en un círculo del que no podía salir". Estaba enganchado a las drogas y vivía en un cuarto infame cuando el Gobierno suprimió la ayuda social que recibía. Se dio cuenta de que ni siquiera podría pagar el alquiler. En esas circunstancias, llegó George. Al principio, las cosas entre ellos no fueron fáciles. "Cuando me lo dieron era un perro muy agresivo, pero lo entrené y fue cambiando de comportamiento. Yo también. Realmente me obligó a cambiar de vida. No podía volver a la cárcel y dejarle abandonado. Me obligaba a levantarme por la mañana para sacarlo a la calle. Para mí era como un niño, como un ser humano. Ya sé que suena extraño, pero al final me importaba más el perro que yo mismo".

La primera exposición

Sin robar, la única salida para ir tirando con lo mínimo era pedir limosna. "Necesitábamos el dinero para comer los dos". Si alguien piensa que sentarse en una esquina, sacar la mano y esperar que caigan las monedas es una opción fácil, debería preguntarle a Dolan. "Hay gente muy mala. Me han escupido y se han meado encima de mí. Ocurren cosas horribles, especialmente el viernes y el sábado por la noche, cuando la gente ha bebido demasiado".

Afortunadamente, la mayoría lo dejaba en paz y algunos se paraban a charlar con él. Con George a su lado bien protegido del frío con un abrigo de lana, empezó a dibujar al perro y a reproducir los edificios que tenía enfrente. Recuperó la pasión de su infancia por el dibujo. Los viandantes comenzaron a pararse, a observarle, a comprar sus dibujos por cinco o diez libras. Su suerte cambio cuando el galerista Howard Griffin reparó en el talento del mendigo que estaba a pocos pasos de su local. Le encargó que trabajara para él, le compró material de mejor calidad, pidió a otros artistas callejeros bien conocidos, como Thierry Noir, Roa y algunos españoles, como Liqen, Pez BRF, que colaboraran en los dibujos de Dolan. Así llegó la primera exposición, con unas ventas que alcanzaron los 60.000 euros. "A Griff se le debo todo. Jamás soñé que pudiera acabar siendo un artista y aquí están ahora mis dibujos. Es algo muy grande para mí en todos lo sentidos".

La propuesta de contar sus memorias en un libro le ha obligado también a echar la vista atrás y hacer balance. "Cuando empecé a hablar de esos recuerdos con la persona que me ha ayudado a redactarlo, era como si me sacaran un diente, una experiencia muy dolorosa. Tuvimos que hacer una pausa y a partir de ahí empezamos a disfrutar con la escritura y a pasarlo bien".

Nuevos proyectos

Poco antes de la publicación, Dolan decidió dejar las drogas y entró durante un mes en un centro de rehabilitación "Ahora estoy limpio y me siento mejor. También me ha ayudado a sobrellevar la depresión, pero la sigo sufriendo, sobre todo en invierno". Cuando le preguntas si no le vendría bien algún tipo de ayuda psicológica, se disculpa. "No tengo tiempo libre de momento".

Estos días anda preparando una exposición para finales de marzo en Aldgate Tower, un gran edificio de oficinas en la City de Londres y trabaja también en otra exposición en Los Ángeles. Quizás incluso un día la historia de John y George llegue al cine. Un productor de Hollywood ya le hizo una oferta el año pasado, que rechazó. Su sueño es comprarse una barcaza. "Quiero navegar con George por el sistema de canales fluviales que hay en todo el país. Viviría así seis meses y el resto del tiempo en Londres. Nunca se sabe. Quizás sea otro sueño que se hace realidad".