Imelda May: la diva doméstica

Imelda May

Imelda May / periodico

MIGUEL ÁNGEL BARGEÑO

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No todas las madres de bebés de diez meses empiezan cada día en una habituación de hotel de un país diferente, ni lo terminan sorbiendo un sospechoso licor de un recipiente en forma de volcán humeante en una coctelería hawaiana. "Anoche salimos a dar una vuelta cerca del hotel", explica Imelda May, vestida ya, a las diez de la mañana, como una actriz secundaria de 'Grease', "y de repente nos metimos en este sitio, donde nada más entrar te ponen un collar de flores alrededor del cuello, y cuando pedimos el cóctel de la casa ¡nos traen un volcán que echa humo!". Al decir "salimos" se refiere a ella y su marido, Darrel Higham, guitarrista de la banda. Parte esencial del séquito es la niñera, una chica de la familia que viaja con ellos y cuida de la pequeña Violet cuando Imelda y Darrel salen a divertirse (cosa que sucede a menudo). 

Imelda está sentada en un esbelto sofá de la suite sirviéndose un café. En la cafetería no resulta difícil atisbar a Darrel Higham (un corpulento rocker de casi dos metros) dando buena cuenta de su desayuno al lado de la canguro que trajina con el bebé.

"¿Por dónde salía el humo?", pregunta el orondo representante de Imelda, que hasta ese momento había permanecido pegado a un portátil en el dormitorio contiguo. "¡Por arriba!", grita Imelda, y se parte de risa. "¡Es cierto!, ¡mira!", añade, y le enseña al periodista la prueba fotográfica en su móvil. "Volcanes, sombrillas, flores… ¡parecía que hubiéramos tomado ácido!". 

Obviamente, esta mamá primeriza de 40 años, fiestera y ataviada de pin-up, no es una madre corriente. Pero Imelda May tampoco es una estrella del rock al uso. Aunque lleva cantando toda su vida, empezó a grabar discos tarde y escribe aguerrida música rockabilly con toques de punk, un sonido que uno no relaciona habitualmente con artistas supervendedores. Para ubicarla, podríamos apuntar a la escena retro londinense de la que también salió la calamitosa Amy Winehouse, de quien, por otra parte, es la antítesis: Amy grabó su primer disco a los 20 años y su poco apego a la vida le impidió llegar a los 40 felizmente casada y con hijos.

Vivir ahora

Con todo, "retro" no es precisamente su término favorito: "Yo no vivo en el pasado, vivo ahora", alega. Lo cierto es que en medio de una oleada de divas de pop electrofuturista, Imelda May ha irrumpido como un traje hecho a medida en el homogéneo escaparate de cualquier franquicia de ropa transnacional. Sus maneras a la vieja usanza han convertido a esta menuda irlandesa en el ojito derecho de los amantes de la música en directo, los puristas más exigentes y aquellos que quieren hacerse pasar por enteradillos. Sumados, dan un montante razonablemente acorde con la palabra "éxito", algo que a ella no le sorprende: "Las emisoras de radio subestiman al público. Supongo que casi todo el mundo tiene en casa un disco de Elvis al lado de otro de los Beatles, al lado de otro de Tom Waits. La gente tiene un poco de esto y un poco de aquello".

Hoy, Imelda May es la chica con quien las viejas glorias del rock quieren salir en la foto para demostrar que aún tienen buen gusto y están en la onda. Su cuarto disco, 'Tribal', publicado en junio (y que presentará en directo el 30 de octubre en Madrid), sigue los mismos derroteros: un disco pandillero de rockabilly camorrista que habla de chicas salvajes y bailonas y garitos infames. En ese sentido, la maternidad no la ha dulcificado. "A veces se nos va la olla. Puedo acabar en un viejo pub con flores en el cuello o bailando toda la noche en un bar psychobilly en un sótano de Nueva York. Sí, me encanta ir de marcha. No meto a la niña en la cama y digo: 'Voy a comportarme porque soy madre'. Algunas noches estoy tan cansada que caigo rendida en la cama, pero otras le digo a la niñera: 'Ahí te quedas con la niña'. En realidad, como todo el mundo".

Cuidadora en una residencia

La desfachatez de sus canciones valida el tópico de la mujer irlandesa: echada para delante, con carácter. Imelda May nació en Dublín en 1974 en el seno de una familia cuyos siete miembros vivían en una casa de dos dormitorios. "Tradicionalmente, en Irlanda las familias han sido numerosas", explica. "De ahí que la mujer irlandesa sea... la jefa. Lo normal es que sea ella quien diga qué comer, cuánto gastar en comida, quién necesita ropa para qué día, qué hacer el martes… Los hombres iban a trabajar y las mujeres tenían que organizar. Si tienes cien euros y quieres alimentar a seis hijos, has de ser fuerte y lista. En ese sentido me siento cien por cien irlandesa". Alternó sus primeros pasos en la música con un admirable trabajo de cuidadora en una residencia de ancianos. Un trabajo que requiere entereza y delicadeza. "Fue un honor", admite. "Era gente mayor que se moría. Tenías que ser fuerte, porque cogías cariño a la gente, llegabas a conocerlos. Pero al mismo tiempo era muy divertido. Algunos ancianos estaban muy salidos, y te decían: 'Eh, vente a la cama conmigo, ven aquí, dame un beso". Y yo les respondía: 'Hagamos una cosa: tómate la comida y en una hora vuelvo y te daré todo mi amor'. Y decían: '¡Vale, bieeen!'. Porque yo sabía que al cabo de una hora estarían durmiendo. Luego protestaban: 'No viniste', y les decía: 'Sí que vine, pero ¡estabas dormido!’. Y decían: '¡Nooooo!".

Lleva ni más ni menos que 12 años casada con el inglés Darrel Higham, un músico de prestigio entre los aficionados a las chupas de cuero y los tupés, a quien ha metido en la vereda de su banda. Cabría pensar que en casa de una pareja del rock and roll solo hay lugar para la música, pero Imelda tiene sus propios trucos para desconectar. "Cocino mucho [es vegetariana]. Organizo comidas familiares. Me gusta inflar a los parientes", bromea. Una de sus especialidades es la mermelada de jengibre. Se asegura de que siempre haya tarros llenos en casa. (El emparejamiento inglés-irlandesa llamó la atención del marido de la Reina de Inglaterra, el príncipe Felipe de Edimburgo, que en un acto oficial le preguntó sobre ello a Darrel. Cuando este le contó cómo se habían conocido, el príncipe —93 años— echó un vistazo a la retaguardia de Imelda y replicó: "¡No te culpo!").

Católica, adula al nuevo Papa. "Es encantador. Se centra en cosas importantes. Parece un hombre llano, con los pies en la tierra. La gente tiende a poner a los papas en un pedestal, pero él parece estar más cerca de la realidad de la gente".

'Look Marilyn'

Su forma de vestir —analizada al detalle en internet— también es tradicional… pero en otro sentido. Modelitos ultraceñidos de estampado animal, taconazos, aparatosas piezas de bisutería y un gasto probablemente excesivo en pintalabios rojo evocan estándares de moda de tiempos pasados (los tiempos de las chicas malas de Hollywood: Jayne Mansfield, Bettie Page, Marilyn Monroe). Afirma que su estética no es un disfraz. "Me pongo lo mismo para ir a la compra. Si voy a salir de noche me pongo tacones y algo más escotado, es todo". Esta mañana se ha decantado por unos estrechos vaqueros Capri, una blusa blanca de estampado de cerezas, pañuelo rojo a modo de diadema y una buena colección de calaveras en los dedos y alrededor del cuello.

Contemplando la portada de 'Tribal' después de haber estado con ella, cuesta reconocerla en esa mirada desafiante que parece dudar entre despedazarte o dejarte escapar con vida. En las distancias cortas, Imelda May es risueña y cortés, incluso dulce. Ella no lo encuentra paradójico. "Todo el mundo tiene dos caras", sostiene. "Me gusta desmadrar a veces, y me gusta ser normal".