Ian McKellen, a la sombra de Sherlock Holmes

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NANDO SALVÀ

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En el caso de sir Ian McKellen, los números no cuadran. Tiene 76 años y ha estado trabajando sin parar, acumulando personaje sobre personaje, desde los 22. Y, sin embargo, ni siquiera a los razonablemente cinéfilos podría culpárseles por no haber oído hablar de él hasta que tuvo prácticamente 60. Hasta entonces, McKellen llegó a aceptar con deportividad que había perdido la oportunidad de tener una carrera cinematográfica mientras actores coetáneos como Peter O’Toole, Tom Courtenay o Albert Finney hacían avanzar las suyas.

Él, ojo, no se arrepiente lo más mínimo de no haberle puesto interés antes a su relación con la cámara. "¿Y qué iba a hacer? ¿Perder la oportunidad de interpretar sobre los escenarios a Macbeth o El rey Lear para, a cambio, rodar películas mediocres? ¿Renunciar a escenificar cada obra que Chéjov escribió a cambio de salarios más altos?" Mientras lanza las preguntas al aire, McKellen se pone en evidencia: es un actor de teatro. Las tablas están presentes en sus movimientos, sus gestos, sus enunciaciones. "No podía hacer eso. Haber tenido un éxito tan tardío me parece estupendo".

Tampoco le quita el sueño, asegura, haber adquirido tal notoriedad no como uno de los grandes actores shakesperianos de la historia, sino por su aportación en el terreno del 'blockbuster'. En el imaginario colectivo, McKellen será recordado sobre todo como Magneto, mutante superpoderoso y atormentado en cinco películas de la saga 'X-Men'; y sobre todo como el mago de cabecera de la Tierra Media, Gandalf, en las trilogías de 'El señor de los anillos' y 'El hobbit'. Y mientras esos compañeros de quinta transitaban calladamente su senectud actoral, McKellen se ha pasado los últimos 15 años recibiendo los vítores de la chavalería en el Comic-Con. "Estoy seguro de que, cuando muera, el titular de los periódicos será 'Gandalf muere'", afirma mientras clava una mirada penetrante de ceja arqueada, en señal del reconocimiento de lo absurdo que es todo que su modo de morder la patilla de las gafas confirma. "Y me parece bien".

Una versión nunca vista de Sherlock Holmes

Considerando su obvia preocupación por el estilismo –luce camisa entallada celeste con fular de gasa a juego, vaqueros ajustados y botines negros, sombrero fedora sobre el ingobernable pelo blanco–, hablar de la muerte con él sería casi una incongruencia de no ser por la alarmante convicción con la que protagoniza su nueva película, en la que nos ofrece algo que a estas alturas parecía imposible: una versión nunca vista de Sherlock Holmes.

En 'Mr. Holmes', que se estrena el viernes, el legendario detective es un nonagenario retirado y recluido en una granja del sur de Inglaterra, de cuerpo doblado y renqueante y piel plagada de manchas hepáticas. A medida que su mente se va nublando y la muerte se acerca, trata de recordar la última pesquisa de su carrera en un intento de, en definitiva, entender toda su vida.

Para McKellen, dar vida a un personaje así fue un recordatorio de un asunto ya ineludible. "Tengo una edad en la que lo normal es morirse", comenta encogiendo levemente los hombros. "El otro día charlaba con un amigo sobre lo a menudo que ambos pensamos en la muerte. Y los dos lo hacemos a diario". Pausa inquietantemente larga. "Hace un tiempo organicé los detalles de mi funeral. Dónde quiero que tenga lugar, quién quiero que hable y qué música quiero que suene, y me di cuenta de que me da pena perdérmelo". Se ríe. "Pero, al margen de eso, se mire como se mire, a ciertas edades la muerte es un alivio. El reuma me da muy mala vida".

Incluso para el intérprete más curtido, meterse en la piel de un personaje tan icónico como Sherlock Holmes resultaría intimidante, pero recordemos que McKellen ha dado vida a algunas de las creaciones más célebres de la historia de la literatura británica. "¿Por qué yo no iba a poder encarnarlo, si tantos otros lo han hecho con éxito en los últimos 100 años?". En concreto, casi un centenar de actores, de Basil Rathbone a Benedict Cumberbatch, de Peter Cushing a Robert Downey Jr. "Pero la diferencia es que nosotros hemos representado a Holmes como una persona real atormentada por su propio mito. La mayoría de películas lo contemplan investigando crímenes; la nuestra lo muestra investigándose a sí mismo".

Nominado al Oscar

'Mr. Holmes' es la segunda película que McKellen rueda junto al director Bill Condon. También en la primera, 'Dioses y monstruos' (1998), un personaje icónico –en ese caso, el cineasta James Whale, director de 'Frankenstein' (1931)– se enfrentaba al ocaso de su vida y al declive de su imagen pública. Aquel papel le proporcionó al actor una nominación al Oscar.

Es pronto para predicciones, pero podría volver a aspirar a la estatuilla en unos meses. De todos modos, los premios, asegura, le tienen sin cuidado. Cuando la reina Isabel II lo nombró sir en 1991 a punto estuvo de rechazar el honor. "Intento pensar en las ventajas que ser caballero proporciona y no se me ocurre ninguna". ¿Ninguna? ¿Ni mesas en restaurantes? ¿Ni asientos en primera clase en vuelos transoceánicos? "Para nada. El título es más una molestia que otra cosa, pero me pareció grosero rechazarlo".

Tampoco la celebridad le interesa. "No soy Brad Pitt o Tom Cruise. Me muevo por Londres a pie o en metro, y no pasa nada. No tengo la casa rodeada de vallas electrificadas. Ni soy famoso ni quiero serlo". Sus más de 2 millones de seguidores en Twitter discreparían. Las redes sociales, explica, le permiten hablar directamente con su público, "de un modo mucho más eficaz que entrevistas como esta".

Tras lanzar una mirada más cómplice que inquisitiva, añade: "No me gustan las entrevistas. Me incomodan. Mis opiniones sobre el arte y la política no tienen especial relevancia. Yo solo sé del oficio actoral, pero eso no da titulares".

Homosexualidad en clandestinidad

Es de prever, pues, que sus experiencias sobre el escenario y frente a la cámara serán el asunto central del libro de memorias que recientemente se ha comprometido a escribir –a cambio de 1,3 millones de euros–, aunque sin duda incluirá también más de un capítulo dedicado a su activismo en favor de los derechos de los gais. "Hay una cosa que me encanta de hablar del tema", comenta entre susurros ligeramente sobreactuados. "Cuando lo hago, sé que tengo la razón. Es decir, no estoy seguro ni de cómo se cambia una rueda del coche ni de cómo se aliña una ensalada, pero de lo que digo sobre los gais sí lo estoy. Yo tengo la razón, y los intolerantes e indiferentes están equivocados".

McKellen se declaró homosexual en 1988, a los 49 años, y recuerda el paso como un punto de inflexión no solo en lo personal, sino también en lo profesional. "Para mí ser actor siempre había sido una forma de esconderme –recuerda–, pero a partir de entonces se convirtió en un instrumento para explorar verdades sobre sí mismo y sacarlas a la luz". Su único reproche es no haber salido antes del armario. "Fue horrible vivir en la clandestinidad, supongo que algo parecido a ser judío en Europa central durante el nazismo".

Vinculado sentimentalmente al director teatral Sean Mathias desde el 2006, McKellen, en todo caso, no ha pensado en ejercer el derecho de casarse. "Nunca pensé que hacerlo llegara jamás a ser posible para mí, y supongo que ahora ya me da pereza. Durante mucho tiempo los gais estuvimos resignados a ser considerados ciudadanos de segunda y, aunque ahora es fácil decirlo, creo que habría renunciado al éxito profesional si eso hubiera contribuido a mitigar el dolor que sentía como ser humano. Pero ya no siento dolor. A pesar, claro, del reuma".