Hugh Laurie: "Cuando oigo 'acción' aún me pongo a cojear"

Imposible dejar atrás al doctor 'House'. Aunque ahora interpreta a un malvado en la serie 'El infiltrado', volverá a un hospital como forense psiquiátrico en 'Chance'

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lmmarco33197487 dominical 705 hugh laurie london england may 1160321174307 / GETTY / DAVE J. HOGAN

NANDO SALVÀ

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“Siento que yo también debería grabar esta conversación”, comenta Hugh Laurie nada más sentarse, en un tono socarrón que, a la vez, sugiere una suspicacia real. En el pasado dijo que para él hablar con la prensa es como poner los testículos sobre una tabla de cocina. Pero como es –y eso queda claro desde el principio– un tipo extremadamente educado, oculta su fastidio bajo tanta amabilidad como haga falta.

“No tengo nada divertido que contar –advierte acto seguido–. Hay dos tipos de personas: las que bajan a comprar el pan y vuelven con una historia graciosa, y las que, como yo, bastante tienen con volver con el pan”. Si para el entrevistado medio la autocrítica es una forma de promoción, en el caso de Laurie se revela desde el principio como una tendencia genuina a darse latigazos. “Nunca me ha pasado nada divertido”, añade. La afirmación, paradójicamente, es graciosa en sí misma viniendo de alguien que ha pasado tanto tiempo haciendo sonreír, tanto al principio de su carrera en la televisión británica como con las ocho temporadas de 'House', capaces, gracias a su vitriolo, de dejar a los televidentes con dolor en el costado.

En los 80 y mitad de los 90, Laurie se convirtió en una estrella en su país a bordo de algunas 'sitcoms' hoy míticas como la comedia 'La víbora negra' –emitida en TV-3 como 'L’escurçó negre'— o el programa de sketches 'A bit of Fry and Laurie', que protagonizó a dúo con Stephen Fry. Con el tiempo, gracias a ambos títulos, llegó a ser considerado un maestro dando vida a tipos tontos. “No me importaba interpretar a idiotas, en serio –asegura entre risas–. Disfrutaba con ello, de hecho. Pero fue un alivio poder salirme del papel cuando 'House' llegó a mi vida”.

Gregory House es, claro, el motivo por el que Laurie es conocido en todo el mundo. Médico dotado de las capacidades deductivas de Sherlock Holmes, sociópata amargado por la cojera y armado de un sarcasmo letal, permanece como uno de los personajes icónicos de la pequeña pantalla. Hace ya cuatro años del final de House, pero sigue muy presente en su memoria, en buena medida porque la prensa no hace más que preguntarle por él. “No puedo recordar ninguno de los diálogos, pero cada vez que estoy en un rodaje y alguien grita ‘¡acción!’, me pongo instintivamente a cojear”.

‘House’ convirtió a Laurie no solo en uno de los intérpretes mejor pagados de la televisión norteamericana, sino también en un improbable 'sex symbol'. Dadas las circunstancias, perder el norte casi habría sido lo normal. “Veo a esos chavales que se convierten en estrellas de la música de la noche a la mañana y de repente se vuelven locos”. En su caso, fue el apoyo de su esposa y sus tres hijos lo que le permitió evitarlo. También los años de experiencia. “Si House me hubiera pasado con 23 años a lo mejor hoy estaría en la cárcel, pero por suerte me pilló viejo. Meterme en líos me daba demasiada pereza”, añade.

Dolor físico y psicológico

Aunque siempre echará de menos al personaje, ni siquiera trata de ocultarlo: darle vida no fue una experiencia plácida. “Pasé ocho años inmerso en un mundo en el que el dolor físico y psicológico era una compañía cotidiana. En muchos momentos me sentía atrapado”. Incluso fantaseaba con tener un accidente con el coche, porque eso le permitiría tomarse unos días libres. “Mi ética de trabajo presbiteriana me impedía saltarme un día de rodaje. No era capaz de llamarles una mañana fingiendo una gripe”.

En todo caso, el gran peaje que 'House' le hizo pagar fue la pérdida de privacidad. Recuerda al respecto un viaje a Barcelona, hará unos siete años. “Fui a visitar la Sagrada Família y como es lógico estaba plagada de turistas con sus cámaras. Pasé toda la visita mirando al suelo y echando fotos del templo a ciegas para poder verlas luego en el hotel, porque no quería arriesgarme a que me reconocieran”, recuerda con la cabeza gacha, emulándose a sí mismo. “Pero la culpa es solo mía, lo sé”. Latigazo.

Aversión a las fotos

Hugh Laurie siente aversión por las fotografías. Durante los años de House circulaba con un coche de lunas tintadas y dejó de ir al supermercado para evitar que la gente hiciera fotos del contenido de su cesta de la compra. “Soy casi como los nativos americanos, que piensan que cuando alguien les fotografía les está robando el alma. Yo alma no tengo mucha, así que no me puedo permitir perderla”. Endurece el gesto. “La idea de que una imagen mía vaya a ser distribuida y comentada me resulta muy inquietante”.

En todo caso, esa fobia no le impidió ser hace unos años imagen de la línea masculina de L’Oréal. “Pero que nadie espere consejos de belleza por mi parte. Todo cuanto sé es que no es bueno echarse lejía en la cara”. Con lo recaudado con la publicidad, explica, ayudó a financiar proyectos humanitarios en África. “Me ofrecieron un montón de dinero por hacer de modelo, ¿cómo iba a negarme? Soy un tipo vanidoso –otro latigazo–, pero no tanto como para pensar que la integridad de mi imagen es más importante que construir una escuela en Liberia”.

Un malvado en 'El Infiltrado'

Cuando la temporada final de 'House’ acabó, Laurie anunció que nunca más volvería a hacer televisión. “¿En serio dije eso?” –juega a fingir sorpresa ahora–. Lo que querría decir es que necesitaba un descanso. Uno no se divorcia el lunes para casarse de nuevo el miércoles”.

Al parecer, cuatro años son descanso suficiente. En 'El infiltrado', la teleserie de intriga que actualmente emite AMC, el británico interpreta un papel insólito: un malvado. “No ha sido difícil; en realidad, soy muy ruin”. Quizá eso explique lo convincente que resulta en esta adaptación de la novela homónima de John le Carré, sobre un antiguo soldado –interpretado por Tom Hiddleston— que se infiltra en el séquito de un traficante de armas llamado Richard Roper y descrito como “la peor persona del mundo”.

Los primeros compases de la serie nos sitúan en el medio de la Primavera Árabe, donde Roper asiste al Gobierno egipcio en la lucha contra las revueltas prodemocráticas. En su piel, Laurie es una combinación infalible de encanto seductor y amenaza impasible. “No sé si es el hombre más malo del mundo, pero sin duda está entre los candidatos al título –bromea–. Pero se sabe culpable y, de algún modo, como muchos psicópatas, inconscientemente va buscando que lo traicionen y lo capturen”.

Apasionado de las historias de Le Carré

Laurie ha sido no solo fan acérrimo del libro original desde su publicación en 1993, sino también un apasionado de Le Carré desde pequeño. “Les dije a los productores que sería feliz de participar en la serie haciendo lo que fuera, incluso preparando cafés”. En un momento dado, tuvo miedo de que el fin de la guerra fría mandara al paro no solo a muchos espías, sino también a muchos escritores de historias de espías. “Obviamente, estaba equivocado”. Pausa dramática. “Siguen habiendo muchos secretos alojados en los órganos de poder que necesitan ser guardados o desvelados. Y puede que el miedo a la guerra nuclear ya no exista, pero no hay más que ver los noticiarios para darnos cuenta de que el mundo podría colapsarse en cualquier momento”.

Entretanto, él parece haber vuelto a la pequeña pantalla para quedarse. Ya ha empezado el rodaje de su nueva ficción televisiva, el 'thriller' psicológico 'Chance', donde interpreta a un psiquiatra forense inmerso en un mundo violento de corrupción policial y enfermedad mental. Será otro médico para su currículo. “Cuando me ofrecieron el papel, dudé durante dos minutos –recuerda al respecto–. Pero en realidad 'Chance' no tiene nada que ver con 'House'. Habla más bien sobre psiquiatría y sobre asuntos como la consciencia, la identidad, la obsesión y el modo en que ese kilo y medio de masa que tenemos por cerebro condiciona lo que somos”.

Ganarse la vida interpretando a doctores tal vez sea su peculiar manera de lograr algo que intentó sin éxito en sus años de estudiante: seguir los pasos de su padre, un doctor educado en Cambridge –“el comportamiento de House le habría horrorizado”— que en su juventud había sido medallista olímpico de remo. El joven Hugh ingresó en la prestigiosa universidad e incluso también en su equipo de remo, pero, en cuanto una enfermedad puso sus prácticas deportivas en suspenso, buscó otra actividad extracurricular y escogió el teatro. “Me di cuenta de que era capaz de hacer reír al público y de que sentía mucho placer con ello”.

Fue allí donde conoció no solo a Stephen Fry sino también a Emma Thompson, que fue su novia durante un tiempo. El grupo teatral al que pertenecían no tardó en causar sensación en el West End londinense. En 1981 ya eran estrellas televisivas. Pero para Laurie no fue fácil. “En cuanto empecé a actuar profesionalmente, perdí por completo la confianza”, comenta entre gestos de incomprensión. “De joven pensaba en el público como en una mujer a la que seducir”. Apura su café. “Pero poco después empecé a verlo como un puñado de hombres hostiles. En esa época no estaba muy centrado mentalmente”.

Relaciones difíciles

Las depresiones son algo con lo que Laurie ha lidiado durante toda su vida. Primero, la de su madre. “Se pasaba la vida sintiéndose miserable. Despreciaba a quienes pensaran en la felicidad o el confort, incluso se incomodaba al oír esas palabras”, recuerda. Su relación con ella nunca fue fácil. “Solía enfadarse conmigo muy a menudo, y creo que se sentía decepcionada”. Laurie tenía 29 años cuando ella murió, antes de que la relación entre ambos lograra algo parecido a una resolución. Eso, con el tiempo, sin duda ha nutrido las charlas del actor con su terapeuta.

Es el menor de cuatro hermanos, seis años más joven que su hermano más cercano en edad. Laurie creció sintiéndose solo y desde entonces ha sufrido el tipo de turbulencias psicológicas y emocionales propias de, define de forma dubitativa, “aquellos para quienes la felicidad consiste en regodearse en la miseria”. En esas circunstancias, resulta tentador pensar que para él la música ha sido una terapia.

Todo un 'bluesman'

Después de todo el blues, el género que lleva años practicando con la guitarra y sobre todo con el piano, se suele considerar música para depresivos. “Eso solo lo creen quie-nes no lo han escuchado jamás”, replica él, tajante. “Esa imagen del 'bluesman' como un tipo que lloriquea por la mala vida que le da una mujer no es más que un cliché”. El blues ha sido para él una adicción desde que, de niño, escuchó por primera vez una canción de Willie Dixon en la radio del coche familiar. “Se me erizaron los pelos de la nuca”.

Si antes de ‘House’ la música era solo una afición, la fama adquirida le permitió publicar en el 2011 el álbum de versiones 'Let them talk', que tuvo un éxito más que razonable –750.000 copias vendidas–, y tuvo continuación dos años después con un segundo disco, titulado 'Didn’t it rain'. Actualmente trabaja en el tercero. La música, señala, le permite un modo de expresión distinto. “Después de todo, un actor se gana la vida escondiéndose detrás de una sucesión de identidades que no son la suya. Con la música, el objetivo es el opuesto: quitarte la máscara y abrirse lo más posible al público. Permite una comunicación muy directa y honesta”.

Previsiblemente, escucharse a sí mismo le resulta tormentoso. “Lo odio. No puedo oír mi voz ni en el contestador. No puedo entender a quienes disfrutan viéndose o escuchándose, y los admiro. Quisiera ser como ellos, pero no puedo”. Eso sí, cuando habla de música, a diferencia de cuando lo hace de la televisión, no parece avergonzarse de nada ni pedir perdón por nada. “Es mi verdadera pasión. Crear armonías me proporciona un placer sensual que frente a una cámara no obtengo. Literalmente, se apodera de mi cuerpo”

¿Y qué sensaciones le proporciona escribir? ¿Qué gratificación obtuvo en el 1996 al publicar su primera novela, 'Una noche de perros', que se tradujo a 28 idiomas? “Tengo una relación difícil con la literatura –confiesa–. Le debo a mi editor un segundo libro desde hace siete años, pero no hay forma de acabarlo”, lamenta. “Pero seguro que le dedicaré más tiempo en cuanto esto de aquí arriba sea definitivamente un desierto”, añade, tocándose la incipiente calva. “Escribir se convertirá en la única forma digna de seguir artísticamente vivo, o algo parecido”. Para acabar, claro, un latigazo.