Helen Mirren: "No me ofrecen tantas ofertas como la gente cree"

La veterana actriz británica ha estrenado 'La dama de oro' a partir de una historia real

NANDO SALVÀ

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“Adelante, que no muerdo”, bromea Helen Mirren mientras da la bienvenida a su suite berlinesa. “Aunque mucha gente piense que sí lo hago”, añade entre risas, consciente de que es lo que tiene ser tan buena interpretando personajes capaces de hacer que los hombres y mujeres más fuertes se arrodillen con solo una mirada. Ha dado vida a sendas asesinas en 'La deuda' (2011) y la saga 'Red'; ha gobernado una isla en 'La Tempestad' (2010) feminizando a Próspero –un personaje masculino en la obra de Shakespeare en la que se basa la película–, y ha encarnado no a una sino a dos reinas llamadas Isabel. Pero, pese a ese historial, en persona es toda afabilidad y cercanía.

Cuando los tatuajes no estaban bien vistos

Tiene una risa estruendosa y abierta, y cuando mueve las manos deja en evidencia un tatuaje taleguero entre el pulgar y el índice izquierdos que se hizo en señal de rebeldía juvenil hace décadas, cuando los 'tattoos' aún no estaban bien vistos. Viste de forma simple y desenfadada. “Me gusta usar colores alegres, de lo contrario parezco una vieja urraca”. Se confiesa adicta a las gangas y los 'outlets', prefiere usar un arcaico Nokia que el típico 'smartphone', y no le hace ascos a viajar en Ryanair. En todo caso, solo una parte de su ineludible carisma se explica con su talante campechano. La otra parte, poderosa en al menos igual medida, tiene que ver con una evidencia física que tiene internet echando humo. A punto de cumplir 70 años, Helen Mirren está cañón.

“Creo que esa condenada foto en biquini me perseguirá el resto de mi vida”, lamenta resignada la actriz acerca de la ya célebre instantánea que un paparazzi tomó de ella en la playa años atrás y cuya publicación puso a muchas treintañeras verdes de envidia. Ser reducida a la condición de objeto sexual es algo a lo que ha tenido que enfrentarse desde que, al principio de su carrera, apareciera en distintos estados de desnudez en películas como 'Herostratus' (1967) y 'Calígula' (1979). “No quiero sonar arrogante, pero yo era mucho más lista de lo que la gente parecía preparada para aceptar. Con mi melena rubia y mis tetas gigantescas, que fuera capaz de decir cosas inteligentes resultaba desconcertante”. 

Papeles femeninos importantes en la vida real

Después de todo, que tradicionalmente la discriminación sexual ha imperado en la industria del cine es algo conocido y, sostiene Mirren, hasta cierto punto inevitable”. “Faltan papeles interesantes para las mujeres en el cine simplemente porque faltan papeles importantes para las mujeres en la vida real. A partir del momento en que haya más juezas, y más neurocirujanas, y decanas, y presidentas de gobiernos, entonces las películas se llenarán de buenos personajes femeninos”.

En todo caso, decíamos, en ese sentido ella no puede quejarse. A su galería de féminas fuertes se incorpora ahora la protagonista de 'La dama de oro', que está ya en cartel. “Al principio tuve mis dudas acerca de si debía interpretarla, porque no sabía si sería capaz de hacer justicia a toda su fuerza y su carga simbólica”, comenta de Maria Altmann, heredera de una familia judía extremadamente rica que sufrió el expolio de los nazis. Recién casada, huyó de Austria para escapar del Holocausto y acabó instalándose en Estados Unidos, desde donde décadas después emprendió una batalla legal contra el Gobierno austriaco para recuperar cinco cuadros de Gustav Klimt que, entre otras propiedades –palacios, castillos, un Stradivarius—, habían sido saqueados a sus padres. Una de esas pinturas tenía una importancia particular para Altmann, porque era el retrato de su tía Adele Bloch-Bauer y, por qué no decirlo, porque durante todos esos años colgada en el Galería Belvedere vienesa llegó a ser considerada la versión austriaca de la Mona Lisa.

Crímenes de los nazis que quedaron impunes

Sin embargo, según Mirren, el valor de aquella victoria judicial va mucho más allá de los 135 millones de dólares por los que Altmann acabó vendiendo el cuadro. “Hay tantos crímenes cometidos por los nazis que quedaron impunes, que cualquier acto de justicia, por pequeño que sea, tiene una importancia histórica vital”. La dama de oro, por cierto, está dirigida por el británico Simon Curtis, que inició su carrera como asistente personal de la actriz. “Hace unos años me traía el correo y ahora ¡es mi director! Eso prueba la importancia de no crearse enemigos, porque nunca se sabe cuándo te los vas a encontrar de nuevo”.

Ahora bien, no puede decirse que Mirren se haya preocupado en exceso por ir haciendo amigos. A lo largo de los años, a través de la prensa, ha recordado cuánto disfrutó de la cocaína en el pasado; ha expresado impopulares opiniones sobre la línea que separa el sexo consentido del abuso sexual; se ha declarado a favor de la cirugía plástica a pesar de no haber recurrido ella misma a los zurcidos –“si hincharse los labios hace que todas esas señoras se sientan mejor, ¿qué derecho tenemos a decir que es algo malo?”–, y ha confesado algo considerado un pecado mortal en las mujeres: que no tiene instinto maternal. “Nunca quise tener hijos”, insiste ahora. “Durante un tiempo me esforcé por quererlo, pero supongo que algunas personas no hemos sido traídas a este mundo para procrear”. Es una actitud que considera heredada de su madre –“parece ser que una vez, cuando yo era un bebé, estuvo a punto de tirarme por la ventana, para ver si así me callaba”— y que en el pasado ha generado todo tipo de rumores, que ella acepta con deportividad: “Me importa un rábano lo que piensen”. 

Madrastra de dos hijos

Mirren es madrastra de dos hijos de un matrimonio previo del director Taylor Hackford, a quien conoció en el rodaje de 'Noches de Sol' (1985) y con quien se casó 12 años después. “Nunca pensé que casarnos tuviera sentido, al menos hasta que mi asesor fiscal me habló de la cantidad de dinero que nos ahorraríamos haciéndolo”. Poseen sendas residencias en Los Ángeles y Londres, pero es en el refugio rural que se construyeron en Puglia, en el sur de Italia –allí se tomó la foto del biquini–, donde asegura estar más a gusto. “Allí no les podría dar más igual quién soy –sonríe–. Me conocen simplemente como ‘la actriz’, ‘l’attrice”. Se pasaría la vida allí de no ser porque tiene que hacer películas. “Me encanta mi profesión, no me malinterprete. Pero ya no me obsesiona como solía hacerlo. Era como una religión para mí”.

Nacida justo después de la segunda guerra mundial, es la segunda hija de Vasily y Kathleen Mironoff. Su abuelo paterno, Pyotr Vasilievich Mironov, fue un antiguo coronel del Ejército Imperial Ruso de ascendencia aristocrática que trabajaba como diplomático en Gran Bretaña cuando estalló la Revolución de Octubre, y allí se quedó. Helen fue bautizada como Ilyena, pero al morir el abuelo el nombre fue anglificado: los Mironoff pasaron a ser los Mirren. Vasily se ganaba la vida como “el taxista más sobrecualificado de Londres” y, hasta que decidió que sería actriz, ella encadenó sucesivos trabajos temporales como cartera o responsable de un puesto de lanzamiento de dardos en una feria ambulante. En general, “fueron años de serias penurias económicas”. Los Mirren eran una familia ferozmente antimonárquica, lo que convierte todos los laureles que Mirren acabaría acumulando dando vida a Isabel II en La reina (2006), entre ellos el Oscar, en una deliciosa ironía.

Ganar un Oscar es como cumplir una misión

Aprendió dos cosas la noche que ganó la estatuilla. En primer lugar, “comprendí que antes de subir al escenario debería haber dejado el bolso en mi asiento. Allí, dando mi discurso con el premio en una mano y aquella cosa en la otra, parecía idiota”. En segundo lugar, logró hacer callar esa voz interior que tanto tiempo había estado preguntándole con insistencia qué estaba haciendo con su vida. “No pretendo sugerir que ganar el Oscar sea lo máximo a lo que un intérprete puede aspirar, pero sentí que había cumplido una misión, que ya no tenía de qué preocuparme”. 

Eso, ojo, no significa que tenga la carrera solucionada. “Muchos piensan que me paso el día recibiendo ofertas de Scorsese y Tarantino, pero no es así. Los buenos guiones son increíblemente escasos”. Asimismo, sigue sintiendo el mismo miedo escénico que el primer día. “Supongo que es miedo al fracaso. A lo largo de mi carrera he sufrido muchos fracasos, y la crítica ha llegado a ser muy dura conmigo. Esas heridas me acompañarán para siempre”. De poco sirve que, en los últimos tiempos, la gente se dedique casi exclusivamente a decirle lo estupenda que es. “En cuanto empiezas a creerte todos esos elogios es muy fácil que te acomodes y te olvides de los motivos que te impulsaron a dedicarte a esto en primer lugar”. ¿Qué pensaría la joven Helen Mirren de 'Arthur' (2011), 'Un viaje de diez metros' (2014) y otras películas de vocación exclusivamente comercial protagonizadas por su versión madura? “Que me he vendido, claro”. ¿Y cómo le explicaría a esa muchacha todas esas sesiones de fotos y todas las alfombras rojas? “Le diría que los actores queremos creer que no necesitamos la atención de la gente, hasta que un día dejamos de recibirla y nos preguntamos, ¿pero adónde ha ido todo el mundo? Somos así de patéticos.