Profesor balón

Maré es una favela de Río de Janeiro en la que viven 150.000 personas. Es un entorno hostil en el que FutbolNet trabaja con niños para fomentar la educación. Son lecciones con una pelota

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ELOY CARRASCO

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El capitán barreto asegura que todo está tranquilo ahí afuera. Ahora lo parece, pero hace un rato nadie lo habría dicho, a la vista de la media docena de camiones del Ejército que patrullan y de las miradas nerviosas de los soldados. Acaban de saltar del vehículo en marcha y se asoman a los recovecos de la favela apuntando hacia ventanas y tejados. Un oficial les ha ordenado que quiten el seguro de los fusiles y suena un amenazador clic tras otro. Quizá sea rutina, pero, unas horas atrás, esos mismos fusiles escupieron unas cuantas balas y obligaron a correr a algunas madres para alejar a sus hijos del inquietante petardeo: unos tiros en la lucha contra quienes dan mala fama a este humildísimo lugar. La mayoría de las veces nadie acaba en el hospital; otras, alguien muere. La víspera, un soldado resultó herido y nadie está para bromas. Maré vive días de "pacificación", como se denomina eufemísticamente a la recurrente guerra de incursiones militares en busca de narcotraficantes, de sus drogas y sus armas. Los bandidos se ufanan de sus impresionantes arsenales. Los exhiben. Aquí un chaval con un M-16 –y vestido con la camiseta del Real Madrid, por cierto–, allá tres o cuatro con pistolas automáticas en la cintura. Ninguno de ellos habrá cumplido 20 años. Maré es una favela de Río de Janeiro de unos 150.000 habitantes donde el Barça ha ido a plantar semillas con FutbolNet, una fundación que fomenta valores en un lugar donde hace falta mucho valor.

"Si Dios está con nosotros, cómo será quien está en contra", reflexiona una pintada en una pilastra, la bienvenida a Maré. El mundo cambia sin avisar. Adiós al Río bonito de Copacabana, el Pan de Azúcar y las pizzas de 25 euros en restaurantes atildados de Ipanema. Hola a la basura esparcida, los callejones torvos y las casas de comidas donde siete pueden almorzar dignamente por 20 euros (los siete). Antípodas estéticas y económicas sin salir de la metrópoli. El fútbol es la bisagra entre esos dos hemisferios. El balón es un planeta. La Vila Olímpica de Maré se despereza mientras el sol de las ocho empieza a abrasar las pequeñas canchas. Decenas de críos corretean y juegan con la pelota. Los tiros de buena mañana no han desanimado a las madres y el festival de FutbolNet es un éxito. Jugarán partidos, les darán una medalla y un picnic. Para muchos niños, quizá sea la única comida del día. Luego vendrá Edmilson, una gran estrella, un campeón del mundo con Brasil y de Europa con el Barça que ha sido invitado para regocijo de la chavalería. A primera hora, todos rezarán una oración.

Los locos cambian el mundo

La religión es un requisito que impuso Amaro Domingues, un hombretón semianalfabeto que no aparenta sus 82 años y que es el alma de la Vila Olímpica de Maré. Sin su empeño, no habría existido. Cuando el gran Pelé era ministro de Deportes, se plantó en Sao Paulo y le convenció de la necesidad de encauzar con el fútbol tantas vidas errantes. Logró la financiación necesaria para el recinto que hoy mantienen sobre todo el Ayuntamiento de Río y el Flamengo, el club con más seguidores del país. Irónicamente, él nunca jugó a fútbol. En su nariz y en su dentadura asoman huellas del boxeador que fue antes de conducir un autobús durante 28 años. "Los locos son los que cambian el mundo", afirma en respuesta a quienes lo tomaron por demente el día en que se le metió en la cabeza la idea de la Vila Olímpica, hace más de dos décadas, cuando Maré, que era un enjambre de palafitos sobre el agua, culminaba su conquista de terreno al mar con miles de toneladas de escombros de las obras que se iban haciendo en la gran ciudad.

Hoy existen una veintena de villas olímpicas en la capital carioca. La de Maré tiene un campo de fútbol con pistas de atletismo, varias canchas de fútbol sala, un pabellón polideportivo, una piscina y hasta un huerto urbano. La utilizan unos 15.000 vecinos, la clase media de la favela. "La educación es la base de todo, una herramienta contra la violencia", explica Amaro, que ha conseguido el respeto incluso de los narcotraficantes, siempre tensos y amenazadores. No entran en la Vila Olímpica, no se meten; aquello es un oasis en territorio minado. "Al principio se oponían, pero entendieron que era un beneficio común", añade Amaro, que, al contrario de lo que dice la pintada de la pilastra, está convencido de que el cielo también arrima el hombro. "Gracias a Dios" remata o inicia casi todas sus frases.

Inculcar valores a través del fútbol

FutbolNet forma parte de la vida cotidiana de la Vila Olímpica. Es una actividad extraescolar, gratuita, que practican de manera estable unos 300 niños y adolescentes, de 5 a 17 años. Brasil es uno de los 28 países en los que está presente el proyecto del Barça, cuya primera experiencia tuvo lugar en Salt (Girona). Muy cerca de allí, en Banyoles, nació hace 31 años Laia Martín Frigola, educadora social y pedagoga de contagioso dinamismo, coordinadora de la iniciativa del club catalán en América Latina. "Intentamos inculcar valores a través del fútbol. Es importante que, en un entorno de mucha violencia, los chicos aprendan a resolver conflictos a través del diálogo". Quizá pueda parecer muy cándido, pero el áspero contexto obliga. En el vecindario abundan las familias rotas, las madres quinceañeras, las drogas y las armas de fuego, así que cualquier impulso positivo que se inculque siempre será escaso.

Los niños contribuyen a establecer las normas de un partido. Uno de ellos está llorando en la pequeña cancha de fútbol sala. Otro chaval le ha dicho algo ofensivo sobre su madre. Se detiene el juego y deciden que los insultos y las palabrotas se castiguen con un penalti. Cuando alguien marca un gol, se abrazan los dos equipos. Si el tanto llega después de que todos los jugadores hayan tocado la pelota, vale el doble, para fomentar el juego colectivo. Y si quien lo marca es una niña, vale triple. Pero ahí hay un problema. "Cuesta mucho que vengan niñas", lamenta Laia Martín. El machismo aún está muy enraizado y los propios críos suelen rechazar jugar con sus hermanas, primas o vecinas.

Los soldados del capitán Barreto, cocidos dentro de su pesado uniforme y bajo un sol que a mediodía ya es intratable, terminan la tranquila mañana sin haber quitado el seguro del fusil. Edmilson ha firmado docenas de autógrafos a críos que nunca le vieron jugar. Amaro, embutido en una camiseta del Barça con el número 10 y su nombre a la espalda, siembra un poco más de bondad y carisma antes de retirarse en su bicicleta. Los niños se han llevado una medalla y hacen cola para fotografiarse ante un gran panel en el que posan, titánicos, Xavi, Piqué, Neymar, Messi e Iniesta. Afuera quizá pintan bastos, ahí dentro el profesor balón seguirá dando lecciones.