en 'DOMINICAL'

Fiesta en el Trópico

El escritor mexicano Juan Villoro relata cómo se vive esta celebración en el D.F.

Navidad

Navidad / periodico

JUAN VILLORO

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Una de las cosas más sorprendentes de la especie humana es que las costumbres de un país que se celebran en otro que no se le parece en nada tienen muy pocas posibilidades de llevarse a cabo. La Navidad surgió como un ritual pagano, rodeado de nieves y de abetos. Siglos después se asoció con la cristiandad, y, más tarde, con el gusto de los colonos de Nueva Inglaterra por dar gracias comiendo pavos (aunque la fiesta de Acción de Gracias ocurre en noviembre, su impacto gastronómico llega a la Nochebuena).

En México todo eso resulta exótico. Nuestro clima es tan poco sorprendente que apenas se advierte el equinoccio de invierno, pero participamos con entusiasmo en la confusión multicultural navideña.

De los diversos componentes del festejo, el que más se ajusta a las costumbres locales es el cumpleaños de Cristo. La Iglesia católica está menos presente en México que en Italia o Polonia, pero tiene un intenso impacto a través del culto a la Virgen de Guadalupe, cuya imagen aparece en los tatuajes de los presos, las espinilleras de los futbolistas y los envases del aceite de cártamo Patrona.

CUANDO ERA NIÑO, se ponía mayor énfasis en el día de Reyes, como ocurre en Barcelona. Pero, por la cercanía con Estados Unidos y su influencia en el comercio, la mercadotecnia adelantó la entrega de regalos a la noche del 24 al 25 de diciembre. Como tantos héroes de la cancha que dejan su sitio a un advenedizo, el Niño Dios fue sustituido por Papá Noel. 

"Paz en la Tierra a todos los hombres de buena voluntad", reza el lema que cada año sirve de eslogan a alguna campaña publicitaria. Como los hombres (que en este caso engloban a las mujeres) están en todas partes y tienen derecho a mostrar su pacífica voluntad comprando a todas horas, desde septiembre son bombardeados con ofertas y hasta mediados de diciembre se someten a compras de pánico. 

Durante décadas, el festejo se circunscribió a la órbita familiar, pero la astucia mercantil encontró la manera de llevarla a las oficinas y otros lugares de trabajo. Así surgió una peculiar variante del comercio: el intercambio de regalos.

Poco antes de las vacaciones navideñas, los empleados participan en una rifa en la que te toca darle algo a un colega. Estamos ante una de las situaciones más críticas de Occidente. El azar objetivo indica que debes gratificar a Lupita, la secretaria de la que ignoras todo (salvo que usa un color distinto para cada uña). Regalarle un esmalte sería redundante y en cierto modo ofensivo, pues revelaría que solo la distinguimos por su fantasiosa manicura. Darle un libro de Octavio Paz mejoraría su autoestima y la haría sentir intelectualmente valorada, pero la aburriría a muerte. Entregarle una botella de ron podría sugerir que te enteraste de la dipsomanía que hasta entonces mantenía en secreto. Las opciones neutras tampoco ayudan gran cosa: una tarjeta de iTunes o un cedé con opción de cambio son acciones útiles, pero denotan que no pensaste mucho en ella. ¿Cómo descifrar a Lupita? Durante una semana no haces más que pensar en ella, hasta que tu esposa pregunta al apagar la luz: “¿Quién es esa tal Guadalupe?”.

¿Y qué recibes a cambio? Abriré mi expediente personal: en cinco ocasiones me han dado un chándal. Esto no significa que me consideren una persona muy deportiva, sino que no saben qué darme y optan por algo que por lo menos no me perjudique.

Lo curioso de nuestra manera de entender la Navidad es que ha traído hábitos ajenos que asumimos con fervor, como si el destino de la patria fuera tirado por trineos. En diciembre hace calor en la mayor parte de México y a las doce del día, en cualquier sitio, cae un sol de justicia. Bajo ese clima, los niños dibujan paisajes nevados en las escuelas y los automóviles se adornan con cuernos de plástico para parecer renos. En la televisión, los publicistas tratan de hacernos creer que los mexicanos de temporada son rubios, saben patinar en hielo y le regalan a su padre el más caro de los whiskies. Una vez terminados los anuncios, la pantalla transmite, por enésima ocasión, El Grinch.

¿QUÉ TIENE QUE VER ESO CON NOSOTROS? En el paisaje mexicano no abundan los árboles de Navidad; si descubres más de 10, eso califica como parque nacional. Sin embargo, para satisfacer nuestros nórdicos anhelos, han surgido viveros que ofrecen abetos en tallas que van de la small a la extrasmall. Esta es la opción orgánica; la práctica consiste en tener un árbol de plástico hecho en Taiwán que se desarma después de Reyes y se guarda en el trastero hasta la siguiente Navidad.

El hecho de que Santa Claus (nombre que damos a Papá Noel) venga desde el Polo Norte a una ciudad congestionada, pone a prueba el sistema de creencias de los niños. ¿Cómo es posible que Santa supere el tráfico del D. F., encuentre aparcamiento para su trineo y entre en una casa donde no hay chimenea? Para vencer estas incertidumbres, le di a leer a mi hija un libro de Cornelia Funke: El Papá Noel que cayó del cielo.

La dieta navideña también contraviene nuestras costumbres, apagando los fogones de una de las cocinas más ricas del mundo. Quizá influidos por la atmósfera de paz, comemos menos chile que nunca. En la cena del 24 suele haber bacalao, pescado nórdico al que nunca sabemos quitarle las espinas, y un pavo entero que nadie sabe rebanar. Es cierto que nuestro guajolote es un ave americana, pero la receta, con puré de manzana, nueces o mermelada de arándanos, es de importación. Nos falta práctica para preparar y servir esos guisos que solo suceden una vez al año. ¿Por qué no apelamos a nuestra milenaria sabiduría culinaria? Mi opinión es que no queremos privarnos del sentido de extravagancia que aporta la Navidad.

¿HAY ALGO MÁS RARO QUE SER FELICES en compañía de parientes que hemos evitado durante todo el año? Esta sensación de irrealidad se refuerza si comemos como una tribu a la que conocemos muy mal. 

Durante años, mi padre fue el encargado de cortar el pavo porque había cursado dos años de medicina y eso le permitía distinguir un músculo de un nervio. Fue sustituido por mi primo Neto, notable taxidermista, hasta que un día se fracturó el brazo y tuve que ocuparme de la tarea. Del pavo figurativo pasamos al abstracto.

¿Acaso no hay nada mexicano en el menú? Para demostrar que no hemos perdido señas de identidad, incluimos dos platillos que no volvemos a probar el resto del año: romeritos y huauzontles. Se trata de vegetales sumidos en espesa salsa de mole, de difícil masticación y peor digestión. No son las estrellas de la noche; se trata de actores de reparto que recuerdan las esencias vernáculas de manera incómoda y desaparecen sin elogio alguno. 

La Navidad se cumple con gastronómica confusión, rematada con turrón de Alicante. Eso explica que en la Noche de Paz haya dentistas de guardia.

¿Se incorporarán otros rasgos a la fiesta? Sí, a condición de que sean ajenos a nosotros. México, como quería el poeta Ramón López Velarde, es “fiel a su espejo diario” a lo largo del año, pero se da vacaciones de sí mismo en Nochebuena.

La felicidad suele venir de lejos. Como la extraña pareja que encontró en Nazareth la bondad de los desconocidos, en Navidad nos sentimos extranjeros en nuestra propia casa y descubrimos que esa es una manera sorprendente de ser nosotros mismos.

Juan Villoro nació en México D.F. en 1956. Es autor de novelas, cuentos, ensayos,  piezas teatrales y crónicas periodísticas. En el 2004 ganó el premio Herralde con El testigo. Gran cronista, su última obra es ¿Hay vida en la Tierra?