Antonio de la Torre: "Creo en la revolución silenciosa"

El actor y periodista andaluz habla de su pasión por la interpretación y del momento que vivimos

Antonio de la Torre en la portada de 'Dominical'

Antonio de la Torre en la portada de 'Dominical' / periodico

BÁRBARA ESCAMILLA / Madrid

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LosGoyale dieron la espalda. Al menos en esta edición. Y eso queAntonio de la Torre se coló en las nominaciones a mejor actor principal por 'Grupo 7' y de reparto por 'Invasores'.Se lo arrebataron José Sacristán y Julián Villagrán respectivamente. En cualquier caso, aparte de oficio tiene sus propias ideas. A él le dedicamos la portada del 17 de febrero en 'DOMINICAL', desde donde proclamaba: "Creo en la revolución silenciosa". 

Habla por los codos, ríe, gesticula, cuenta cosas de su pasado, se lleva las manos a la cabeza, imita aJosé María García, canta coplas escolares, se enerva si analiza nuestro momento político, social, cultural, despliega anécdotas de su pasado como periodista, ríe más, se mueve en el sillón. Adelante. Atrás. Carcajada. Reflexión.

No para.

Tengo mucha energía. Es bueno para mantener la pasión y la motivación en mi trabajo. Pero tengo que domesticarla, lo sé, me vuelvo verborreico, con muchas ganas de comunicar.

Tantas, que este malagueño de 45 años terminó por sumarse a la blogosfera (antoniodelatorre.es) para dar aire a su bestia comunicadora: “Siempre he querido contar historias”, escribió. Lo lleva haciendo toda la vida, de hecho. Desde las funciones escolares, desde sus primeras imitaciones de El Butanito, desde sus prácticas en un periódico, desde su primer cásting. Y, claro, desde las pantallas.

En la pequeña irrumpió con temblores yonquis en la miniserie de culto 'Padre coraje', de Benito Zambrano, y en la grande es el actor omnipresente: 50 títulos en apenas dos décadas ('Azuloscurocasinegro', 'Mataharis', 'Volver', 'Gordos', 'Brigada triste de trompeta', 'La mitad de Óscar', 'Primos', 'La chispa de la vida', 'Grupo 7', 'Invasor'), sin contar cortos ni series. Y no cesa: tiene por estrenar 'Los amantes pasajeros' (Pedro Almodóvar) y 'La gran familia española' (Daniel Sánchez Arévalo); y rueda 'Caníbal' (Manuel Martín Cuenca).

Insisto: no para.

Me pregunto por qué trabajo tanto. No soy el actor con más talento del país, no voy a enfermar de vanidad pensando eso.

Pero Sánchez Arévalo, Almodóvar, De la Iglesia, Martín Cuenca... Muchos directores repiten con usted.

Sí, sí. Y he llegado a la conclusión de que trabajo tanto porque... ¡caigo bien! [risas].

En el 2010, nominado por 'Gordos', dijo que acudía “la mar de tranquilo” a los Goya. Es una pose, ¿no?

Lo parece, lo sé, pero no, no. Es que sigo con la sensación de haberme colado en una fiesta y de que en cualquier momento va a venir el de seguridad a echarme. Y lo digo sabiendo que con esto puedo tocar las pelotas a la gente, porque no paro de trabajar. Pero es así, tengo complejo de pobre, de patito feo, de cateto.

Confiese una catetada mayúscula.

Cuando me nominaron por 'Azuloscurocasinegro' junto a Leonardo Sbaraglia, Juan Echanove y Juan Diego Botto, o sea, tres actorazos, ni soñaba con llevarme el premio. Así que cogí el diploma que te dan cuando te nominan... ¡y me lo llevé a la gala para hacerme fotos con él!

Pero ganó.

Sí, sí. Fue como si el Málaga jugase la Champions. Y lo que es la vida: ahora el Málaga juega la Champions.

“Cuanto más lo pienso -escribió en su blog-, más paralelismos veo entre cine y fútbol: ambos suelen durar unos 90 minutos y aseguran un carrusel de estados de ánimo.” A usted el ánimo se lo altera el Málaga, ¿no?

¡Buf!, sí. No se entiende la pasión por el fútbol desde fuera, ¿verdad? Tiene un componente socializante muy fuerte. Recuerdo una entrevista de José María García a un hombre que había batido un récord de permanencia en la montaña. Le preguntaba si se había emocionado al llegar al campamento base y él dijo que no, que fue cuando pudo abrazar a su familia y a sus compañeros. ¡Y es que es eso! La vida no tiene sentido si no hay nadie que se alegre de lo que te pasa. El ser humano es un animal social, y aislado está muerto. No hay mayor fracaso que el éxito en soledad.

¿Tiene equilibrados su éxitos y sus fracasos?

Cuando uno va cumpliendo una edad se tiene que inventar un poco su biografía, al menos yo he querido hacerlo, porque, si no, qué depresión, con todos los fallos, los errores, las ocasiones perdidas, lo que pude haber hecho y no hice... ¡Eso no hay quien lo aguante! Así que me invento un poco mi vida: “Me llamo Antonio de la Torre, soy actor y periodista. El actor cuenta las historias en primera persona; el periodista, en tercera”.

Para la primera persona tiene también su cuenta de Twitter, con más de 35.000 seguidores. Y mete mucha caña, por cierto.

La información es un bien necesario y mi objetivo como ciudadano, ya que no puedo ejercer como periodista, es difundir información que me parece interesante. Me parece un atentado contra la democracia que en los últimos cuatro años 9.000 periodistas se hayan ido a la calle. Una sociedad libre necesita la información. Digo información, y no propaganda, que es lo que hacen ahora muchos medios. Siento decir esto porque sé que hay grandes periodistas, algunos muy buenos amigos. Pero algunos gabinetes de comunicación se han convertido en herramientas al servicio de los que los crean. Y la información de verdad, contrastada y útil, la hace un periodista libre que investiga en un medio que se lo permite. Sin ser la panacea, para mí, la televisión que más se acercó a lo que debe ser una televisión pública fue la de Zapatero. Una de las pocas cosas que hizo bien: un no control de la escaleta.

¿Cree en la revolución?

Creo en la revolución sentimental, en la revolución silenciosa, en la educativa, en un cambio de valores. Si creemos que lo mejor está por llegar sentaremos las bases para que la gente piense libremente y para vivir una sociedad en paz, viendo al otro como un potencial amigo y no al revés. No hay refrán que deteste más que el de “piensa mal y acertarás”. Es horrible, lo único que hace es fomentar el miedo y el odio al otro.

Y estamos muertos de miedo.

Sí. Hay muchos traficantes de nuestro miedo: el que firma un ERE trafica con nuestro miedo, el que nos convence de que no vamos a encontrar nada mejor trafica con nuestro miedo. Hay unos cuantos hijos de puta que se están forrando a costa del miedo. A mí el miedo me ha llegado a paralizar. Pero ya no.

Un euro por una receta. La de la salida de la crisis.

Pues vuelvo a lo del aislamiento: para un ser humano no hay mayor tortura ni mayor condena que la soledad. El dolor físico puede ser horrible, pero el abandono es irreparable. Así, la única salida de la crisis es un cambio en el modelo de la educación sentimental. Nuevos valores. Este chiringuito de consumismo exponencial que es el capitalismo no nos lleva a ninguna parte. Pero tengo una certeza y una alegría: el capitalismo tiene los días contados. Lo que no sé es cuántos.

¿Tiene buenos recuerdos de su etapa como periodista?

Muy buenos. Es que la vida no es absoluta, se mide en términos relativos de lo que a uno le apasiona, y a mí el periodismo me apasionaba. Cuando me vine a Madrid a estudiar descubrí un mundo nuevo. Recuerdo que veía a la gente con el periódico bajo el brazo y pensaba: 'Igual si quiero ser periodista debería leer el periódico todos los días, ¿no? Es que yo era tan ignorante... Pero también era una esponja.

Y seguía con el sueño de actuar en la recámara.

Sí, sí: desde que subí al escenario en 7º de EGB a hacer una obra con la chica que me gustaba y allí me atreví a mirarla, a hablarle... Y tuve esa sensación de que actuar me iba a dar oportunidades únicas. Pero ese sueño quedó ahí aparcado, por una mezcla de pereza y prejuicio.

¿Cuándo lo recuperó?

Conocí en Madrid a un tipo muy delgado, muy guaperas, y nos hicimos amigos inseparables. Soñábamos con actuar. Y me propuso ir a la escuela de interpretación de Cristina Rota. Ese tío era Alberto San Juan. Empezamos a estudiar allí y el primer día que hice una improvisación supe que eso era lo mío.

Pero seguía ganándose la vida como periodista deportivo.

 Sí, sí, y a veces se venía Alberto [San Juan] conmigo. Tuve que entrevistar a Juanito, que por entonces estaba en el Málaga, y fuimos juntos. Había que vernos a los dos, cargando con un loro [radiocasete] enorme de mi padre y una cámara de fotos del Colacao que me habían regalado. Éramos un cruce entre el Bronx y San Blas [risas]. La cara de Juanito al vernos fue indescriptible, sobre todo cuando le hice esa primera pregunta patética: "¿Qué puede hacer Juanito por y para el Málaga?".

¿Y qué puede hacer Antonio de la Torre por y para la interpretación?

[Risas] Más que método, tengo una receta de andar por casa, algo así como: "Gritan fuego y yo salgo corriendo". ¿Se me entiende? Trato de vivir cada personaje sin juzgarlo, defendiéndolo a muerte, queriéndolo y haciendo míos sus conflictos. Es una de las cosas que más me gustan de mi profesión: me ayuda a entender.

También dice que le gusta el aquí y el ahora de su profesión, disfrutar el momento. ¿Disfrutó al principio de su carrera?

¡Qué va! En mi primera película, 'Los peores años de nuestra vida', se me oye, pero no se me ve. En la segunda, 'Cuernos de mujer', se me ve, pero no se me oye, me doblaron. Quise morir, nunca le pregunté a Enrique Urbizu por qué lo hizo, a veces es mejor no conocer la verdad [risas]. Hasta la tercera, 'Hola, ¿estás sola?', no conseguí que se me oyese y se me viese.

El gran cambio llegó cuando se metió en la piel de El Loren, en 'Padre coraje', ¿no?

Sí, yo creo que sí. Hasta ese momento mi teoría era que yo era muy malo. Para utilizar el argot futbolístico: tenía condiciones, pero no terminaba de destacar.

Y, mientras, sus amigos San Juan y Willy Toledo sí empezaban a despuntar

Claro, y me daban cierta envidia. Tenía la sensación de que el tren se me iba. Y por un momento pensé en dejarlo, olvidarme de actuar, fue una época muy larga en la que tenía que mantener mi trabajo como periodista y patearme cástings. Y estuve a punto, porque me ofrecieron presentar un programa de fútbol en Canal Sur y, claro, lo acepté. Pero supongo que la cabra tira al monte y cuando me enteré de que Benito Zambrano estaba haciendo pruebas ni lo dudé. Y recuerdo que me salió muy, muy bien esa prueba. Tuve la sensación de que por primera vez había hecho una prueba de Actor, así, con mayúsculas, y no la de un superviviente.

Desde entonces es raro el año que no recibe nominaciones o premios. ¿Sigue pensando que se ha colado en una fiesta?

Mi padre decía mucho eso de que hay que ser el número uno en algo. Yo creo que es un error. Creo que lo importante es aceptarse y conocerse, asumir que todos somos necesario para algo y todos valemos para algo, y encontrar ese algo. Yo creo que lo he encontrado. Todo consiste en ser el número uno en ti mismo.