Enseñar en libertad

Mofletes inspiradores

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IMMA MUÑOZ

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En una época en la que todo es blanco o negro reconforta encontrar a quien ama el gris, sobre todo si lo sabe traducir en un montón de colores. Esperança Urdeix es una de esas personas. Madre de tres niños (Jásper, de 8; Nanuk, de 7, y Boris, de 3) y maestra de técnica Alexander (un método de reeducación del cuerpo para hacer un buen uso de él), su vida pasó del anonimato de las cuatro paredes del hogar a la notoriedad del mundo sin tabiques de internet cuando decidió documentar en un blog el día a día con sus hijos, a los que, junto con su pareja, el artista Ruben Verdú, decidió educar en casa durante los primeros años de su vida.

"Nuestro primer hijo, Jásper, no había ido a la guardería, pero cuando cumplió 3 años emprendimos la búsqueda de escuela. Sin embargo, a medida que íbamos viendo centros teníamos más y más claro que era demasiado pequeño aún para ser escuchado en un grupo, para entrar en esas dinámicas grupales en la que se impone el macho alfa, que no siempre es el más inteligente ni se lleva bien con la diferencia. Así que pensamos que, puesto que en España la escolarización no es obligatoria hasta los 6 años, íbamos a aparcar su entrada en el colegio para darle una vida sin prisas: que pudiera levantarse cuando quisiera, comer cuando sintiera hambre, aprender cuando tuviera ganas". Y ahí empezó para esta mujer el baile cromático.

Primero entraron los grises. Porque Esperança había decidido educar en casa y participar en los grupos de 'homeschoolers', sí, pero eso no significaba que se alineara en las filas de quienes abominan de la escuela y están tan atados a la libertad propia que no respetan las ataduras ajenas. "No soy militante de nada. Bueno, sí: del derecho que tiene cada uno a elegir cómo quiere educar a sus hijos, ya sea en una escuela de toda la vida, en una activa, en casa o una temporada en casa y otra en la escuela, como hemos acabado haciendo nosotros", argumenta. Blanco y negro, juntos y revueltos, en las proporciones que más convenían a su familia.

Debut escolar

Y un día llegaron los colores. Era el 16 de enero del 2013, Jásper cumplía 6 años y a Esperança y su pareja les tocaba decidir si, cuando llegara septiembre, su primogénito se iba a colgar la mochila al hombro o si se refugiaban en el vacío legal existente para seguir educándolo en casa, como hacen cerca de 2.000 familias en todo el Estado, unas 500 en Catalunya, que han optado por educar a sus hijos al margen de la escuela [aunque no hay ningún censo oficial, estas son las cifras que barajan las entidades en las que se agrupan estos padres, como la Coordinadora Catalana Educar en Família]. Ese 16 de enero Esperança posteó la primera foto de su blog, 'Segundos de Esperanza', que se ha acabado convirtiendo en el diario que recoge la formación de sus tres hijos. Una formación que no depende de si sus hijos están en casa o en el colegio porque, como bien dice ella, "un padre educa las 24 horas".

Y es que primero Jásper, y Nanuk un año más tarde, al cumplir él también los 6 años, fueron a la escuela. Hoy, solo Boris sigue educándose en casa. "No me gustaba eso de estar al margen de la ley, por más que haya maneras de esquivarla. Tal vez si la educación en casa estuviera regularizada en España –como lo está en Francia, en Gran Bretaña, en Estados Unidos [en Portugal, en Italia, en Bélgica, Austria o Suiza]–, habría continuado con ella. Aunque tengo dudas, porque no decidí escolarizar a Jásper al llegar a la primaria solo por la desprotección legal. También valoré otras cosas: ser madre y maestra, a una determinada edad, es complicado, y, ya con 6 años y la personalidad bastante formada, me parecía que era más importante que Jásper aprendiera a lidiar con los conflictos grupales que con los conocimientos, que, al fin y al cabo, adquirirá cuando tenga verdaderas ganas de aprender. Cuando uno desea de veras aprender algo, lo hace. Míreme, si no, a mí con la fotografía".

Documentar "la chispilla de la vida"

La fotografía inundó de luz, con sus colores, la vida de esta madre catalana de 44 años cuando su blog y las cuentas de Facebook e Instagram que recogen sus vivencias con sus hijos saltaron del ámbito doméstico a cosechar cientos de seguidores atraídos por la ternura y la viveza de las imágenes en un primer momento y por la filosofía de vida que se desprende de ellas después. "Empecé haciendo fotos con el móvil –explica–, y de pronto vi que había gente, hombres y mujeres, que me acompañaba en el día a día, en mi cotidianidad. Cuando estás todo el día con los niños, a veces te sientes sola, y esa compañía me reconforta mucho. Por eso fui alargando un proyecto que nació de una reflexión, tras oír a madres quejándose de lo cansadas que estaban de andar todo el día cuidando niños. Me dije: 'Cada día tiene algo bonito, aunque te pases los 365 días del año con los hijos, formándolos, y sientas que no tienes ni un minuto para ti', como era mi caso, con los tres niños siempre en casa. Y me propuse documentar esa chispilla de la vida".

Esa chispilla está en Nanuk dibujando sobre una mesa, en Boris jugando con el papel higiénico a hacer volar mariposas, en Jásper compartiendo historias y risas con su padre y sus hermanos. En un millar de fotos que muestran un aprendizaje vital –¿qué se aprende, sino a vivir, a esas edades?– personalizado y sin horarios. "Ni con Jásper y Nanuk cuando estaba en casa, ni ahora con Boris, nos poníamos de tal hora a tal hora. Era un poco como venía la cosa. Precisamente, las horas en las que más les apetecía sentarse a dibujar o a jugar con las letras solían ser las últimas del día, cuando llegaba el momento de acostarse", explica Esperança. Y, pese a este aparente descontrol, esa subversión de la rutina habitual en cualquier escuela, la adaptación de Jásper y Nanuk a primero de primaria (el principal terror de los padres que debutan en la escolarización) fue modélica. Los niños llegaron sabiendo leer y escribir, y hablando un perfecto inglés porque es la lengua que comparten con su padre, que es "medio catalán y medio americano" y estudió la carrera de Bellas Artes en Estados Unidos. Y sin ningún recelo hacia esa nueva etapa que empezaban en un colegio pequeño, familiar, de una sola línea. Y concertado, ante la dificultad de lograr plaza en un centro así en el sector público.

Aprendiendo juntos

"El primer día, Jásper llegó feliz, y salió tan contento como había entrado. Y tanto a él como a Nanuk les sorprendía mucho el jaleo de las clases, y que hubiera niños que no hacían caso de los maestros. Tal vez porque ellos han pasado mucho tiempo con adultos, y porque los hemos llevado siempre a todas partes –y, por ejemplo, si iban a una conferencia con nosotros sabían que tenían que estar callados–, han visto que los mayores siempre le pueden enseñar algo interesante, y que vale la pena escucharles, así que les sorprendía que sus compañeros no lo hicieran", asegura su madre, desmontando otro de los argumentos que se suelen esgrimir contra la educación en casa: la dificultad para acatar, después de unos años de absoluto respeto por los deseos individuales, la más mínima exigencia de disciplina.

Jasper, Nanuk y Boris no son los únicos que han evolucionado en este tiempo. Del móvil de las primeras instantáneas, Esperança pasó a una réflex, y de ella a la Fuji con la que fotografía ahora. A la vista de los resultados, cuesta creer que sea cien por cien autodidacta y poco amante del retoque. "Yo he trabajado de modelo y he pasado muchos ratos delante de la cámara. Soy como una luciérnaga, la captación de la luz me llama. Pero a hacer fotos he aprendido haciéndolas. Cogiendo el manual de la cámara y experimentando con los niños: 'Subíos a la mesa y saltad, a ver cómo sale esto'. Ha sido un trabajo de todos".

La cámara es, para ella, terapéutica: "La tengo siempre cerca, y, en cuanto la cojo, mis quebraderos de cabeza se disipan. Si la casa está desordenada, si Boris abre un bote de crema y se embadurna entero, en lugar de ponerme a gritar, cojo la cámara y hago una foto del instante. La fotografía me ha convertido en una madre antigritos: antes de gritar, fotografiar", proclama. El temple debe de ser esencial en la educación diaria de tres fierecillas, ¿no? "Tienes que saber convivir con el caos. Que no te haga perder los nervios ni derive en chillidos. Aunque, si pegas uno de vez en cuando, tampoco pasa nada. ¿Verdad que las leonas rugen? Pues si tú lo haces en alguna ocasión, no te fustigues. Y tus cachorros hasta lo agradecen", sonríe. De pronto cambia la risa por un suspiro: "¡Hay tantos libros que nos dicen a las madres lo que tenemos que hacer y nos acaban culpando de todo! Yo, con Jásper, leí montones. Después los tiré y decidí seguir a la mamífera que llevo dentro. Se han perdido los instintos, en la crianza, y la unión entre las madres. Nos hemos separado mucho y, tal vez por eso, en lugar de pedirnos consejo unas a otras buscamos respuestas en los libros", lamenta.

Mensaje de unidad y respeto

Esa es una de sus grandes reivindicaciones: la necesidad de que las madres estén unidas y se ayuden, sea cual sea la opción que hayan elegido a la hora de criar a sus hijos. "Las madres se juzgan de una forma durísima unas a otras: si dan el pecho o no, si se quedan con los hijos en casa o los llevan a la guardería a los seis meses, si escolarizan o no... Es absurdo. Todas tenemos en común dos cosas: queremos lo mejor para nuestros hijos y lo hacemos lo mejor que sabemos". Ella misma sufrió la tiranía del blanco o negro. Tuvo que dar muchas explicaciones cuando decidió que Jásper no iría al colegio a los 3 años. Y también tuvo que darlas, en el sentido opuesto, cuando decidió que a los 6 sí que iría. "Me sorprendió comprobar que las madres que escolarizan son más tolerantes que las que no", asegura. Y eso que, antes, le había tocado torear un abanico de críticas veladas que iban desde el "¿y cómo es que no trabajas?" hasta el "tú que puedes permitírtelo", como si estuviera montada en el dólar. "Y no. Cierto que los dos nos organizamos para trabajar en casa –yo con las clases de técnica Alexander, Rubén traduciendo libros de arte–, pero eso supuso privarnos de muchas cosas: tener coche, ir de vacaciones... y hasta hubo que recurrir a la familia en ocasiones". Una familia, la de Esperança, "de clase media clásica". "Somos tres hermanas y hemos optado por tres maneras muy distintas de criar, pero nos hemos respetado siempre. Porque, yo insisto, solo reivindico una cosa: que se respete la libertad de educar a los hijos como a cada familia le parezca mejor".

No es cierto. También reivindica otra: la visibilidad de las madres. A ella le llegó cuando, gracias a la difusión de sus fotos, la invitaron a participar en PechaKucha Barcelona, un acto que se celebra varias veces al año en la ciudad para mostrar proyectos y experiencias mediante la exposición de 20 imágenes que se comentan durante 20 segundos. "Imagínese, los ponentes eran arquitectos, diseñadores, periodistas... y a mí me invitaban a ir como madre, para hablar de lo que hago en casa con mis hijos. Mi proyecto ha convertido mi maternidad en una maternidad abierta, ha hecho que algo que está siempre escondido sea público. La fotografía me ha hecho existir como madre y como mujer", resume.

En el auditorio del Museu del Disseny, escenario del PechaKucha, se apagó la luz y brillaron, una vez más, los colores. Con un click y la risa libérrima de tres niños.

LA AUTORA LOBA

Como ella es la que le da siempre al botón, apenas sale en las fotos de su proyecto. "Intenté usar el trípode, pero, con tres fieras, peligraba la cámara", sonríe. Hace entre 6 y 12 fotos diarias, y tiene claro cuál acaba en el blog: "A veces, una foto te produce una sensación corporal muy fuerte, como de conexión con el momento que estás captando. Esa es la buena". Debutó en la maternidad con 35 años y muchas ganas. "Había vivido mucho, antes. Estudié hasta BUP, trabajé de modelo y luego me formé, tres duros años, en técnica Alexander. Tuve un matrimonio anterior, pero no llegaron los hijos. Quizá por eso soy una madre tan loba, ahora, tan de tener a los niños conmigo. Estar con ellos las 24 horas, más que una carga, ha sido para mí una liberación".