Damián Szifron saca su mala baba en 'Relatos salvajes'

La película, que se estrena este viernes, opta a los Goya y representará a Argentina en los oscar

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NANDO SALVÀ

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“Todos albergamos en nuestro interior ciertas dosis de perversidad. Estoy seguro de que yo mismo estaría en la cárcel si no tuviera la oportunidad de ser director de cine y poder expresarme sobre lo que me genera agresividad”. Echando un vistazo a este hombre cuesta creer que haya dicho algo así. El rostro aniñado y pecoso, la mirada limpia, el aspecto general de alumno aplicado, nada de eso sugiere problemas con la ley. Tampoco cuando, sin dejar de sonreír con candidez un solo momento, abre la boca y habla con un entusiasmo contagioso pero a la vez con el aire relajado que da la paz interior. Sin embargo, como de costumbre, las apariencias son solo eso. Damián Szifron tiene un lado feroz.

'Relatos salvajes', su tercera película, que se estrena este viernes, ya se ha convertido en la más vista del año en Argentina y, sobre todo, en uno de los grandes fenómenos de aquel país de los últimos tiempos, dentro y fuera del ámbito del cine. “No acabo de creérmelo: aparece mencionada en titulares de noticias políticas y columnas de opinión, o en tertulias televisivas entre periodistas que no tienen nada que ver con la cultura”, nos comenta durante una larga conversación en el contexto del Festival de San Sebastián. “Supongo que tiene que ver con su temática: los conflictos que la película aborda son ancestrales y universales, de alguna manera nos conciernen a todos. Viajar con ella por festivales internacionales y comprobar cómo espectadores de diferentes nacionalidades se carcajeaban al unísono me demostró lo parecidos que en el fondo somos todos”.

Humor negro y brutalidad

‘Relatos salvajes', que representará a Argentina en los Goya y en los Oscar, es un macabro compendio de historias breves que mezclan humor negrísimo y brutalidad exagerada para hablar de un asunto común: el lado oscuro del sistema capitalista y democrático. O sea, la corrupción institucional, la desigualdad social y económica y el abuso de autoridad que como consecuencia de él imperan en la sociedad argentina actual; y la necesidad de revancha que ello genera en el ciudadano.

“Los hijos de puta gobiernan el mundo. Y así está el país: todos quieren que estos personajes tengan su merecido, pero no quieren mover un dedo”, sentencia la avinagrada cocinera de un restaurante de carretera antes de servirle el plato estrella al cacique del pueblo. “¡Eres un negro resentido!”, le escupe el estirado conductor de un Audi, a quien da vida Leonardo Sbaraglia, al humilde trabajador que, al volante de un destartalado Peugeot, se niega a cederle el paso en una desolada carretera secundaria. “Los que trabajan para delincuentes son delincuentes. Eres un miserable servidor de este sistema corrupto”, vocifera Ricardo Darín frente a la ventanilla en la que le informan de lo que debe abonar para poder recuperar el coche que supuestamente dejó mal aparcado.

“A todos nos han sucedido alguna vez cosas parecidas a las que muestra la película, pero la mayoría de nosotros nos reprimimos y nos quedamos fantaseando sobre cómo nos habría gustado vengarnos y, en cambio, estos personajes pasan a la acción”, asegura el director argentino, que para hacer Relatos salvajes ha contado con padrinos de excepción: los hermanos Agustín y Pedro Almodóvar. “Me parece que esta es una época de mucha represión, y el problema es que nos hemos acostumbrado a ella”, continúa Szifron, resignado.

El sistema capitalista exprime

“Damos por naturales muchas de las cosas que se nos imponen. El sistema capitalista no está organizado para servir al individuo, sino para exprimirlo. Que tengamos que sostener un sistema que se basa en esa desigualdad me resulta insultante”. Añade, es el modo que aquellos en el poder tiene de expandir y fortalecer el sistema. “Si yo o cualquiera de las personas que conozco tuviéramos 10 millones de dólares, te garantizo que nos dedicaríamos a disfrutar de la vida en una playa paradisiaca, con la familia y los amigos. Pero hay una minoría para quien lo único que cuenta es multiplicar esa cifra una y otra vez. Eso no es vida”.

'Relatos salvajes' recibió una sonora ovación de 10 minutos el pasado mes de mayo en el Festival de Cannes, el certamen cinematográfico más importante del mundo –allí fue donde Szifron hizo la confesión que abre este artículo–. Eso es lo que importó, y no el hecho de que, al final, el jurado decidiera no incluirlo en el palmarés. “En realidad, no me interesan los premios. El cine no es una competición. No es como la natación, no hay que nadar más rápido que los demás. El cine es arte, y cada uno hace lo que siente. ¿Cuál es el criterio para juzgar?”. En todo caso, de ningún modo se fue a casa de vacío. La repercusión del filme atrajo la atención de los productores más importantes. Proyectos que antes quedaban relegados al terreno de los sueños son hoy perfectamente factibles.

Eso, entre otras cosas, significa que antes de que Szifron estrene su próxima película no pasará tanto tiempo como el que separa 'Relatos salvajes' de su largometraje inmediatamente anterior, la también aclamada comedia policial 'Tiempo de valientes' (2005). “Estar tanto tiempo alejado de la cámara no fue algo previsto, pero claramente sentí el deseo de dedicarme a escribir sin tener la presión de dirigir. Pasé años de trabajo muy intensos desarrollando no solo dos películas a la vez [estrenó su ópera prima, 'En el fondo del mar', en 2003] y dos teleseries, 'Los simuladores' (2002) y 'Hermanos y detectives' (2006)”. En la época de más frenesí televisivo, el director dirigía un episodio, montaba otro y escribía un tercero al mismo tiempo. “Disfruté mucho de esa adrenalina, pero llegué a sentir que la falta de tiempo me impedía explorar todo mi potencial y evolucionar artísticamente”.

Como resultado, Szifron creó una productora de guiones, Big Bang. Además de las seis historias que integran 'Relatos salvajes' –y de la decena que se quedaron fuera de la película–, completó los libretos de un wéstern en inglés, Little Bee; de una comedia romántica, 'La pareja perfecta', y del que posiblemente sea el más ambicioso proyecto de su carrera. “Es una historia de ciencia-ficción que tenía en mente. Se llama 'El extranjero'. Trabajar en ella me conectó con preguntas esenciales: ¿de dónde venimos, qué somos, adónde vamos, de dónde viene la inteligencia, hay algo más allá? Lo que empezó siendo una sola película se convirtió en una trilogía, y en este momento ya es una tetralogía”.

Los últimos años también han sido para Szifron el tiempo de crear una familia. Unido sentimentalmente a la actriz María Marull, tuvo su primera hija, Rosa, hace 5 años. La segunda, Eva, tiene apenas unos meses. Es fácil imaginarlas recibiendo desde ya el mismo tipo de amor por el cine que su padre recibió de niño, y que explica la dedicatoria que incluyen los títulos de créditos iniciales de Relatos salvajes: “A mi papá”.

Dos o tres películas al día

Bernardo Szifron falleció el año pasado. Hijo de polacos que llegaron a Argentina huyendo del nazismo, se ganaba la vida vendiendo electrodomésticos, pero su gran pasión eran las películas. “Desde muy pequeño, mi padre subía las latas de película hasta la sala de proyección de los cines del barrio, y a cambio le dejaban quedarse a ver la función”. Los primeros recuerdos de infancia de Damián transcurren en una sala de cine, sentado frente a la pantalla junto a él. “Veíamos dos o tres películas al día. Pero recuerdo que en alguna ocasión llegábamos a ver más. Nuestro récord personal fueron cinco películas del tirón”. La devoción de Bernardo por el cine, y el deseo de transmitirla, eran tales que llegó a sobornar a un acomodador para que Damián, que en 1984 tenía 8 años, pudiera ver 'Terminator'.

Asimismo, Bernardo acostumbraba a grabar a su familia con cámaras de vídeo y Súper 8. “Me filmaba montando a caballo y después ilustraba las imágenes con la banda sonora de 'El bueno, el feo y el malo'”, recuerda Szifron. Él empezó a tomar ejemplo en 1985. En esas primeras películas caseras, emulaba escenas de clásicos de Hitchcock como 'Psicosis' o 'Los pájaros', o recreaba el punto de vista del asesino de Halloween poniendo una máscara en la lente de la cámara y corriendo luego por toda la casa. “Yo pensaba que estaba haciendo cine de terror, pero cuando lo proyectaba por las noches, mi familia se partía de la risa”.

El camino que separa esas primeras experiencias demuestra una voluntad consistente de entretener aunque, eso sí, matizada por un marcado sentido de responsabilidad social. “Hay que intentar que el público lo pase bien, pero también animarle a que observe, a que opine, a que se haga preguntas, al menos mientras el mundo siga como está”. Reconoce, en cualquier caso, que la problemática realidad es una fuente de inspiración impagable. “Si viviéramos en una sociedad más sensata Relatos salvajes no tendría sentido, y por ejemplo existirían menos héroes de acción. El cine sería más aburrido. Pero añade: “Sería un mal menor”.