Cuidado con el caimán

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dominical 671 foto patxi uriz pesca tradicional150724172943 / EL PERIÓDICO

Xavier Moret

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Aparece de repente, por encima de las enormes copas de los árboles, dominando el horizonte como si fuera un espejismo o un flagrante error de guión. Hay algo que no encaja en la primera visión de la inmensa cúpula de la Basílica de Nuestra Señora de la Paz en Yamusukro, la capital de Costa de Marfil. Hay algo que desentona en esta desproporción que se alza en un país en el que dominan las casas de barro y las plantaciones de cacao.

Inaugurada en 1989, es el edificio religioso más grande del mundo y es, también, un monumento a la desmesura. Fue el primer presidente del país, Felix Houphouët-Boigny (1905-1993), quien en 1986 convocó un concurso internacional para levantarla. Su cúpula, construida por la empresa Eiffel Constructions Métalliques, es un metro más alta que la de San Pedro del Vaticano. 

El elevado coste –122 millones de euros– levantó ya entonces una fuerte polémica, pero la basílica sigue allí, incluso después de las guerras civiles que entre el 2002 y el 2011 desangraron el país.

Sigue allí con 14.000 metros cuadrados de mármol llegado de Italia, una gran explanada para más de 150.000 personas, aire acondicionado, ascensores para ascender a la cúpula y costosas vidrieras que reproducen a personajes del país, como el mismo presidente inspirador del proyecto.

"La inauguró el papa Juan Pablo II en 1990", cuenta Alphonse, el guía. "Puso como condición que justo al lado se construyera un hospital. Pusieron entonces la primera piedra, pero el hospital no se inauguró hasta el pasado mes de enero".

Una capital atemporal

Yamusukro es de hecho una capital artificial, como lo fueron Brasilia y Canberra, que parece crecer fuera del tiempo y del espacio. La capital económica del país es Abiyán, que cuenta con uno de los puertos más importantes de África, pero el poder político se concentra en Yamusukro.

Tras la independencia de Costa de Marfil, en 1960, el presidente Houphouët-Boigny decidió trasladar la capital lejos de la costa. Yamusukro, situada a unos 250 kilómetros de Abiyán y cerca del lugar donde nació, fue el lugar elegido. Se hicieron grandes obras para dignificarla y en 1983 se convirtió en capital político-administrativa.

Amplias avenidas

 que avanzan en medio de la nada, enormes edificios oficiales, modernos hoteles y un palacio con un lago lleno de caimanes hacen de Yamusukro una ciudad original. Los caimanes los importó el presidente de América y se les considera "animales sagrados".

Cada día, a las cinco de la tarde, los cuidadores les lanzan pollos vivos para alimentarlos, lo que origina una cruel pelea.

"El caimán más grande, apodado El comandante, suele gozar del favor del público, pero raramente nada caza; es demasiado viejo", comenta Alphonse, mientras asistimos a la carnicería. Cuando le pregunto si no es un "juego" peligroso, me informa: "En agosto del 2012 los caimanes se comieron al cuidador. Resbaló cuando les tiraba los pollos y…".

Recibimiento por todo lo alto

Para hacerse una idea del gran contraste que supone la ciudad de Yamusukro en Costa de Marfil merece la pena desplazarse a un poblado de los alrededores, donde las tradiciones se mantienen vivas. A Bonzi, por ejemplo. Allí la asamblea de notables nos recibe a la sombra de un gran árbol y nos ofrece, en señal de bienvenida, música, bailes de máscaras, comida y vino de palma.

Toda la gente del poblado, incluidos los niños y las mujeres, se agolpa alrededor, orgullosa de recibir a unos forasteros.

La buena acogida es uno de los alicientes para viajar a Costa de Marfil, un país que cuenta con una gran variedad de paisajes, con una costa llena de hermosas playas y un interior tapizado de plantaciones.

"Costa de Marfil es un gran productor de cacao, con unas 700.000 toneladas anuales, lo que supone el 35% de la producción mundial", apunta Alphonse. "El aceite de palma, el caucho, el café y las frutas tropicales son otros productos del país".

En Soubré visitamos una gran plantación, donde asistimos al proceso de recogida, lavado, fermentación y secado del cacao. Todo se hace de un modo artesanal. En Costa de Marfil, sin embargo, no se produce chocolate. El cacao se envía a Europa, a empresas como Nestlé o Mars, que se encargan de la transformación final.

La ciudad de San Pedro

En la ciudad de San Pedro, ya en la costa que da al océano Atlántico, la principal producción es la pesca, aunque cuando llegamos los barcos permanecen amarrados por falta de gasolina. En el puerto, grupos de mujeres se dedican a esperar mientras los pescadores cosen redes.

Unos kilómetros más allá, en el paseo marítimo, la larga playa con palmeras y unos cuantos hoteles reivindican que San Pedro es también un destino turístico.

"Si te fijas, San Pedro es una ciudad rara", comenta Alphonse. "Nosotros la llamamos Ville Far West, porque creció de un modo anárquico, como los poblados del oeste norteamericano. El puerto se inauguró en 1971 para descongestionar el de Abiyán y desde entonces empezó a acudir gente".

Hay algo de caótico en San Pedro, es cierto, como también lo hay en Abiyán, la gran ciudad en la que los atascos son frecuentes. También allí reina el contraste entre un centro modernizado, a la europea, y los arrabales. Un paseo en barca por la laguna que ejerce de gran puerto natural, sin embargo, ayuda a armonizar los contrastes.

De noche, en las numerosas discotecas, reina sin discusión el coupé decalé, una música marfileña que invita a mover el cuerpo.

El ritual de cortejo es curioso: ellas se exhiben bailando en solitario frente a un gran espejo, hasta que el candidato al apareamiento las somete a un marcaje digno de los mejores defensas. Si hay acuerdo, casi sin palabras la pareja se irá con la música a otra parte.

El encanto de las tradiciones

A más o menos una hora de Abiyán se encuentra Grand Jacques, una población con más playas maravillosas y gente encantadora que nos recibe, una vez más, con el acostumbrado ceremonial de danzas, vino de palma, sonrisas y buenas palabras. En dirección contraria, siempre junto al mar, se encuentra Grand Bassam, que fue capital colonial francesa entre 1893 y 1896 y que es Patrimonio Cultural de la Humanidad.

En Grand Bassam se nota más la influencia del turismo, tanto por sus buenas playas como por sus numerosos hoteles; o quizás por la música reggae o las ruinas que hay entre el mar y la laguna de muchos edificios coloniales, hoy destruidos por la humedad y la desidia y abrazados por la maleza. La decadencia avanza a un ritmo imparable. Los antiguos edificios oficiales sobreviven hoy en medio de una dejadez alarmante. La mayoría tienen todavía un encanto ajado, pero están a un paso de la ruina. Para hacerse una idea del viejo esplendor vale la pena visitar el Museo Nacional del Vestido, instalado en el viejo Palacio del Gobernador.

Para comprobar la supervivencia de la tradición, nada mejor que asistir a una ceremonia de bienvenida del rey de los N’zima Kôtôkô. La buena música, las danzas y la dignidad del rey, sentado en un trono que es, de hecho, la mandíbula inferior de una ballena, le otorgan al acto grandes dosis de originalidad. Las fiestas de Abissa, que se celebran en otoño, permiten asistir en Grand Bassam a una mezcla de alegría desbordada y crítica social. A finales de abril la cercana población de Bonoua ofrece otro espectáculo a destacar, el carnaval Popo, marcado por una rúa festiva, imaginación, música, danzas y la trasgresión típica de estas fiestas.

El carnaval, que se prolonga durante diez días, es una buena manera de terminar un viaje a Costa de Marfil, un país africano en el que la espontaneidad y la buena acogida de sus gentes se complementa con bellos paisajes exóticos.