Chiara Mastroianni, liberada de sus apellidos

La actriz reconoce que tardó mucho en sentirse cómoda en su oficio: "El peso que el pedigrí de mis padres me cargaba sobre los hombros era tremendo"

Catherine Deneuve y Marcello Mastroianni con Chiara Mastroianni

Catherine Deneuve y Marcello Mastroianni con Chiara Mastroianni

Nando Salvà

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Ser Chiara Mastroianni no es fácil, y precisamente por el mismo motivo que a bote pronto podría sugerir lo contrario. Su madre es Catherine Deneuve, la gran dama del cine francés; su padre Marcello Mastroianni, que fue no solo la estrella más famosa de la cinematografía italiana, sino también el epítome de lo cool durante la década de los 60 gracias a películas como 'La Dolce Vita' (1960) y 'Fellini 8 1/2' (1963).

Eso, decimos, de entrada suena a chollo. Que le pregunten a Paris Hilton por las ventajas de heredar un apellido famoso. Sin embargo, cargar con él no puede ser fácil si te dedicas a la misma profesión que tus padres pero te ves obligado a permanecer para siempre bajo su sombra. Por otra parte, ¿cómo evitarlo?

A lo largo de 20 años, durante los que ha rodado unas 40 películas, no ha habido entrevista en la que Mastroianni no haya sido preguntada insistentemente por su linaje. Cualquiera en su situación estaría harto. Pero ella no. “Es un alivio, porque detesto hablar de mí misma. De todos modos, la mayoría de las veces me limito a asentir con la cabeza: todo el mundo cree conocerlos mejor que yo y tener opiniones sobre ellos más válidas que las mías”. Eso también debería resultar irritante. “No, no: me hace gracia”.

Historia de un romance

A Mastroianni, de hecho, casi todo le hace gracia, y esa es una actitud que la mirada traviesa, la sonrisa en los labios y la amable ironía demuestran. “Es curioso, porque se suele dar por hecho que soy una mujer melancólica, no sé por qué. A menudo, en cuanto una persona me conoce exclama sorprendida: ‘¡Ah, pero no eres siniestra en absoluto!’. Es casi como si la gente se sintiera decepcionada”.

A principios de los años 70, Deneuve y Mastroianni se convirtieron en la pareja de moda del cine europeo, a causa de un romance de cuatro años y de las cinco películas que rodaron juntos para directores como Marco Ferreri y Jacques Demy. Chiara nació en 1972, el mismo año en que su madre se divorció del fotógrafo David Bailey –habían dejado de vivir juntos tres años antes–. “En realidad, nunca llegué a ver a mis padres juntos en la vida real, solo en pantalla. Se separaron cuando yo tenía 2 años, y por entonces no me enteraba de nada. Solo los he visto besarse en pantalla, es muy raro”.

La eterna soñadora

Fue su padre, recuerda, quien la llevó por vez primera a un rodaje, en los legendarios estudios romanos Cinecittà, y aquel entorno la marcó profundamente. “Pasando tanto tiempo en rodajes, en los que los ratos de espera son muy largos y hay que combatir el aburrimiento, empecé a perderme en mis propias fantasías y dejar volar la imaginación. Supongo que es por eso que a lo largo de toda mi vida he sido una mujer bastante soñadora y ensimismada. Una boba, vamos”.

Por otra parte, matiza, fue su madre la que la introdujo en el placer de ver películas. “Nos sentábamos juntas en el sofá y pasábamos horas viendo la tele. Supongo que, si juntas las visitas a los rodajes con los maratones de películas, era inevitable que yo acabara convertida en actriz”. ¿No hubo intento alguno de rebelión por su parte ante un destino que parecía predeterminado? “Puedo asegurarle que fui una adolescente díscola”, advierte. “Me empeñé en ir de punk por la vida, con esas botas Dr. Martens, esas chaquetas masculinas y ese peinado con los laterales afeitados. Guapísima”. 

Rebelión en el cine

De todos modos, añade, el verdadero acto de rebelión fue precisamente dar el paso que parecía obvio. “Cuando le dije a mi madre que iba a ser actriz se enfadó muchísimo”, recuerda. “Ella quería que yo me dedicara a una profesión seria, que fuera a la universidad y estudiara arquitectura o biología. Porque sabe que ella misma ha sido muy afortunada a lo largo de su carrera, y que la mayoría de las actrices no trabajan ni muy a menudo ni durante muchos años. Incluso ella misma siempre tiene miedo de que no la vuelvan a llamar nunca más”.

¿Y qué hay de su padre? ¿Se mostró el gran Mastroianni reacio a que su hija siguiera sus pasos? “No, en el caso de mi padre fue todo lo contrario. Cuando se lo conté, montó una fiesta. Aunque lo cierto es que para él cualquier excusa era buena para montar una fiesta: en cuanto probaba una salsa de tomate deliciosa, tenía ganas de ir a celebrarlo. Me dijo que si yo era feliz, él también lo era”.

Mano a mano

Madre e hija han trabajado juntas en cinco películas, siempre interpretando a madre e hija, o a suegra y nuera: 'Mi estación preferida (André Téchiné, 1993), que supuso el debut práctico de Mastroianni en pantalla –previamente tuvo un papel anecdótico en 'Por nosotros dos' (Claude Lelouch, 1979)–; el 'cartoon' de autor 'Persépolis' (Marjane Satrapi, 2007), en el que ambas actrices aportaban su voz; la saga familiar 'Un cuento de navidad' (Arnaud Desplechin, 2008); el musical 'Les bien-aimés' (2011), y, por último, la película que el próximo viernes llega a nuestras pantallas, '3 corazones'.

“Supongo que si no fuera mi madre estaría aterrorizada de trabajar con ella. Su reputación de mujer gélida la precede, pero es falsa”, aclara. “Le encanta reír y hacer la payasa, y es una magnífica ama de casa, que cocina y cuida de su huerto y saca a pasear al perro y le recoge las cacas de la acera. No es una diva”.

'3 corazones'

‘3 corazones’ nos presenta a Mastroianni en la piel de Sophie, una mujer que vive una existencia provincianamente burguesa y que se verá situada en el centro de un tormentoso triángulo amoroso que completan su hermana Sylvie (Charlotte Gainsbourg) y su marido (Benoît Poelvoorde), que en el pasado vivió un romance con esta última. Dirigido por Benoit Jacquot, el filme se sirve de esa premisa para preguntarse hasta qué punto conocemos realmente a la persona con quien creemos compartirlo todo, o cómo lidiar con nuestros más caprichosos e incontrolables deseos.

“La película funciona como un Cluedo sentimental”, opina Mastroianni. “Hay en ella algo de intriga hichcockiana. Ninguno de los personajes sabe quién es el otro ni cuáles son sus sentimientos. Y eso es como la vida misma: nunca podemos estar seguros de lo que subyace en la intimidad de una pareja”.

Amor a primera vista

Referencias a míticos juegos de mesa aparte, '3 corazones' es un melodrama de manual. Y los melodramas son películas que funcionan según reglas dramáticas muy estrictas y particulares. Tanto a la hora de contemplarlas desde el patio de butacas como de darles vida frente a la cámara, resulta útil creer en conceptos como el flechazo o el amor loco. “Yo creo absolutamente en el amor loco, y en el amor a primera vista”, se apresura a declarar Mastroianni.

“Algunos amigos míos han vivido episodios que así lo demuestran. No puedo explicarlos porque tengo muy pocos amigos y no quiero perderlos”. Después de todo, al menos si damos por bueno el tópico, la fe ciega en los dictados de la pasión forma parte de la identidad cultural francesa. “Supongo que es cierto: en nombre del amor los franceses llegamos a hacer las cosas más estúpidas. De eso no me salvo ni yo, que solo soy francesa a medias”.

El corazón de Mastroianni

La vida privada de Mastroianni ha sido al menos tan agitada como la de Deneuve. Tiene dos hijos –Milo y Anna— de padres distintos, y con ambos mantuvo relaciones de gran notoriedad mediática en Francia. Primero, con el escultor Pierre Torreton; después, con el cantante Benjamin Biolay. “Sí, es cierto que soy una madre soltera como lo fue la mía, pero no es lo mismo”, aclara. “Yo he estado casada con los padres de mis hijos y he tenido relaciones estables con ellos, nada que ver con los vaivenes emocionales de los que fui testigo de niña”.

Actualmente, Mastroianni mantiene una relación sentimental con el belga Benoît Poelvoorde, su compañero de reparto en '3 corazones'. Dado que él es uno de los cómicos más histriónicos del cine galo y que ella derrocha elegante sobriedad, su unión representa un contraste sobre el que, en todo caso, ella no abre la boca. “Soy una mujer muy reservada –se disculpa–. Y me molesta bastante que, a menudo, esa reserva sea considerada como sinónimo de frialdad o, peor aún, de altivez. Es solo que, en mi opinión, los asuntos privados deberían permanecer privados”.

Al margen del circo mediático

Desde que se puso por primera vez frente a la cámara hace tres décadas, Mastroianni ha mantenido un ascenso al estrellato lento y sostenido. En lugar de intentar emular a sus padres, ha hecho carrera en películas más modestas e independientes a las órdenes, eso sí, de algunos autores de talento inmenso como Christophe HonoréArnaud Desplechin o Claire Denis.

De haber crecido en semejante entorno familiar, muchos otros niños habrían acabado convertidos en monstruitos adictos a la atención pública. “Por suerte, a mí siempre se me mantuvo al margen de todo el circo mediático”. Aún recuerda perfectamente el momento en que comprendió que sus circunstancias no eran normales. “Un día, mi madre me trajo una foto en la que estaba posando al lado de la cerdita Peggy, que se había hecho tras aparecer como invitada en un episodio de 'Los teleñecos'. Yo era una gran fan de 'Los teleñecos', y que mi madre los hubiera conocido me demostró que era una mujer importantísima”.

No se dejó impresionar por ello. Creció a caballo entre Paris e Italia y, confiesa, contaminada por cierto resentimiento. “Sentía verdadera envidia de mis amigos, que tenían padres normales con trabajos normales”, lamenta. “Habría querido que los míos tuvieran una mercería, o que fueran carteros. Mi madre siempre dice: ‘No te quejes, Chiara, siempre estuve muy presente’. Y no hay más que fijarse en su filmografía para comprender que eso es mentira. ¡Rodaba 10 películas al año!”. Durante mucho tiempo, confiesa, la relación entre madre e hija no fue fácil.

Niña de papá

Siempre se sintió más conectada con su padre, quizá en parte porque la gente no dejaba de repetirle que era su viva imagen. “Constantemente me decían cuánto me parecía a él, y yo pedía perdón. ‘Fue sin querer’, les respondía. Ahora, francamente, el parecido me llena de orgullo”.

Quizá porque solo pasaba con él las vacaciones, esquiando en los Alpes o visitando el carnaval veneciano, esos periodos permanecen en su memoria como un tiempo idílico: “Era un hombre tremendamente bondadoso y lleno de amor”. Muy distinto, eso sí, de la imagen que se ha popularizado de él. “La gente cree que era un libertino, pero se ponía furioso cuando me veía maquillada o vistiendo una falda corta. Y yo pensaba: ¿cómo es posible que el mismo hombre que protagonizó 'La gran comilona' (1973), en la que aparecía fornicando y tirándose pedos, se ponga así por un poco de rímel?”. Tampoco, añade, era alguien tan luminoso y radiante como se le recuerda. “Durante las vacaciones se aburría y se convertía en alguien de humor volátil. Solo se sentía feliz mientras trabajaba”.

¿Qué heredó Mastroianni de él, además de los ojos y el apellido? ¿Cuánto de su talento es influencia de su padre? ¿Cuánto de su madre? Aparentemente, poco. Según la actriz, ni ellos quisieron darle consejos ni ella recibirlos. “Creo que él solo me dio uno: no trabajes nunca ni con niños ni con perros, porque te robarán todo el protagonismo”.

Por lo demás, toda su carrera ha sido una lucha, hasta cierto punto vana, por encontrar su propia identidad. “Me costó muchísimo sentirme cómoda como intérprete, el peso que el pedigrí de mis padres me cargaba sobre los hombros era tremendo. En los primeros años ponerme frente a la cámara me daba un dolor de barriga insoportable. Y todavía me pasa, pero ahora el dolor es placentero”.