Charlize Theron: "La familia perfecta es una falacia"

La actriz muestra su lado gamberro en el western 'Mil maneras de morder el polvo'

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ROCÍO AYUSO

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Charlize Theron (Benoni, Sudáfrica, 1975) podría haber sido una víctima más de la violencia de género. O una modelo sin rostro, solo un cuerpo. Podría haber desaparecido entre malos papeles, como el que le ofrecieron para protagonizar 'Showgirls' (1995) y que finalmente no consiguió. En su momento lo vivió como una derrota. Hoy, sin embargo, ha dejado atrás las frustraciones profesionales y sentimentales. Su imagen fría y solitaria es cosa del pasado y la actual Charlize no puede ser más luminosa. Princesa de Hollywood coronada en el 2004 con el Oscar por su trabajo en 'Monster', su filmografía combina títulos taquilleros ('The Italian job', 'Hancock', 'Blancanieves y la leyenda del cazador') con filmes que se han ganado el favor de la crítica ('En tierra de hombres', 'La carretera', 'Prometheus', 'En el valle de Elah').

Y todo ello manteniendo una carrera de modelo presidida, como las divas de antes, por la elegancia y el glamour: es el rostro de la casa Dior, nada menos. Y en cuestión de amores, los tiene a pares. Su hijo, Jackson, al que adoptó hace dos años y llama sin reparos su pequeño “cabroncete”, es el hombre de su vida. Y Sean Penn, actor concienciado, estrella rebelde, el ex de Madonna y Robin Wright, es su hombre del momento, ese amigo que los años transformaron en pareja y del que prefiere no hablar, aunque van juntos a todos lados. Theron se ríe ahora de la vida que podría haber vivido. Y ríe también en la pantalla: su nuevo estreno, 'Mil maneras de morder el polvo', es su primer papel protagonista en una comedia gamberra y está totalmente encantada. Justo el humor que le gusta a esta belleza con una boca que, por los tacos que suelta, se debería lavar con jabón.

Se podría decir que este es el año Theron.

No tengo queja. Sería una ofensa contra la humanidad quejarme de algo. La vida ha sido muy buena conmigo.

Y este momento de plenitud lo redondeará el año que viene con el estreno de ‘Mad Max: fury road’, la esperada nueva entrega de la saga apocalíptica, el mismo año que cumple los 40. Una carrera, un hijo, un nuevo amor.

¿Se siente realizada?

Mucho. Con toda honestidad. Soy una persona con mucha suerte.

¿Siempre ha sido así? ¿Qué recuerda de su primer día en Hollywood?

Recuerdo que me metí en un taxi en el aeropuerto y le pedí que me llevara a un motel limpio pero barato. Me dejó en lo que hoy es el Farmer’s Daughter, un sitio peculiar y de lo más agradable, pero que entonces era un hotel por horas. Me recuerdo en Sunset Boulevard, mirando esos cartelones en los que se anunciaba Angelyne [un personaje célebre en Los Ángeles, que no es modelo ni actriz, pero que se anuncia como si fuera una estrella] que me dejaron perpleja por su exuberancia. Pero sobre todo recuerdo la primera llamada a mi madre, contenta, inocente, llena de júbilo y sin saber lo que me traería el día siguiente.

¿Se cumplió ese júbilo inicial?

Como ya he dicho, no me puedo quejar. Supongo que, además de suerte, me crié entre mujeres fuertes que me animaron a ser lo que soy, lo que soñé ser. Nunca tuve problemas. Quizá solo cuando di el salto de modelo a actriz. Ahí sí que tuve que plantarme y decir eso de “no me jodas”. Pero por lo general, en mis reuniones con directores y productores, estaba claro que estábamos hablando entre gente inteligente y nunca me sentí tratada de otra forma.

¿Nunca? No es eso lo que se dice del mundillo de Hollywood.

Bueno, cuando llegué aquí, lo de ser modelo era una especie de tabú en la industria. Conseguir el papel de 'Pactar con el diablo' [junto a Al Pacino y Keanu Reeves] fue muy difícil. Fui cinco veces a las pruebas de rodaje. Buscaban un rostro, no una actriz. Y lo mismo ocurrió con La otra cara del crimen [donde compartió cartel con Mark Wahlberg y Joaquin Phoenix]. Pero todo cambió con 'Monster'. Ahí me tocó el gordo. Ahora, mirar atrás se me hace más agradable porque soy capaz de apreciar lo que hago y lo que tengo mucho más que si lo hubiera conseguido con 19 años.

Y a pesar de la fama, de la casa en Malibú, del Oscar, de los flases de la alfombra roja, no ha olvidado su lucha por los derechos de la mujer.

Ahora más que nunca. Mi vinculación política y social comenzó en 1994, en una campaña para llamar la atención sobre el elevado número de violaciones que se cometen en Sudáfrica, y desde entonces no he parado. Y es una implicación continua y en cadena, porque uno no puede hablar de violaciones sin hablar del sida, sin hablar de su prevención, sin hablar a las jóvenes para que tomen el control de su sexualidad y a los jóvenes de lo que es el amor y no solo sexo. O sin hablar de la pobreza.

¿Ese espíritu solidario le une más a su nueva pareja, Sean Penn?

Uno se siente atraído por la gente que piensa de la misma forma. En realidad, más que pensar de la misma forma me refiero a alguien que tenga tus mismos intereses, con el que puedas conversar. Alguien que, como es el caso, ha sido mi amigo durante mucho, mucho tiempo, a quien debo de conocer desde hace más de 20 años, y que sigue apareciendo en mi vida, siempre con una conversación inteligente. Eso es lo que nos hizo amigos al principio.

¿Qué ha aprendido de los hombres de su vida?

¡Nada! Y mejor así, porque ya soy muy mayor para ir a la escuela. Bastante tengo con Jackson. Así que será mejor que la versión adulta venga aprendida de casa [risas]. Soy independiente. Sé cuidarme solita. No necesito a un hombre a mi lado, aunque disfrute de su compañía.

El nombre de Sean Penn elimina la continua sonrisa que hay en el rostro de Charlize Theron y hace saltar las alarmas de la publicista que está junto a ella en esta habitación del Four Seasons de Los Ángeles. Pero no es el único tema incómodo del que nadie quiere hablar. La actriz perdió a su padre en 1991, cuando su madre le disparó en defensa propia tras ser víctima de sus abusos durante años. Hace mucho tiempo que Theron dejó de hablar del tema en público. Por aquel entonces explicaba que en la vida a veces ocurren acontecimientos imposibles de controlar. “Es una lección que aprendí muy joven y con la que siempre tendré que lidiar. No solo por la muerte de mi padre, sino por toda la gente que he perdido”, fue todo lo que insinuó sobre lo que ahora calla. Aquello acentuó aún más la estrecha relación que mantiene con su madre, Gerda, la persona que la animó a perseguir sus sueños, primero como bailarina, su gran pasión, y luego en Hollywood, en aquel primer viaje que su progenitora pagó de su bolsillo. La carrera de modelo fue un trabajo alimenticio, nunca su meta. Ahora Gerda vive a dos pasos de Charlize, haciendo de “abuela perfecta”.

Dada su historia familiar, a los calificativos positivos que le colocan se le podría sumar también el de “superviviente”, ¿no cree?

Supongo que en lo más profundo de mi corazón lo soy, pero no quiero que eso se confunda con ser una mujer dura. Eso mejor lo dejamos para una sesión de psicoanálisis. Soy de las que prefieren cubrir sus puntos débiles con humor. ¿Qué alternativa hay? ¿Sentarse a llorar? No soy de esas, y además sería una ofensa en este momento. Me considero una mujer muy afortunada. No soy dura ni tétrica, aunque muchos han dado la lata con eso aprovechando mis últimas películas. Lo llamaron mi “periodo oscuro”, por el dramatismo de aquellas historias, e intentaron ver lo que no había.

Su hijo, Jackson, tiene ahora dos años. ¿Cómo van las cosas en su ocupación como madre?

¡Cómo van a ir! Es un niño. Con todas las letras. Vamos, que es un dictador [risas]. Ordeno y mando. Y en esos momentos, cuando miro a mi madre solo escucho eso de “igualito que su madre”. No sé por qué lo dice, ¡yo me recuerdo como una niña de lo más educada! [risas].

¿Cómo equilibra su vida personal con el trabajo? ¿Le preocupa que Jackson crezca sin una figura paterna?

Toquemos madera, pero creo que hasta ahora he podido compaginar muy bien el trabajo con mi vida privada. Mi madre no vive con nosotros, pero está muy cerca y eso ayuda. Por lo demás, tengo la suerte de pertenecer a una generación que sabe que la idea de familia perfecta es una falacia. Y que mientras haya amor, una madre soltera, dos madres, dos padres, un padre soltero o el esquema tradicional de un padre y una madre funciona de la misma manera. Mi único deseo es que mi hijo crezca sintiéndose querido. El resto… Sé que no proyectamos la imagen de familia perfecta en nuestra sociedad, pero eso no me preocupa.

¿Piensa tener más hijos?

Ojalá, pero no sé cuando. Siempre he sabido que quiero tener más hijos si tengo esa suerte.

Hay quien califica el humor de ‘Mil maneras de morder el polvo’ como pueril, de niño de colegio. Sin embargo usted asegura que de todos los personajes que ha interpretado en su carrera, este es el que más se le parece.

El humor es algo muy personal. Está claro que el humor de Seth MacFarlane o te gusta o lo odias. Pero a mí me gusta. Y mucho. El rodaje fue terrible, el clima fue durísimo, todo el día cubiertos de polvo. ¡Parecíamos croquetas! Los mocos de Jackson eran como pompas marrones. Pero una vez allí me di cuenta de lo divertido que era trabajar con Seth y lo a gusto que me sentí en la piel de mi personaje. Cuando vi la película por primera vez, pensé que lo había hecho mal porque la que estaba en la pantalla era yo, Charlize Theron, y no esa chica del Oeste. Ya sé que hay quien dice que este humor es cosas de hombres. Pero en más de una ocasión fui yo la que dejé a Seth boquiabierto con las burradas que le propuse durante el rodaje.

¿Como cuáles?

Bueno, eso lo dejo para los extras del DVD [risas]. El guion estaba perfectamente escrito. ¡Seth es el creador de 'Padre de familia'! ¿Cómo iba yo a cambiarle una coma? Pero sí que improvisamos en la manera de contar los chistes, de soltar las burradas, y nos reímos sin parar a pesar de las condiciones en las que rodábamos. Fue tan duro como la vida de los pioneros del lejano Oeste. No le miento. Y mira que soy una chica acostumbrada al campo.

Hace usted humor adolescente cuando se acerca a los 40. ¿Le asusta la edad?

Lo que me asusta es la hipocresía. Esa idea tan extendida de que los hombres son como el buen vino, que mejoran con los años, y las mujeres somos como las flores cortadas, que nos marchitamos. ¿De qué vamos? Y no es solo un problema de Hollywood. Es la sociedad en la que vivimos.

¿Y resulta peor aún en el campo de la moda?

No tengo más que cosas buenas que decir de mi relación con Dior, una casa que me ha demostrado en estos 10 años una lealtad desconocida en la industria. Ha sido un viaje increíblemente creativo que me ha permitido evolucionar desde la chavala que comenzó toda vestida de oro hasta ahora. Para mí ha sido un honor.

En la alfombra roja usted es siempre el centro de todas las miradas. ¿Cómo vive ese momento?

Cada una de mis entradas en los Oscar ha sido una experiencia única e irrepetible, y me da igual lo que piensen los demás. Sé que en la actualidad les gusta etiquetar a los actores por lo que visten en la alfombra roja y me parece una forma de pensar de lo más primitiva. Añoro esos años en que actrices como Meryl Streep o Diane Keaton asistían a la ceremonia con lo primero que pillaban en el armario. Pero me guste o no, la alfombra roja, hoy, es parte de la industria. Y yo formo parte de ella.