Blanca Li, el mundo en sus pies

Electro Kif

Electro Kif / periodico

ELIANNE ROS / París

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Un universo hecho de sueños, pasión y sudor corporal se agita tras los cochambrosos muros del número 7 de la calle Petites Ecuries de París. A imagen de este barrio multiétnico de la capital francesa, el estudio de danza de Blanca Li (Granada, 1964) lleva el mestizaje en la sangre. La ecléctica bailarina y coreógrafa me recibe durante la pausa del almuerzo en medio de un bullicioso ir y venir de danzarinas y colaboradores. Mientras engulle un cuenco de potaje de garbanzos casero -¿tiempo para cocinar? "Lo hice anoche, tengo que organizarme, ¡como todas!"-, Blanca se desdobla. Como si fuera lo más natural del mundo, responde a mis preguntas al tiempo que se ocupa del vestuario que llevarán sus chicas en el concierto de esa misma noche -de gira en París, Beyoncé llamó ayer con un encargo de urgencia para su telonero- y atiende a sus dos hijos, de 8 y 6 años. Los miércoles -día sin cole en la primaria francesa- corretean por las instalaciones con la camiseta del Barça. "Ya ves, les gusta el fútbol. En casa del herrero...", bromea.

Blanca consigue vivir a mil por hora sin agobiarse. Todo un arte. ¿El secreto? Tablas, muchas tablas, dentro y fuera de los escenarios, adquiridas desde su más tierna edad. "De pequeñita ya quería bailar. Conseguí que mi madre me llevara a clases de danza, pero solo duró un mes. Mis hermanas querían hacer lo mismo, y eso era inviable, económicamente y a nivel de organización", relata. Las cosas no eran fáciles en casa de los Gutiérrez, apellido de nacimiento que Blanca cambió por el de su marido, Etienne Li, matemático franco-coreano y alma económica y tecnológica de la compañía. "Gutiérrez cuesta mucho de pronunciar en otros idiomas", argumenta.

Originaria de Granada, la familia se instaló en Madrid en los años 70 con sus siete hijos. Casada con un empleado de banca, la madre fundó una empresa de limpieza. Blanca creció viéndola hacer equilibrios entre la prole y el trabajo. "Era increíble. Preparaba la comida por teléfono. Poned a hervir el agua, ahora echad las patatas...", recuerda. Gran escuela. Blanca aprendió rápido la lección: había que buscarse la vida. A los 12 años se presentó a una audición para formar parte del equipo nacional de gimnasia rítmica. "Me cogieron y eso me permitió independizarme de mis hermanas y aprender la disciplina y el trabajo. Después de la escuela, cuatro horas de entrenamiento diario y todos los fines de semana y vacaciones jornada intensiva". Resultado, a los 16 años tenía el físico esculpido y la fortaleza mental de un deportista de élite. "Me gustaba la gimnasia, pero me faltaba la parte creativa", rememora. Así, con 17 años se plantó en Nueva York para asistir a la mítica escuela de la coreógrafa Marta Graham. Ya en esos vertiginosos años Blanca conjugaba diferentes vidas. Ortodoxia académica por la mañana y undergroud por la noche con sus "amigas locas" y su grupo de flamenco-rap.

De vuelta a España, a finales de los 80, abrió un bar en Madrid, el Calentito -nombre que lleva ahora su estudio-, donde el flamenco convive con el cabaret y donde entra en contacto con la galaxia Almodóvar. Una relación que se ha mantenido hasta hoy. Blanca firma la coreografía -adaptada al espacio del avión- del último filme del director español, 'Los amantes pasajeros'.

Traslado "por amor"

Su primer espectáculo para el gran público, 'Nana y Lila', fue seleccionado para el programa de la Exposición Universal de Sevilla de 1992, año en el que se traslada "por amor" a París y funda su propia compañía. Dos décadas, 13 espectáculos y un millar de representaciones después, Blanca se ha impuesto en la escena con su sello personal: la mezcla de expresiones corporales, desde el flamenco hasta el hip-hop, pasando por la danza clásica, contemporánea o barroca. Un estilo innovador y alérgico a la repetición, en el que la exigencia técnica no está reñida con la frescura ni con el sentido del humor.

Lejos de caer en la tentación de encerrarse en una burbuja de purismo estético, Blanca está en contacto con la pulsión de la calle. “Lo vivo de forma natural, siempre ha habido este contraste en mi vida. Voy en el metro y me fijo en todo: la forma de sentarse de una persona me puede inspirar un movimiento, soy como una esponja”, reconoce.

Su último espectáculo, 'Electro Kif', incorpora al repertorio una danza urbana nacida a principios de los 2000 en la 'banlieue' (barrios populares de la periferia) de París, el 'tecktonik'. Un concentrado de energía, creatividad y buenas vibraciones, medicina tanto o más eficaz que el prozac para estos tiempos de depresión económica y moral. Su prescripción podría ahorrar unos cuantos euros a lo que queda de la Seguridad Social. Pero esta vez, la austeridad manda, a este lado de los Pirineos el público no podrá disfrutar del increíble movimiento de brazos de ocho jóvenes bailarines -entre 18 y 23 años- que casi superan la barrera del sonido. "Electro Kif' es un puro momento de felicidad soberbiamente puesto en escena con acróbatas que arrastran al público en una interpretación totalmente novedosa”. Lo dice France Info. Similar acogida ha tenido en Gran Bretaña y varios países asiáticos.

Mensaje optimista

"La danza aporta esperanza en estos momentos tan duros. Un poco de belleza y alegría ayuda a ofrecer otra imagen, más positiva, del mundo. Lo vivo en directo, en la reacción del público: mucha gente viene a darme las gracias por sacarles de su opresiva rutina cotidiana", explica Blanca, que dirige una de las pocas compañías independientes que consigue autofinanciarse. "Nunca he recibido una subvención", confirma al tiempo que rinde homenaje al talento de Etienne para cuadrar las cuentas: "Es una heroicidad, teniendo en cuenta que en algunos momentos hemos tenido casi cien personas trabajando y que no es un arte de masas. Casi nunca hay medios para la danza". Aunque a juzgar por el éxito que tuvo Li en la fiesta de la danza celebrada el pasado año en el Grand Palais de París, quizá esté en fase de dejar de serlo. El próximo mes de septiembre la ciudad repetirá la experiencia.

En estos 20 años, la granadina se ha esforzado por hacer accesible una disciplina tachada muchas veces de elitista. A su juicio, la danza contemporánea debe estar en contacto con el mundo real. "La exigencia artística no impide ser popular, al contrario", sostiene. Su autenticidad, y su capacidad para combinar 'glamour' con sencillez, clasicismo con modernidad, la han llevado más allá de las fronteras de su compañía. Solicitada en los cuatro continentes, Blanca ha coreografiado los últimos vídeos de Beyoncé y Daft Punk. Lily Allen, Kylie Minogue e incluso Paul McCartney han recurrido a sus dotes para convertir el movimiento en magia. Paralelamente, las producciones operísticas más prestigiosas le encargan coreografías, desde la Ópera de París hasta la Metropolitan Opera de Nueva York, pasando por la dirección del ballet de Berlín en la Komische Oper.

La publicidad ha llamado también a su puerta. Firmas como Perrier, Gap, Lancôme, Prada y Jean-Paul Gaultier han confiado en su instinto para poner el cuerpo en escena. Y Gaultier, Stella McCartney o Hermès han pensado en ella a la hora de incorporar la danza a sus desfiles de alta costura.

Pasión por el cine

Todo esto nos lleva al cine, la otra gran pasión de Blanca, que comparte con su hermana, Chus Gutiérrez. En su caso, no solo detrás de la cámara. La directora Daniele Thompson le ofreció un papel en 'Cena de amigos' (2008), y Michel Gondry ha contado con ella para la recién estrenada adaptación a la gran pantalla de la célebre novela de Boris Vian 'La espuma de los días'. Como realizadora, cuenta con varios cortos y dos largometrajes, 'El desafío' (2002), homenaje a las comedias musicales americanas transpuesta al mundo del hip-hop, y 'Paso a paso' (2009), documental sobre la génesis del espectáculo Corazón loco. ¿Alguna vez dice no? "¡Claro! Intento no meterme en proyectos que no me atraigan verdaderamente porque si hago algo que no me gusta me pongo triste. A veces me equivoco y lo paso fatal. No puedo hacer algo a distancia, necesito implicarme". E implicar a los suyos. Su hermano, Tao Gutiérrez, compone casi toda la música de sus espectáculos. Y sus hijos nacieron casi en un teatro. "En el primer embarazo me empezaron las contracciones justo al final de un estreno. En vez de irme al cóctel, me fui al hospital".

Con una trayectoria tan impresionante, más de una hablaría desde un pedestal. No es el caso de Blanca. Cuando mira atrás, ve "un hilo conductor muy definido". "Mi sueño era bailar y tener mi propia compañía, nunca quise hacer otra cosa, y desde hace 20 años cada día he realizado mi sueño". ¿Miedo a morir de éxito? "Hacer esto es un lujo y una satisfacción, pero también hay detrás muchas renuncias y mucho trabajo. El triunfo está ligado al fracaso. Ha habido días duros, en los que tienes que remontar la moral de los bailarines después de unas críticas horribles".

Así que Blanca disfruta del presente sin proyectarse mucho en el futuro más allá de dar forma a su desbordante fábrica de ideas. "¡Tengo lista de espera de proyectos!", exclama. Centrémonos en el próximo. Unos divertidos personajes hechos con material reciclado empiezan a dar sus primeros pasos en el estudio de danza. Parte de la compañía trabaja en el próximo espectáculo: '¡Robot!', que se estrenará a principios de julio en el Festival de Montpellier. "La inspiración me vino al darme cuenta de que me paso el día peleándome con máquinas", desvela Blanca antes de dar los últimos retoques a la coreografía del telonero de Beyoncé. Las nacionalidades y los diferentes colores de piel se cruzan en un armonioso vaivén de fibrosos cuerpos envueltos en etéreos vestidos satinados. En el ensayo final, un miembro del equipo parodia al cantante con desternillante gracejo. Y un niño que lleva en los rasgos esa belleza escandalosa que brinda el mestizaje aprovecha un movimiento hacia atrás de su madre para acariciarle el pelo. No hay mejor pedestal.