Benicio del Toro: "A pesar de ser alto, sigo teniendo actitud de bajito"

El aclamado actor puertorriqueño se mete en la piel de un indio americano con problemas mentales en su último estreno, 'Jimmy P.'

Benicio del Toro

Benicio del Toro / periodico

NANDO SALVÀ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En las distancias cortas, la primera impresión que Benicio del Toro ofrece es pura contradicción. A un lado están el buen humor, la actitud relajada de quien no se toma a sí mismo demasiado en serio y un habla pausada, llena de silencios y de frases que quedan inacabadas, suspendidas en el aire –a medida que avance la charla, irá quedando claro que hablar despacio es su estrategia para hablar menos–. Al otro, llaman la atención esa mirada capaz de resultar increíblemente intimidatoria y esa anatomía rotunda, mucho mayor al natural de lo que parece cuando hay una pantalla de por medio. “Sí, mucha gente me dice que soy más alto en persona de lo que parece en las películas”, reconoce. “Parece ser que cuando estoy frente a la cámara tengo la manía de encorvarme. O a lo mejor tiene que ver con mis años de jugador de baloncesto. Entonces tenía asumido que era el más bajo del equipo, y tal vez ahora, a pesar de ser alto, sigo teniendo actitud de bajito”.

Ya sea por la poderosa anatomía o quizá por los estereotipos con los que les ha tocado cargar a los hispanos, el caso es que al principio de su carrera como actor la mayoría de los papeles que le ofrecían a Del Toro eran narcotraficantes, criminales y, en general, mala gente. Es cierto que mucho ha llovido desde entonces –“estoy más gordo, pero diría que también soy más guapo, y quiero creer que, sobre todo, mejor actor”–, pero pese a ello la etnia sigue siendo factor esencial de la mayoría de papeles que le ofrecen. Si en la reciente 'Salvajes' (2012) daba vida a un brutal matón mexicano y en una de las películas que estrenará a lo largo de este año, 'Paradise lost', encarna al capo de la droga Pablo Escobar, en la que el próximo viernes estrena en nuestro país se mete en la piel de un nativo americano.

Basada en los escritos del psicoanalista francés Georges Devereux'Jimmy P.' explora la relación que aquel mantuvo durante los años 40 con el indio Blackfoot James Picard (Del Toro), que había regresado de la Segunda Guerra Mundial sufriendo una misteriosa forma de trastorno por estrés postraumático que le provocaba terribles dolores de cabeza, ceguera parcial y, según sus doctores, brotes de esquizofrenia. “Cuando me ofrecieron este papel pensé: ‘¿Por qué yo?’. Realmente creo que un nativo americano podría haberlo interpretado a la perfección, y probablemente mejor que yo”, reconoce el actor, consciente de la controversia que se genera en Estados Unidos cada vez que un actor no nativo da vida a un personaje indio, como recientemente le sucedió a Johnny Depp a causa de su papel en 'El llanero solitario' (2013). “Pero después de todo el cine es un negocio, y parece ser que mi presencia en el reparto, considerando que tengo una carrera y cierto reconocimiento a mis espaldas, ayudó a reunir el dinero necesario para hacer la película”.

Conmovedor retrato

Resulta imposible imaginar cuánto habría cambiado 'Jimmy P.' de haber sido protagonizada por un actor nativo, pero en todo caso Del Toro ofrece un conmovedor retrato de un hombre que lucha contra su pasado y su propia biología, y que aprende a lidiar con sus demonios. Y, además, su elección para el papel tiene sentido por dos motivos. Primero, porque Benicio Montserrate del Toro Sánchez nació en Puerto Rico, isla originariamente poblada por amerindios y que, a causa de la colonización europea, la esclavitud y la migración económica, hoy es un auténtico crisol de culturas.

En segundo lugar porque, en tanto que latino, también él ha vivido en sus propias carnes lo que significa ser un 'outsider'. “Sí, a lo largo de mi vida yo también he experimentado lo que significa estar en minoría, sentir que se te pasa por alto –lamenta–. Salvando las distancias, es como ser un canijo en el colegio. Probablemente, el tipo más alto y más fuerte de la clase tratará de abusar de ti, pero por difícil que resulte tienes que hacer cuanto sea necesario para ganarte el respeto de los demás. De todos modos, con los nativos americanos es más complicado, porque ellos estaban en la clase antes que nadie”.

Infancia problemática

La infancia en Puerto Rico fue problemática, confiesa. “Era un niño muy inquieto y nervioso. Creo que tiene que ver con el hecho de que mamá siempre estaba enferma”. Reconoce que la muerte de su madre por culpa de la hepatitis, cuando él tenía solo 9 años, fue “una pérdida demoledora. De ese dolor nunca te recuperas a lo largo de tu vida”, explica Del Toro, visiblemente incómodo al adentrarse en asuntos de su vida fuera de la pantalla. Es notoriamente celoso de su vida privada, a pesar de que se le conocen relaciones sentimentales con compañeras de profesión como Valeria GolinoClaire ForlaniHeather Graham o, si hacemos caso a los rumores, Scarlett Johansson –se dice que tuvieron un encuentro sexual urgente en el ascensor del Chateau Marmont, el famoso hotel de Hollywood–. En estos días, asegura centrarse en el cuidado de su hija Delilah –fruto de su relación con la hija de Rod Stewart, Kimberley— y de sus dos perros, un pastor australiano y un San Bernardo.

“No fue una vida fácil”, recuerda acerca de esos primeros años. A los 13 años se trasladó a Estados Unidos junto con su padre y su hermano Gustavo, y no tardó en ser internado en un estricto colegio católico de Pensilvania, donde sus compañeros, mayormente de clase media, tenían tendencia a considerar a los puertorriqueños como una subespecie –su pobre manejo del inglés no le ayudó–. Para cuando llegó el momento de ir a la universidad, por algún motivo que ahora se confiesa incapaz de identificar, optó por estudiar Economía. “Pero aquello no era lo mío”, reconoce. A los 19 años se apuntó a un curso de teatro. “Tan solo un minuto de clase me bastó para comprender que allí estaba mi futuro. Sentí que para mí actuar era algo natural, algo casi lógico”.

Durante mucho tiempo no le dijo nada a su padre acerca de esa nueva pasión. Pensó que no iba a entenderlo. “En Puerto Rico no hay cultura cinematográfica alguna. Allí los hijos raritos suelen dedicarse a la música o al boxeo, pero nadie al cine”. Mientras el patriarca pensaba que el dinero que invertía en la educación de su hijo iba a garantizarle un futuro lleno de trajes y corbatas y por tanto una vida respetable, en lugar de eso el joven lo utilizó para curtir su talento interpretativo a las órdenes de Stella Adler, una de las leyendas del Método. “Cuando se enteró no le hizo ninguna gracia”, explica, resignado, Del Toro. Durante años, padre e hijo pasaron largos periodos de tiempo sin dirigirse la palabra. “Afortunadamente, todo eso ha quedado atrás”.

El debut

La primera gran oportunidad le llegó de la mano de James Bond. En 'Licencia para matar' (1989) interpretó al villano más joven de toda la historia de la serie, un narco aficionado a los cuchillos llamado Darío. “Una vez volví por accidente a ver esa película y no me lo podía creer. Era tan distinto, tan delgado, una persona completamente diferente”. Asegura que en ese momento tomó conciencia de que tener una carrera como actor significa evolucionar como persona de cara al público. “Es decir, yo marco los años de mi vida en función de las películas que he hecho. En otras palabras, las películas son mi vida”.

Desde entonces, ha mostrado una habilidad especial para asociarse a personajes considerados de culto. Buenos ejemplos son Fenster, uno de los atracadores reconvertidos en cabezas de turco de 'Sospechosos habituales' (1995), o Dr. Gonzo, el impresentable abogado samoano de 'Miedo y asco en Las Vegas' (1998), adaptación de la novela homónima de Hunter S. Thompson, un papel para el que engordó 20 kilos.

Recordemos una escena de esa película: Dr. Gonzo está dentro de una bañera, a medio vestir y blandiendo un cuchillo entre latas de cerveza y trozos de piel de pomelo flotantes, gimiendo y gritando por los efectos del LSD, y pidiéndole a Johnny Depp que lance un radiocasete dentro del agua en el momento en que el himno lisérgico 'White Rabbit', de Jefferson Airplane, llega a su clímax. “Hunter S. Thompson me advirtió de que después de protagonizar ese papel no iba a poder encontrar trabajo en mucho tiempo, y tenía toda la razón”, recuerda el actor, que, tras el fracaso de la película en taquilla, se pasó dos años en blanco. “Tal vez la gente pensó que yo era como mi personaje: un borracho, un drogadicto, una mugrienta bola de sebo”.

Papel de Oscar

Papel de OscarPor fortuna para él, Steven Soderbergh no se dejó influir por la mala publicidad y en 2000 lo contrató para interpretar a un sicario mexicano reconvertido en policía honesto en 'Traffic'. Muchas bocas se callaron de golpe cuando Del Toro ganó el Oscar como Mejor Actor de Reparto al año siguiente. En 2003 volvió a ser nominado al galardón por su trabajo en '21 gramos', en la piel de un fanático religioso.

La estatuilla “fue buena para el negocio”, admite. “Me permitió empezar a tomar las riendas de mi destino como actor. Sin ella me habría resultado algo más difícil ser capaz de sacar adelante los proyectos más difíciles de mi carrera, que en realidad son los que más me importan”. Se refiere sin duda a 'Che' (2008), díptico de cuatro horas y media sobre la figura del líder revolucionario Ernesto Guevara, que Del Toro produjo y protagonizó, y que le proporcionó un Goya al Mejor Actor y un premio interpretativo en el Festival de Cannes. Fue aquel ejemplo de minimalismo interpretativo –durante buena parte del metraje lo vemos simplemente caminando por la jungla, sin apenas abrir la boca— que finalmente pudo poner en práctica el consejo que Christopher Walken le había dado durante el rodaje de 'Exceso de equipaje' (1997). “Me dijo: ‘Si durante la escena no sabes qué hacer, lo mejor es que no hagas nada’. Desde entonces cumplo esa máxima a rajatabla”.

Durante el rodaje de 'Che', explica, también aprendió a tomarse sus personajes como una oportunidad para hacer introspección y explorarse a sí mismo, algo que sin duda ha vuelto a tener ocasión de hacer gracias a 'Jimmy P.' ¿Algún hallazgo de relieve? “He perdido el miedo a conocer mi lado oscuro”. Es decir, esa mirada intimidatoria no engaña: el reverso tenebroso de Benicio del Toro existe. “Y aflora cuando me topo con gente condescendiente, o que abusa de los demás, o falta al respeto, o miente. Pero eso nos pasa a todos, ¿no es así?”.

LA PELÍCULA

'Jimmy P.' es el primer filme rodado en Estados Unidos por Arnaud Desplechin, uno de los grandes autores del cine francés. Asegura que ofreció el papel de James Picard a Del Toro tras verlo en 'El juramento' (2000), en la piel de un indígena con problemas mentales.