Un baño entre atunes en aguas de Tarragona
En l'Ametlla de Mar es posible sumergirse entre estos bólidos marinos
A cinco kilómetros de la costa de Tarragona, 12.000 atunes rojos aguardan su destino.
Se mueven en círculo y a esa rotación se agregan los submarinistas.
Unos van armados con fusiles submarinos.
Otros, con camaritas herméticas de usar, desenlatar y tirar.
Los peces no distinguen entre los que fotografían y los que disparan, tan solo son cuerpos en la ingravidez marina.
En ningún caso los buceadores recreativos y los profesionales comparten piscina. Hay siete balsas, gigantescas redes, y solo una reservada a la inmersión turística.
Este viaje trata sobre los atunes vivos, aunque se hablará, es necesario, de los muertos.
Hace tres temporadas, la empresa Balfegó puso a navegar una idea con músculo. Si pescamos y engordamos las capturas, ¿por qué no permitimos que humanos y animales se encuentren cara a cara? Desde entonces zarpa cada día el Tuna Tour para las inmersiones con los torpedos de plata.
La experiencia del Tona Tour
En el puerto de L’Ametlla de Mar, el catamarán embarca veraneantes de piel tostada y crujiente. Algunos expedicionarios se atreverán al baño salvaje. El resto mirará el burbujeo de los nadadores. La nave “fue diseñada para la experiencia”, cuenta David Puente, director comercial de Tuna Tour, “para permitir el atranque junto a las piscinas”.
Amarrados, los dos atuneros de Balfegó, 'La Frau II' y 'Tío Gel II'. Lucen limpios, como si estuvieran a punto de faenar, aunque permanecerán 11 meses parados. Es una industria de la espera. Durante un tiempo reducido, del 25 de mayo al 26 de junio, les permitieron poner en marcha los motores y, en aguas de Baleares, cercar a los atunes al regreso del desove. Su meta era el Thunnus thynnus, el atleta del Atlántico de carreras por el Mediterráneo. Hay otras especies de atún, carne de lata, pero no es este, cuya vida, rica y trashumante, será adecuadamente homenajeada en los mejores restaurantes del mundo. La chicha excepcional está reservada a los cuchillos de primera.
Isaac Hermo, director comercial de Balfegó, cuenta que la campaña del 2014 ha sido rauda, de pez volador: “Hemos pescado 1.450 toneladas. Y lo hemos hecho solo en 24 horas”. Trabajan con cuota, según las órdenes de la Comisión Internacional para la Conservación del Atún Atlántico. Para la salvación de la especie hay que ser muy estrictos, dar un carnet al bicho, saberlo todo del cautiverio y del despiece y de la venta.
La travesía sucede sin contratiempos. Los azules se unen. En la proa, una parejita con los brazos en cruz ha jugado a Titanic (glups), con el amor aún lejos de naufragar.
En una de las piscinas, el barco de sacrificio, con las grúas que alzarán a estos reyes con 250 de peso, que los buzos abaten con “la lupara”, el fusil submarino.
“Lo importante es suprimir el yake”, dice Puente. El yake: “El estrés del animal, hay que evitar que libere el ácido láctico”. Que sea contaminado por su miedo. “Se los sacrifica uno a uno, desangrados inmediatamente en el mar antes de subirlos a cubierta, donde los evisceran, les pasan una varilla por la espina para quitar la tensión muscular, y los sumergen en salmuera”, detalla Hermo.
Allí, el círculo del trabajo.
Aquí, el del ocio.
Los atunes, trasladados desde el mar balear, han perdido volumen (“de media, pesaban 140 kilos”) y son alimentados para que recuperen la grasa (“de media, pesarán 240 kilos al sacrificio”, según los cálculos de Hermo), esa que se infiltrará hasta jamonear las carnes. La tripulación lanza sardinas, caballas, arenques. El mayor peligro llega por el aire: los gaviotas se disputan las presas. Debajo también hay temblor. Movimientos en ambos azules. Los cimarrones se acercan a la superficie.
Como bañarse con un rebaño
Los bañistas comienzan la experiencia con temor, para ir cobrando seguridad al ver que el cardumen rueda sin tocar. Uno dirá: “Es como bañarse con vacas, estás rodeado por el rebaño. Te sientes un cowboy”. Un cowboy húmedo y con tubo de snorkel.
Para auxiliar a los bañistas, han embarcado dos profesionales del club Subkro, Fernando y Silvia. Los trajes de neopreno como segunda piel. Esa piel que los visitados rehúyen. “En el hemisferio norte ruedan en el sentido de las agujas del reloj. Todo el grupo”, describe Silvia. La mola, dice. La mola es esa centrifugación acerada. Fernando aclara por qué mantienen la distancia: “Saben que si se hieren por un roce, corren el peligro de morir”. Son listos, supervivientes, depredadores.
Un depredador que ha encontrado a otro depredador mayor. Aunque, bajo el agua, el que manda es el atún. Aún no es sushi, sino el amo de este territorio. Y hay que respetarlo.
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