NOVEDAD LITERARIA

Anne Holt radiografía el maltrato infantil en la novela negra 'Lo que esconden las nubes oscuras'

La obra se basa en un caso real que sacudió Noruega: la muerte a golpes de un niño de 8 años

La novelista Anne Holt, en Barcelona

La novelista Anne Holt, en Barcelona / periodico

IMMA MUÑOZ / Barcelona

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El 22 de julio de 2011, Noruega se tuvo que enfrentar, ante los ojos atónitos de quienes siempre la habían considerado la quintaesencia de la racionalidad y el paraíso del civismo, a una locura asesina que se llevó por delante la vida de 77 personas y la confianza de todo un pueblo. Uno de sus compatriotas, el fanático ultraderechista Anders Behring Breivik, de 33 años, puso un coche bomba en el centro de Oslo, junto a la sede del Gobierno, que mató a ocho personas, y después se desplazó hasta la isla de Utoya, donde las juventudes del partido laborista habían organizado un campamento, para llevar a cabo una cacería que se saldó con 69 muertos, la mayoría muy jóvenes. Casi 80 minutos corrió Breivik por la isla, vestido de policía y fuertemente armado, abatiendo a todo aquel que se cruzaba en su camino. Una pesadilla que, un año y medio después, sigue sacudiendo por su magnitud y su crueldad.

Y, sin embargo, no es mayor, ni en cifras ni en crueldad, que el horror que viven a diario miles de niños en ese país, millones en todo el mundo, que sufren maltrato físico sin que nadie se rasgue las vestiduras. Sin que nadie intervenga. Sin que nadie se dé siquiera cuenta. A esa sinrazón ha querido buscarle razones Anne Holt (Larvik, Noruega, 1958), uno de los grandes nombres de la novela negra nórdica, de esos nombres que no tienen nada que ver con las modas y sí con la literatura.

'Lo que esconden las nubes oscuras', el último libro de Holt que ha llegado a las librerías españolas (esperamos la aparición, a finales de este mes, de otra de sus obras, '1222'), convierte en intriga criminal la denuncia del secretismo en el que la sociedad mantiene el dolor de estos niños. Tan tupida es la malla que cubre esta vergüenza que, en un mundo en el que todo está cuantificado, ni siquiera se sabe con certeza cuántos pequeños la sufren. "Se estima que son unos 20.000 en Noruega, aunque no hay cifras exactas. 20.000 sobre una población de 5 millones. Es una barbaridad", dice Holt. Y eso ocurre, y quien habla ahora es la protagonista de su libro, la psicóloga penal Inger Johanne Vik, porque "permitimos que suceda". Así de claro. Con todas las letras.

"El maltrato infantil es muy incómodo. Nos violenta acusar a la gente de algo que nos parece lo peor que se puede hacer. Y, además, nos da miedo equivocarnos, que esos padres sean inocentes. Tendemos a identificarnos con los padres en lugar de hacerlo con los hijos como deberíamos, puesto que son ellos quienes necesitan nuestra protección", argumenta Holt. En su novela, una acomodada familia de Oslo vive su particular tragedia en medio de la conmoción en la que está sumido el país por la masacre de Utoya. Jon y Ellen --exitoso dueño de una empresa de relaciones públicas él, dentista reconvertida en ama de casa ella-- velan el cadáver de su hijo de 8 años, Sander, fallecido al caer de una escalera. Sobre el papel, está claro: niño con diagnóstico de hiperactividad, familia ejemplar, accidente doméstico. Pero a veces la claridad oculta muchas sombras.

En todo tipo de familias

"El maltrato infantil no tiene que ver con la cuenta corriente. Si se conocen más casos en familias pobres no es porque el dinero proteja a los niños, sino porque proporciona opacidad. En Noruega, si una familia no tiene casa, el Estado le facilita una, y puede controlar más lo que pasa en ella. Esa casa es más transparente que la que tiene gruesos muros y un jardín delante. A la intimidad de ese hogar es más difícil acceder", explica Holt. Por eso ella quiso situar su historia en un entorno pudiente, "para que quedara claro que puede pasar, y pasa, en todo tipo de familias".

'Lo que esconden las nubes oscuras' es un libro que duele. No hay truculencia ni sentimentalidad, pero la triste evidencia de que ese relato de ficción es la radiografía certera de millones de casos que pasan en entornos como el nuestro sacude y, tiene razón Holt, incomoda. "Es una historia inventada, pero está basada en un caso real que vivió Noruega en 2005. Un niño de 8 años murió en su casa. Sus padres, hoy condenados por homicidio, explicaron que él mismo se había taponado con papel higiénico la nariz y la boca y se había golpeado la cabeza en el inodoro hasta la muerte porque quería suicidarse. Y lo más fuerte es que los sanitarios que lo atendieron en un primer momento lo creyeron. ¿Cómo puede alguien creer esa historia? Porque la idea de que unos padres hagan eso nos resulta tan insoportable que aceptamos explicaciones que nadie aceptaría. Lo creemos porque no queremos creer que un padre pueda hacer algo así".

Holt se indigna. No hay ni rastro de la frialdad que transmite cuando habla. Medita las respuestas y no regala ni una palabra más de las necesarias. Es un poco como su prosa: funcional y algo cortante, sin que por ello resulte antipática. Al contrario: los destellos de ironía y las altas dosis de sinceridad (negro sobre blanco y también en el cara a cara) hacen agradable el tiempo pasado con ella.

De ministra de Justicia a autora superventas

No es a base de paños calientes como se llega al punto en el que está Holt, convertida en una autora de referencia en su género por calidad y cantidad: las ventas de su quincena de novelas superan de largo los cuatro millones de ejemplares. Pero antes del éxito literario ya era una mujer muy conocida en su país. Licenciada en Derecho, fue reportera y presentadora de informativos en la televisión noruega, hasta que dejó el periodismo para incorporarse a la policía judicial, como asesora legal. Más tarde abrió su propio bufete, y, en 1993, publicó su primera novela, 'La diosa ciega'. Tres años y dos novelas después le ofrecieron la cartera de Justicia de su país, cargo que desempeñó de noviembre de 1996 a febrero de 1997. Dimitió por problemas de salud.

Fueron solo cuatro meses, de acuerdo, pero aun así sorprende que ponga en boca de un personaje la frase siguiente: "(...) había aprendido en la academia que la ley era igual para todos, pero él tenía otra opinión. La ley nunca había sido igual para todos. En ningún aspecto". Con todas las letras otra vez. "Solo constato los hechos --asegura--. Eso es así. Cuando adopté a mi hija, la niña ya llevaba dos años con mi mujer y conmigo, pero teníamos que seguir el proceso de rigor. Como yo había trabajado con los servicios sociales y sabía cómo eran las visitas de idoneidad, advertí a mi mujer: 'Hay que limpiar bien el baño, porque se fijan en cómo está; pedirán un vaso de agua para ver qué hay en la cocina...'. Pero cuando llegaron los técnicos se mostraron avergonzados y me pidieron disculpas. Después redactaron un panegírico sobre lo fantástica madre que era yo. Si yo hubiera sido pobre o hubiera tenido otras circunstancias, habrían sido mucho más escrupulosos. Evidentemente, la mía no era una situación de riesgo, pero esta anécdota resulta muy ilustrativa de cómo van las cosas".

Holt se casó con su mujer en el año 2000, y su opción sexual nunca fue un problema para su carrera. "Aquí somos muy liberales para aceptar la homosexualidad y la igualdad entre géneros", dice sobre la sociedad noruega. Su libro revela, sin embargo, que la aceptación de otras diferencias ya es otro cantar. "Estamos como la mayoría del mundo: a la gente peculiar hay que colgarle etiquetas diagnósticas: asperger, autismo, hiperactividad... todo tipo de grados de desorden. Yo no digo que estas dolencias no existan, estoy segura de que hay gente que las padece de verdad, pero tengo la impresión de que cuando alguien se sale de lo que consideramos normalidad buscamos un diagnóstico, en lugar de aceptar a esa persona tal y como es".

La masacre de Utoya

Cuesta asumir que un hijo no es como esperábamos. "Sí, hay mucho de expectativas rotas en la novela. Y del gran error que es intentar hacer que se adapte a tu vida, cuando tiene que ser al revés: lo que tiene que hacer un padre es acompañar al hijo en su viaje". También cuesta asumir que una sociedad alberga monstruos como Breivik y que es muy difícil protegerse de ellos. Anne Holt ha sido la primera autora en abordar la tragedia, aunque en su historia es solo un contexto. "Escribo una ficción muy pegada a la realidad, y, además, da credibilidad a un elemento esencial de la trama, como es que el caso de Sander cayera en manos de un policía novato".

La trama, esa es su obsesión. Todo a su servicio, incluidos los personajes. "Yo no los amo. Tengo una relación cínica con ellos: los utilizo, los maltrato incluso. Como escritora de género negro, el argumento está siempre en el centro y es mi primera prioridad. A menudo se me acercan jóvenes que quieren ser escritores y me cuentan los personajes tan originales que tienen en mente. Y yo les digo: '¡Me importa un comino tu personaje! ¿Cuál es la historia que quieres contar?'. Y no hay manera de expresar con suficiente contundencia que eso es lo importante". Si leen 'Lo que esconden las nubes oscuras', entenderán hasta qué punto Holt es consecuente con sus palabras. Y se lo agradecerán. O no.