UNA historia de SANT MARTÍ... el pasaje de Can Robacols

El pasaje oculto en el que se paró el tiempo

Nueve pequeñas casas sobreviven en un pasadizo enrejado de Rossend Nobas, 37

El pasaje 8 Vista de las casitas del recóndito pasaje de Can Robacols.

El pasaje 8 Vista de las casitas del recóndito pasaje de Can Robacols.

SARA MINGOTE
BARCELONA

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En la calle de Rossend Nobas, 37 se esconde uno de los pasajes más singulares de Barcelona. Oculto a los ojos de los caminantes, está situado en un lugar privilegiado. Enfrente están los bellos arcos del parque del Clot, rastro del pasado ferroviario de la zona, y a su izquierda, uno de los lugares más transitados de dicho barrio, el mercado del Clot, inaugurado en 1889.

El pasaje, escondido y ahora impenetrable por la reja que colocaron los vecinos hace poco más de cinco años, impide el acceso a los caminantes. Los que se asomen a verlo solo lograrán atisbar una vieja hilera de casitas, árboles, plantas y un suelo de tierra, reflejo de que allí el tiempo se detuvo a finales del XIX.

Encarna Plaza, que actualmente vive en el pasaje de Can Robacols, explica que hay nueve casitas contiguas, de las cuales más de la mitad se hallan en ruinas. Plaza se lamenta por el estado del suelo del pasaje y de las casitas unifamiliares que ahora se desmoronan. «Tuvimos que poner una reja en la entrada del pasaje porque había gente que venía a dormir y nos asustábamos», apunta.

Miedo de noche

La recóndita calle es un misterio para muchos, que no adivinan a ver qué hay tras la reja. Tras esta, unos metros de calle con suelo arenoso hacen de entrada al pasaje. Los meses de verano, según explica Plaza, son la época ideal para reunir sillas y mesas en medio del verde pasaje y compartir horas de sol. «Me gusta la vida aquí, estoy a gusto viviendo en él», dice. Por las noches entra con cuidado, abre la reja y revisa el pasaje por miedo a que alguien se haya colado en su interior.

La calle del Clot y la de Rossend Nobas delimitan este lugar, que queda cerrado por la primera con otro edificio que sí tiene acceso al patio interior que tiene el pasaje.

Noelia Romero, que pasó muchos años viviendo al lado de Robacols, recuerda momentos de su infancia en él. «Estaba lleno de flores, muy cuidado, y podías entrar en él cuando querías», apunta.

Un actual vecino de la zona, el arquitecto Federico Berdún, cuenta que su edificio comparte un patio interior que linda con el del pasaje. «Al ser todo arbolado, este espacio es un desahogo. Hoy en día no hay espacios tan poco congestionados en la ciudad», explica. Berdún cuenta que un pequeño muro separa su patio interior del pasaje de Can Robacols. «El suelo está muy deteriorado y hay casas en ruinas. En una incluso crece un árbol», apunta. Dicha superficie en su pasado albergó huertos y un jardín para sus vecinos.

El lugar fue propiedad de una de las familias que tuvo más poder en el distrito de Sant Martí en el siglo XIX, la familia Casas, cuyas propiedades se repartían en los barrios del Clot y también en Camp de l'Arpa.

El pasaje de Robacols fue urbanizado en el siglo XIX y sus viviendas se destinaron a trabajadores del barrio, que en su mayoría estaban en el sector ferroviario. De hecho, a escasos metros se hallaba la antigua estación de tren de Clot.

Antoni Capilla y Gabriel Pernau explican en la su guía Sant Marti, de la colección Barcelona, barri a barri, como ver el pasaje: «El 37 de la calle Rossend Nobas es como una máquina del tiempo. Si el visitante se atreve a entrar en este edificio medio en ruinas, en su interior encontrará uno de los conjuntos de arquitectura popular más sencillos pero también de los más completos que se conservan en Barcelona».