con mucho gusto 3 CUADERNO DE GASTRONOMÍA Y VINOS

Bombón de placer

Escribà reinventa el bombón invitando a nuevos placeres.

Dani Dominguez, maestro chocolatero de Escribà, con sus bombones.

Dani Dominguez, maestro chocolatero de Escribà, con sus bombones.

MIQUEL SEN / BARCELONA

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El bombón oculta en sus exquisitas capas la memoria imborrable de la infancia. No podemos olvidar que en el origen de su nombre se encierra el bo-bo, el bueno bueno de los niños franceses ante el espectáculo del cacao en todas sus formas. En busca del mejor bombón Baudelaire confiesa que las buenas confiterías de Bruselas y Brujas están llenas de pechos de chocolate. Otra vez la obsesión por la infancia condensada en un bombón. Probablemente en Catalunya, donde el chocolate de calidad es de antigua tradición, el bombón arraigó con fuerza en el siglo XIX.

En Escribà, una pastelería abierta a las sugerencias del chocolate desde 1906, los bombones son una tentación proustiana, una golosina a la que podemos atribuir incluso dotes curativas de la tristeza. Curiosamente, mientras el placer en pequeñas porciones siempre ha estado bien visto, la taza de chocolate ha tenido una literatura más contundente, con Casanova, el seductor, a la cabeza de una tropa que tiene al Marqués de Sade como general. Un especialista del gusto que aseguraba las virtudes del bombón para potenciar la sensibilidad erótica.

Los bombones de Escribà resumen y potencian esta carga llena de sugerentes sabores. Basta contemplar y morder su bombón titulado Llavis para descubrir un mundo que va más allá de la forma de unos labios a lo Mae West. Un impacto dulce conseguido a partir de una ganache, alias una cobertura de chocolate blanco al 70% con vainilla, contrapunto de un 30% de pulpa de fresa gelificada. Hermosa sensualidad visual y palatal que explota en cuanto detectamos el aporte ácido de la fruta sobre la que la que se funde el aroma de la vainilla.

Bombones y pralinas elaborados en pequeñas series de 2.500 unidades sin más conservantes que el azúcar y los licores. Un paseo bombonero entre la infancia y la madurez, a partir del de mermelada de rosas y ganache de mango con chocolate blanco, resumen de dulce y tersura, o el de regaliz. Piruetas del gusto que nos llevan a meditar mordiendo un sacramento que nos transporta a un paraíso dónde no se conoce la culpa y la vergüenza de los adultos.