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Tomás Cupillar: «Un barrio sin reivindicaciones está muerto»

Tomás Cupillar es un luchador de los de antes, de una época en la que las cosas se peleaban a brazo partido y con dosis de perseverancia. Llegó a un inhóspito Can Clos hace 60 años y allí sigue al pie del cañón

Reconocimiento 8Tomás muestra el premio del distrito, en su casa.

Reconocimiento 8Tomás muestra el premio del distrito, en su casa.

TERESA PÉREZ
BARCELONA

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La vida de Tomás Cupillar (Zaragoza, 1934) es la historia de Can Clos, un barrio que nació en la nada. Era 1952. Fundó la asociación de vecinos, impulsó centros ocupacionales y de educación especial e hizo de su vida un compromiso social. Por todo ello ha recibido el premio al reconocimiento individual que otorga el distrito de Sants-Montjuïc.

-Detrás de un premio hay una historia ¿cuál es la suya?

-Llegué a Can Clos en 1952. Tenía 18 años y era tan grande la miseria y tantas las carencias que mis inquietudes derivaron a lo social. Todos los vecinos ayudaron a dignificar el barrio. Por eso, comparto el premio con ellos.

-Al barrio llegó gente de distintos poblados barraquistas de la ciudad

-Éramos trabajadores que teníamos la desgracia de no tener nada. La mayoría venían de las barracas de la Diagonal que las eliminaron para que no se vieran durante la celebración del Congreso Eucarístico.

-¿Usted venía de las de la Diagonal?

-No, vivía en las de La Maquinista, en la Barceloneta, pero un día llegó la policía y nos dijo: «Cojan sus pertenencias y váyanse ya». Los que no estaban en su casa en ese momento no pudieron coger nada.

-Empecemos por el principio ¿qué era Can Clos?

-Una barriada considerada «sumamente peligrosa». Los taxis no querían venir. No había transporte y no llegó hasta 1989. Era más fácil ir a la plaza de Espanya monte a través que a la Zona Franca a coger el autobús. Tampoco teníamos teléfono, ni buzón de correos. El agua era de depósito y cuando llovía no podías salir porque todo estaba embarrado. Las calles no tenían nombre. La dirección era Can Clos y el número del bloque. Nada más.

-Hicieron todo a golpe de reivindicaciones.

-En 28 días se construyeron 192 albergues para 192 familias. Pero llegamos más de 300 y en pisos de 30 metros nos metimos dos y tres familias. Teníamos techo, pero esto era un gueto, una ciudad escondida.

-¿Cuál fue el primer logro?

-Fundamos un club de ajedrez, entonces la palabra asociación daba miedo. En 1956 creamos el primer centro social de España. Fue por el sistema debrazo prestado, es decir, construido por los vecinos.

-Y después más viviendas.

-Hicimos una lista con las 20 familias que queríamos piso porque vivíamos con los padres. Las piedras las bajábamos de la cantera de Montjuïc. Acabamos los pisos en 11 meses y los repartimos.

-Fue un reparto singular.

-Sí, se hizo por horas de trabajo. El vecino que más había trabajado, ese fue el primero en escoger piso.

-También habrá recuerdos amargos ¿Cuál es el suyo?

-Cuando el alcalde Porcioles convirtió Can Clos en el vertedero de la ciudad. El Palau Sant Jordi está sobre montañas de basura. Las fumarolas parecían antorchas y, como Can Clos es una hondonada, los gases lo tapaban todo. Mucha gente tenía asma, bronquitis, conjuntivitis...

-La basura inundó el barrio.

-El 6 de diciembre de 1972 cayeron 200 litros de agua por metro cuadrado. Las canteras reventaron, la basura llenó las calles y tapó algunos bloques. El de mi suegra tuvo que derribarse. Los vecinos, hartos, impidieron la entrada de los camiones de la basura. Y se acabaron los vertidos.

-¿Qué queda por hacer?

-Un barrio sin reivindicaciones está muerto. Ahora queremos comprar los pisos, pero el Patronato nos pide 6.000 euros más que a los primeros compradores. Y es una injusticia.