UNA historia de SANTS-MONTJUïc... El Molino
Las aspas que aún seducen en el Paral·lel
El teatro de Vilà i Vilà mantiene el mismo espíritu con el que nació hace 114 años
Las aspas de El Molino (Vilà i Vilà, 99) giran cada noche de espectáculo, mientras en su interior el humor y el erotismo seducen a un público cada vez más joven, pero entre el que se mezcla también el nostálgico. No en vano el local acumula ya 114 años de historia. Pero lejos de mirar atrás se esfuerza por sumergirse en el futuro y está a punto de conseguir su rentabilidad ampliando cada vez más su oferta (ofrece tres espectáculos diarios).
«En El Molino disponemos de diferentes formatos, desde funciones por la tarde y por la noche, hasta la cesión de varios espacios para eventos, fiestas de cumpleaños, bodas, presentaciones de empresas y conferencias», explica orgullosa Elvira Vázquez, su directora, mientras muestra cómo el edificio, restaurado y ampliado totalmente, tiene desde sala de ensayos y reuniones, hasta un bar con una espectacular terraza sobre el Paral·lel y cocina propia. Y la platea se transforma en minutos en pista de baile, patio de butacas o sala con mesas altas para tomar copas. Aunque una de las más sorprendentes innovaciones es la súper pantalla de leds, que recrea decorados de cine que caben en un usb. En el teatro hay mucho más en menos espacio.
La Pajarera, en 1898
La historia de El Molino se remonta a 1898, aunque entonces el local es solo un barracón de madera más entre los muchos instalados en un Paral·lel limitado por las medidas urbanísticas de Cerdà. Aquel embrión se denomina La Pajarera, que luego incorpora el adjetivo catalana y que en 1908 se rebautiza Petit Moulin Rouge, en un guiño a su antecesor parisino.
En 1913 se derriba el local de madera y el arquitecto modernista Manuel J. Raspall, discípulo de Domènech i Montaner, levanta el nuevo templo de la burlesque. En 1929, año de la Exposición Universal, la fachada incorpora el molino de aspas giratorias que se ha convertido en icono del Broadway barcelonés.
El resultado de la guerra civil es responsable del actual nombre del pequeño teatro, al prohibirse las denominaciones francesas y también porque el calificativo rouge irrita a los franquistas por razones obvias. Tras un cierre de dos años, El Molino reabre sus puertas. Después inicia una apasionante etapa en la que lidia con la censura franquista y en la que se suceden las anécdotas, como la de la luz roja con la que se avisaba a los artistas de que había entrado el censor de turno. En 50 años su cartel lo ocupan nombres que hacen historia en el ocio barcelonés como La Bella Dorita, Pipper, Johnson, La Maña, Christa Leem y Merche Mar.
El Molino cierra en 1997. Y hasta se crea un movimiento ciudadano para rescatarlo. La empresa Ociopuro, que preside Elvira Vázquez, adquiere la sala a unos rusos, y tras una compleja y costosa reforma, en la que el teatro crece hacia arriba, reabre sus puertas el 18 de octubre del 2010. Con nuevas tecnologías, pero con el espíritu del pasado. Hasta una vedette pasa con el teatro al presente: Merche Mar, que hace ahora de maestra de ceremonias. «El público ha cambiado, Tenemos más jóvenes, aunque la edad media es de 6 a 90 años», bromea Mar mientras observa un ensayo desde la platea. «Renovarse o morir», dice sobre la espectacular puesta al día del teatro.
«En estos dos últimos años el balance es muy positivo. Y la gente nos quiere», dice satisfecha Vázquez, que dirige a las 28 personas, que cada día hacen girar El Molino.
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