UNA historia de SANT MARTÍ... Can Saladrigas
Del telar textil a las partidas de cartas
Las trabajadoras de la antigua industria reviven aquellos años en el Casal d'Avis Taulat
Teresa Gisbert echa la partida cada tarde en el casal d'avis de Poblenou. «Aquí me juego la semanada», bromea con un envidiable humor a sus 92 espléndidos años. En su memoria, sorprendentemente a salvo de los estragos de la edad, se agolpan multitud de vivencias. Muchas de ellas, entre las paredes que ahora son testigo de su habilidad con la brisca. El casal Taulat ocupa una de las naves del antiguo complejo industrial de Can Saladrigas, donde Teresa entró a trabajar con solo 14 años, una edad nada temprana por aquel entonces. «Eso era la gloria. Mi madre --empleada también en Can Saladrigas-- tenía 7 cuando empezó», se apresura a decir. «En el bar», señala, «estaban las máquinas de las bitllaires», el oficio que introdujo en el textil a Gisbert. «Ahí pasábamos por las canillas el hilo para hacer la tela de los tejidos», explica. La guerra civil planea sobre esos recuerdos. «En esas columnas nos apoyábamos para resguardarnos de los bombardeos», apunta.
Este edificio con 153 años de historia, que hoy también alberga la biblioteca Poblenou-Manuel Arranz y un espacio para la imaginería festiva de Sant Martí, ha formado parte de la vida de gran parte de los vecinos del barrio. «Es un éxito poder conservarlo», destaca Joan Arumí, presidente del casal d'avis. «Muchos de los que trabajaron e hicieron de la fábrica su vida -como Teresa y algunas de sus compañeras de naipes— se han jubilado aquí, y para ellos esta es su segunda casa», añade. Y es que, pese a las estrecheces de la época, Gisbert rememora con cariño sus años en la empresa Mier, Rubín i Cia., instalada en Can Saladrigas, de donde se fue, ya como tejedora, a los 22. «Tenía el jefe ideal. Sabía mandar», dice con admiración.
Antonio Saladrigas perteneció a una de las sagas de industriales textiles que a mediados del siglo XIX levantaron sus factorías en el Poblenou. En 1858, «estableció un pequeño negocio de blanqueo que tenía una plantilla de solo seis operarios», relata la historiadora Montserrat Sintes en el libro Can Saladrigas, 146 anys després. Memòria d'una fàbrica (2004). En 1883, después de distintas ampliaciones, un incendio destruyó parte del edificio y, al año siguiente, se contruyó en la calle Joncar el que hoy es memoria viva del barrio, además de viviendas para los trabajadores. En 1913, se constituyó la Sociedad Anónima de Servicios Industriales Saladrigas Freixa, que alquiló espacios a otras empresas.
Sintes subraya en su libro el papel que, «como muchas otras fábricas catalanas», jugó Can Saladrigas en el cambio social de «incorporar a la mujer al trabajo remunerado, liberándola de su rol tradicional». El hecho de entrar muy jóvenes hizo que identifiquen la fábrica, apunta, como una «gran escuela de vida». Muy a pesar del reglamento que prohibía «blasfemar, cantar, silbar, leer periódicos, así como tener conversaciones ajenas a las del trabajo».
El pasado reivindicativo de Poblenou, por la concentración de fábricas en el barrio, se alió con sus vecinos y la presión popular detuvo un plan para derribar el edificio en 1985, hasta que el ayuntamiento lo adquirió para preservarlo como equipamiento cultural en 1998.
Teresa se enorgullece de logros sociales en los que tomó parte como los de la huelga de tranvías de 1951, que evitó la subida del precio del billete. «El hambre une», sentencia. Como cada tarde, hoy jugará a las cartas con Joana, otra extrabajadora de Can Saladrigas. «Ya quedamos pocas. Muy pocas», dice.
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