un vecino DE HORTA-GUINARDÓ llamado... Lluís Martínez Sistach, cardenal arzobispo de Barcelona

«El Guinardó dejó de ser barrio para hacerse ciudad»

Fue uno de los cinco cardenales españoles que participó el pasado marzo en la elección del papa Francisco. Lluís Martínez Sistach vivió su infancia, y hasta los 55 años, en el barrio del Guinardó. En torno al convento de los Mínims, Sistach hilvanó vínculos que todavía conserva.

CARME ESCALES / Barcelona

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Guisantes, judías, cebollas y fresas crecieron durante años donde la ciudad de Barcelona tiene ahora una de sus rondas.«La Ronda del Guinardó estuvo muchos años anunciada y llegó el día en que nos expropiaron. Pero, hasta entonces, en casa sembramos de todo en el huerto»,recuerda Lluís Martínez Sistach.«Eran años de hambre. Teníamos la cartilla de racionamiento, y no comías lo que querías, si no lo que te daban. Una noche, alguien saltó la pared del huerto y nos robó todas las patatas. Claro, eran tiempos duros. A veces veías pasar al estraperlista con unos panes blancos...».

El paseo del cardenal por las calles del Guinardó le recuerdan el camino que recorría a diario de casa a la escuela. Algunas de las torres que aún están en pie y el entorno del convento de los hermanos Mínims forman parte de su infancia y del periodo de posguerra que marcó a toda una generación.«Con este recorrido por el Guinardó hoy rejuvenezco»,dice Sistach mientras inicia la caminata frente a la parroquia de la Mare de Déu de Montserrat, en el 144 de la avenida del mismo nombre.

Misa, fútbol y cine

«Cuando mis padres se casaron, se hicieron una torre en la calle de Rubió i Ors. Pero, en el 37 -Sistach nació el 29 de abril de ese año-,mi padre estaba en el frente y mi madre se instaló en casa de unos tíos, cerca de Santa Maria del Mar. Y allí nací yo», explica el cardenal.«Luego, con mi madre y mis hermanas nos fuimos a Camprodon, donde estaban nuestros abuelos y estuvimos allí hasta que terminó la guerra. Después regresamos al Guinardó. Este es el barrio de mi infancia y donde viví hasta los 55 años, porque como sacerdote hacía muchas actividades, pero seguía viviendo en casa de mis padres, en el Guinardó»,precisa Sistach.

La parroquia de los Mínims era punto neurálgico en el barrio.«Desde casa, el camino de bajada nos ayudaba a no llegar a misses ditescuando nos entreteníamos arreglándonos antes de salir»,puntualiza.«Allí, la mayoría de los curas eran italianos, con unas reglas alimentarias muy exigentes. No podían tomar lácteos, ni carne. Y elaboraban un licor para la salud»,añade.

«Los jóvenes de la parroquia hicimos un equipo de fútbol. Yo era extremo izquierda. Jugábamos en la calle de Rubió i Ors, primero sin asfaltar. Pasaban pocos coches, solo algún carro. Un día, paró un coche y un señor nos fichó a dos o tres para ir a jugar con un equipo de la zona de Els Quinze -Maragall con avenida de Borbó-,aunque luego yo no pude ir», recuerda.«El equipo no duró mucho, tal vez porque le pusimos Oblit, el nombre de la calle, y fue fácil olvidarlo. Pero mientras duró, lo pasamos muy bien»,asegura. «Llegamos a jugar en el campo del Martinenc, que ya era un equipo importante», rememora.«Fui muy feliz en aquella época. Tenía una familia unida, con la que iba a misa los domingos por la mañana y, por la tarde, al cine, al Doré y al Maragall. Íbamos al cine a distraernos y porque había calefacción. En las casas no teníamos. Eran tiempos de sabañones en las manos, pies y orejas, años duros, pero bonitos»,recuerda el cardenal Sistach.

Cal Tanasio

«En el barrio había un colmado, Cal Tanasio-pasaje de Llívia con Teodor Llorente- donde íbamos con la tarjeta de racionamiento. Un año, coincidiendo con el día de los Santos Inocentes, mi madre hizo correr la voz de que se había terminado el racionamiento, que ya se podía ir a Cal Tanasio a comprar kilos de todo. Y la gente se creyó la inocentada»,cuenta el arzobispo.

«Mi madre era una mujer excepcional. Pensando en el futuro de mis hermanas, compró un billete de Transmediterránea y se fue a Mallorca a buscar al dueño de la casa vecina a nuestra torre del Guinardó, para comprársela. Solo sabía que vendía periódicos. Llegó a Palma y preguntó a un vendedor de prensa, que le ayudó a localizarlo y ella compró la casa», explica Sistach, poco convencido del valor de la ronda que fulminó la torre familiar. «No sé si ha servido de mucho. Dividió el barrio y mató muchos recuerdos. Una vecina en una de las reuniones previas a las expropiaciones alzó la mano y dijo: 'Perdón, ¿los sentimientos también se valoran?' Y con buenas palabras le dijeron que no».

«Todo el Guinardó ha cambiado. Sigue teniendo mucho encanto por su altura y por el aire de la montaña. Guardo aquí muchas amistades y recuerdos, pero levantaron fincas altas y el barrio dejó de ser barrio para hacerse ciudad»,lamenta el cardenal que celebra Navidad y Pascua en el Guinardó, donde aún viven sus hermanas.