MOVILIDAD EN LA UE

Un Erasmus en Barcelona que ya se alarga más de 10 años

Titika y Bruno, griega e italiano, decidieron quedarse a vivir en la ciudad al acabar la beca universitaria

Bruno y Titika conversan en la calle de Enric Granados de Barcelona.

Bruno y Titika conversan en la calle de Enric Granados de Barcelona. / periodico

EDUARD PALOMARES / Barcelona

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El programa Erasmus, que permite a los estudiantes de educación superior cursar parte de su carrera en un centro de otro país, puede considerarse como una de las iniciativas más exitosas surgidas de la Unión Europea. No solo porque los números de becados crecen año tras año (la cifra se sitúa actualmente sobre los 230.000 estudiantes al año), sino también porque ha sido seguramente el mecanismo que más ha contribuido a crear el concepto de ciudadanía europea, contribuyendo a la movilidad, el conocimiento mutuo y el aprendizaje de idiomas. De hecho, la Comisión Europea ha apostado fuerte con el nuevo programa de becas y espera que cinco millones de europeos se beneficien de ellas hasta el 2020.

Más que por sus ventajas académicas, el Erasmus se valora por la experiencia que aporta y por actuar como una especie de catalizador, generando mentalidades más abiertas y flexibles. La mayoría de veces, los estudiantes vuelven a casa una vez acaban, pero también existen casos en los que la beca se convierte en un punto de inflexión. Es el caso de la pareja formada por Titika y Bruno, griega e italiano, que decidieron continuar en Barcelona una vez finalizado el Erasmus. “Después de estudiar en la facultad de Matemáticas de la UB en el 2004 decidí enlazar con el doctorado en Estadística y luego ya comencé a trabajar”, explica ella.

Bruno estuvo 12 meses en la facultad de Humanidades de la UAB en el 2001. “Regresé a Bolonia para licenciarme, pero inmediatamente volví aquí para buscarme la vida. Después de unos años, conseguí una beca para cursar un doctorado en Gestión de Contenidos Digitales, que ahora estoy terminando”, añade.

Es decir, el Erasmus abrió la puerta a un periodo en el que se han conocido como pareja, se han convertido en doctores y han aprendido varios idiomas (catalán, castellano, inglés y se han enseñado uno a otro griego e italiano). El programa, por lo tanto, sirve para mucho más que para divertirse, que también. “Se puede combinar perfectamente el estudio con las ganas de fiesta”, exclama Bruno con una sonrisa.

Mentalidad abierta

Con el paso de los años, notan cada vez más diferencia con los amigos de toda la vida, más arraigados a sus costumbres culturales y menos dispuestos a salir de su país para trabajar, por ejemplo. “Hay gente de nuestra generación en Grecia que ni siquiera se plantea ir a otro país a pesar de la situación desesperante que están viviendo”, apunta Titika. Bruno está a punto de terminar sus estudios y no descartan cambiar de aires si él no encuentra trabajo: “Ya he estado tres meses en Manchester haciendo prácticas y estamos mentalizándonos por si tenemos que volver a hacer las maletas. Aunque lo cierto es que, después de 10 años aquí, nos costaría mucho marchar”.

Forman parte de una generación que ha vivido de pleno en la integración y que se ha beneficiado del derecho a estudiar en otro país en las mismas condiciones que los locales, con igualdad en las tasas y becas. Sin embargo, la crisis ha cambiado a peor su concepción de Europa. “Para Grecia, ahora, estar en la UE es una desgracia, nos está costando demasiado”, asegura Titika. “Con las dificultades económicas se ha abierto una gran brecha entre el Norte y el Sur”, añade Bruno. Algo que, sin duda, merece una profunda reflexión si se quiere continuar adelante con el proceso de integración.