Análisis

Xavi y la justicia poética

El jugador ha sido este año, lo que era imprescindible para el Barça y su futuro, el cofre donde se guardaban las esencias

JOSEP MARIA FONALLERAS

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El concepto de justicia poética se aplica a todas aquellas situaciones de la vida en las cuales, después de penas y pesares, después de haber superado barreras, se concede al protagonista, al final de la historia, la oportunidad de ver reconocida su valía, su prestigio, su coraje. En otras palabras, justicia poética es un final feliz. En esa especie de chiquipark a lo grande en que se convirtió el césped del Camp Nou para celebrar la Liga del Barça, con el hijo de Mathieu chupando cámara y con todas las familias reunidas como si fuera una calçotada (por cierto, ¿dónde estaba Shakira?), Xavi lloró porque en ocasiones así, cuando a uno le llega la llamarada de la justicia poética, solo queda llorar. Y pensar por un momento en aquel día que debutó con 11 años en el infantil. Y en esos largas, fructíferas, intensas, heroicas y victoriosas 24 temporadas que han convertido a un niño de Terrassa en un mito, quizás el más grande, del Barça.

En el vendaval de tópicos, elogios y análisis que hemos oído y leído estos días, hay un testimonio que a mi me parece emocionante y, además, precioso y preciso. Es del delantero del Athletic Joseba Extebarria. Ha dicho que en su vida ha visto a muy buenos centrocampistas, que daban juego a su equipo, que controlaban, que mandaban, «pero solo hay uno en el mundo como Xavi. Cuando él quería no hacía jugar a los suyos sino que eran 22 los que jugaban a su aire». Es el mayor elogio que puede hacérsele. Porque Xavi ha convertido las múltiples anécdotas, los pases, la visión, los goles, ese revólverse sobre si mismo, en una categoría absoluta. Xavi es el fútbol. Xavi no solo está enfermo de este deporte sublime sino que es el deporte. Por eso, porque encarna lo inasible, lo efímero, lo vaporoso, porque es hombre que da vida al espíritu, por eso, Xavi merecía la despedida más emotiva, sincera y grandiosa que jamás ha vivido el club.

En la antigua Grecia, el deus ex machina era la aparición inesperada de un artilugio escénico en el teatro para solucionar el embrollo de la acción. De golpe, salía un dios y lo arreglaba todo. Xavi ha sido ese dios para el Barça, pero no solo al final sino durante toda su trayectoria. Un dios que construía el fútbol para unos y para otros y que entendía este juego como lo que es: amamos el fútbol porque seguimos jugando en la calle y en el patio de la escuela, porque seguimos siendo esos niños que un día chutaron por primera vez un balón.

TODOS FUIMOS EL 'SEIS'

Ayer todos fuimos Xavi. Todos fuimos el Seis. Y él debió pensar que la mejor decisión de su vida no fue el primer contrato, el primer pase, la primera asistencia, sino la última película que decidió vivir. «No habría querido perderme esta temporada», ha dicho. Porque sabe que se va con la ligereza alada (similar a la de su cintura) de quien representa los valores, la verdad que es belleza, la belleza verdadera. Xavi ha sido, este año -y esto era imprescindible para el Barça, para su futuro- el cofre donde se guardaban las esencias. Un poeta, Narcís Comadira, habla en unos versos de las cisternas, el depósito que es «entraña fértil que conserva las lágrimas del invierno y de ellas extrae la vida latente». Xavi ha sido y es eso: el «tesoro de cristales fresquísimos, reserva de memoria, cueva de amor». La cisterna que ayer lloró.