CICLISMO. LA RONDA ESPAÑOLA

La Vuelta llega a Lleida al esprint y sin Froome

El hijo del gran Van Poppel vence con Aru a la greña con Landa por no esperarlo en Andorra

Danny van Poppel celebra el triunfo en la etapa de Lleida, ayer.

Danny van Poppel celebra el triunfo en la etapa de Lleida, ayer.

SERGI LÓPEZ-EGEA

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«¿Por qué hay tantos accidentes en la Vuelta?» Es la pregunta que se formula Javier Guillén, el director de la carrera, mientras reúne en Lleida a todos los motoristas de la prueba. Unos se caen por mala suerte, como le ocurrió a Chris Froome en Andorra, adiós y para Mónaco, o a Alejandro Valverde, el pasado domingo, con la clavícula tocada. Y, con las mismas motos de siempre, un parque similar al del Tour y el Giro, los atropellos (dos ciclistas y ambos del Tinkoff, Peter Sagan, en Murcia, y Sergio Paulinho, en Andorra), enturbian la carrera.

Por eso, ayer, en la etapa catalana de la prueba, con llegada a Lleida, casi fue un respiro la aparente calma, un día de sosiego que hasta encontró la alianza del tiempo, que amenazaba tormenta y hasta salió el sol cuando Danny van Poppel, hijo del histórico Jean-Paul (nueve triunfos de etapa en el Tour, otros nueve en la Vuelta  y cuatro en el Giro, entre los años 80 y 90) finiquitó con victoria una etapa sin sobresaltos, lo que fue de agradecer.

FRACTURA DE TOBILLO / Fue el primer día de una situación irreparable. A primera hora de la mañana le confirmaban a Froome que tenía una fractura en el tobillo. Iba con muletas y mostraba su pesar. «Estoy muy triste porque me voy a casa cuando quería ganar la etapa de Andorra. La tenía anotada». El ganador del Tour, lejos de retirarse durante la etapa diseñada por Purito Rodríguez (segundo de la general), llegó a meta con el hueso roto y esperó hasta el diagnóstico definitivo antes de tomar la decisión de la retirada. Froome --era un secreto a voces-- se apuntó a la prueba para ganarla. Nadie del Sky le obligó a correrla. Y por eso no se precipitó a irse a casa antes de tiempo.

Fue una despedida triste, con sus compañeros dándole palmadas y con la dirección de la carrera lamentando su baja. Pero se convirtió a la vez en la imagen de lo que debe ser un equipo que trabaja para un líder y que ahora solo mantiene la esperanza de que Mikel Nieve (octavo de la clasificación) mejore en la general.

EL EQUIPO ASTANA / Y fue también la primera jornada con Fabio Aru, vestido con el jersey rojo de líder. Un día para confirmar la imagen que se vio detrás del podio de Cortals d'Encamp, entre él y su compañero vasco Mikel Landa, ganador de la etapa de Purito. Apenas se miraron. Tan solo una pequeña palmada, casi obligada ya que ambos tropezaban al encontrarse de cara con los periodistas a su estela.

Landa recibió la orden de su equipo, el Astana, de levantar el pie cuando se encontraba fugado en solitario a tan solo tres kilómetros de la cumbre. Querían que esperara a Aru, que había demarrado y se había desprendido de Purito. Lejos de obedecer la orden de sus jefes, Landa siguió hacia la meta para conseguir el triunfo y añadir a su palmarés una victoria de ensueño que lo convierte en el principal reclamo de futuro en el ciclismo español.

Aru no se habla con Landa. De hecho, la relación  --y también la de Landa con la dirección del Astana- se rompió en el Giro, en la penúltima etapa cuando fue frenado, mientras Alberto Contador sufría por detrás, para que Aru pudiera conseguir la segunda plaza que él tenía amarrada. Llegó tercero a Milán. En el 2016 correrá en el Sky. Un ambiente ideal para defender el jersey de líder.